lunes, 4 de octubre de 2010

EL CONFLICTO CON EL MUNDO ÁRABE (II). Jorge Álvarez.

La promesa de Mac Mahon y el Acuerdo Sykes-Picot.

El 24 de Octubre de 1915 se produjo uno de los hechos clave en el proceso de desencuentro entre los árabes y Occidente. Sir Henry Mac-Mahon, el Alto Comisario Británico en el Cairo encargado por el Gobierno de su Majestad para encauzar las conversaciones con los árabes escribió una carta al shariff Hussein de La Meca, comprometiéndose a apoyar y reconocer la independencia de los árabes al finalizar la guerra si éstos ayudaban a los aliados a ganarla. Los británicos escogieron para liderar la revuelta árabe a los Hachemitas de Hussein, por cuanto éstos, como descendientes del Profeta, tenían bajo su control todo el occidente de la península, el Hedjaz, en el que se sitúan Medina y La Meca, siendo por tanto los Soberanos de los Santos Lugares y disfrutando por ello del enorme prestigio que este título tenía entre las masas árabes.

Lo que Hussein y sus seguidores no podían imaginar, era que, tan sólo unos meses después, en Abril de 1916, mediante el Pacto Sykes-Picot[1], británicos y franceses se iban a poner de acuerdo secretamente para repartirse el Oriente Medio a sus espaldas. En base a estos acuerdos, los árabes iban a ser utilizados como carne de cañón contra los turcos y una vez derrotados éstos, los despojos del Imperio Otomano en Oriente Medio irían a pasar, con la oportuna bendición de la Sociedad de Naciones, al control de Francia y Gran Bretaña, frustrando de esta forma las aspiraciones árabes a una independencia que se habían ganado ahorrando con su sangre la de muchos soldados aliados. Este hecho, prácticamente desconocido entre las masas occidentales es considerado un hito entre los árabes. Su primera gran frustración. Habrían de sufrir más.

La Declaración Balfour.

Los británicos, en su afán por asegurarse la victoria y el reparto del suculento botín, decidieron jugar todas las cartas posibles aunque para ello tuviesen que comprometerse con diferentes pueblos a distintas concesiones que casi siempre eran contradictorias unas con otras. Parece hoy en día algo raro afirmar que el problema árabe-judío arranca también de los días de la Gran Guerra y que se origina exclusivamente por el interés de la diplomacia británica en atraer a la causa aliada al gran poder financiero de los judíos de los Estados Unidos y a evitar la retirada de Rusia de la guerra. Sin embargo es así. Hasta Febrero de 1917, en el bando aliado formaba, junto a Gran Bretaña y Francia, la Rusia zarista. Se da la circunstancia a menudo ignorada y no por ello menos cierta de que el feroz antisemitismo de la dinastía Romanoff, fruto del cual fue el establecimiento de casi tres millones de judíos “rusos” en los Estados Unidos de América durante el final del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, era el único obstáculo serio para que los judíos se volcasen en bloque en apoyo de las potencias aliadas. En 1916, mediada la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos se debatían entre sus deseos de ayudar a las potencias aliadas contra los imperios centrales y el temor de la Casa Blanca a indisponerse con el poderosísimo Lobby judío americano que por proceder mayoritariamente de refugiados de las persecuciones zaristas, se negaba por completo a prestar su apoyo en la guerra al bando aliado en el que figuraba la Rusia del Zar Nicolás. La Revolución Rusa de Febrero de 1.917, apoyada por la banca judía americana de forma entusiasta, allanó el camino para el apoyo judío a la causa aliada y en consecuencia para la entrada en la guerra de los EE.UU. Ésta se producía escasamente un mes después de la caída del Zar, en Abril. Es evidente, y así lo han expresado abiertamente muchos historiadores, que la Revolución Rusa facilitó la entrada en la guerra de los Estados Unidos. Si embargo, por otra parte surgió la amenaza de que el nuevo gobierno revolucionario no respetase los compromisos del Zar con los aliados y pactase con los alemanes unilateralmente su retirada de la guerra. Desde la izquierda, todas las fuerzas socialistas rusas insistían en abandonar lo que para ellos no era más que una guerra imperialista totalmente ajena a los intereses de clase del proletariado. Aunque el nuevo gobierno manifestó su intención de continuar luchando contra Alemania, cada vez eran más fuertes las presiones que recibía de las fuerzas revolucionarias para que abandonase la contienda. En el Foreign Office británico no ignoraban que casi  todos los principales dirigentes de la izquierda marxista rusa que exigían la paz al nuevo gobierno (bolcheviques, mencheviques, socialistas revolucionarios) eran judíos radicalizados por el antisemitismo zarista[2].

Es en este contexto en el que el gobierno británico, para tratar de ganarse el apoyo de los judíos rusos a la causa de la guerra, decidió realizar una pirueta diplomática que tendría consecuencias desastrosas para la estabilidad del Oriente Medio. A través del secretario del Foreign Office, Arthur James Balfour, el gobierno británico se comprometió, el 2 de Noviembre de 1.917, a crear en Palestina un estado judío a la finalización de la guerra.[3] Este documento, la Declaración Balfour, marca un antes y un después en la historia de Oriente Medio.

De esta forma, a finales de 1.917, cuando la guerra entraba en su fase decisiva, los británicos habían dado los siguientes pasos:

·         Habían prometido a los árabes, representados por el monarca Hachemita Hussein, la independencia a la finalización de la guerra.
·         Habían prometido a los judíos que podrían establecer un Estado Judío en Palestina después de la contienda.
·         Habían acordado con Francia el reparto de los territorios que habían prometido entregar a árabes y a judíos.

Con este panorama, a nadie le puede extrañar que a la finalización de la guerra se desatase en la zona el caos más absoluto.


[1] El pacto se conoce así por los nombres de los dos representantes diplomáticos de Gran Bretaña y Francia para la zona, Mark Sykes y François Georges-Picot.
[2] “Sir Mark Sykes, el jefe de la diplomacia para asuntos de Oriente Medio […] proclamó que el movimiento sionista detentaba un gran poder sobre los bolcheviques en Rusia y sobre el gobierno del presidente Woodrow Wilson en Estados Unidos. El compromiso con la causa británica para establecer un Estado judío en Palestina permitiría que la “gran judería” consiguiera la continuidad de la participación de Rusia en la guerra, a la vez que se lograría comprometer más rápidamente a América para que enviara fuerzas al frente occidental.” (Martin Sieff, Guía políticamente incorrecta de Israel y Oriente Medio, Ciudadela, 2009, p. 44).

[3] Efectivamente, el gobierno bolchevique, finalmente se retiró de la guerra firmando la paz por separado con Alemania, pero esto no ocurrió hasta Marzo de 1918 con el Tratado de Brest-Litovsk, cuatro meses después de la Declaración Balfour. (N. del A.).

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