miércoles, 27 de octubre de 2010

LOS ESTADOS UNIDOS Y EL COMUNISMO. HISTORIA DE UN COMPADREO (III). Jorge Álvarez.

EL PROTOTIPO DE TONTO ÚTIL, FRANKLIN DELANO ROOSEVELT.


“-Tengo la seguridad de que Stalin y yo hemos hecho buenas migas. Va a desaparecer una gran cantidad de malentendidos y desconfianzas anteriores en unos cuantos días próximos..., y creo que será de una vez para siempre. Por lo que atañe a Tío José y a Churchill...
-No tan bien..., ¿verdad?
-Tendré también mi faena entre ellos dos. Son “tan” diferentes... En ideas, en caracteres...” (Roosevelt, Noviembre de 1943)[1] 


            El 4 de Marzo de 1933, cuando los efectos de la depresión de 1929 continuaban azotando a los EE.UU., llegaba a la Casa Blanca Franklin Delano Roosevelt. Fue el único presidente que estuvo 12 años en el cargo. Y junto con Abraham Lincoln es el único presidente de los EE.UU. que goza de la devoción de los círculos progresistas de todo el mundo[2].  Como además resulta que sólo por el hecho de serlo, un presidente americano siempre goza igualmente del respeto de la mayoría de los sectores conservadores, nos encontramos con que Roosevelt se ha visto favorecido por un consenso generalizado sobre la bondad y eficacia de su gestión. Después de todo, la opinión pública dominante es la occidental, la que controla los mayores canales de información y la que llega a mayor número de personas a lo largo y ancho del planeta. Así pues ¿acaso no fue Roosevelt quien salvó a franceses, británicos, griegos, holandeses, noruegos, belgas y daneses del peligro nazi? En nuestro rico y prepotente hemisferio cultural occidental este hecho hace olvidar que también fue Roosevelt quien entregó a la tiranía de Stalin a polacos, checoslovacos, húngaros, rumanos, búlgaros, letones, lituanos, estonianos...Si hoy en día aún hay millones de europeos que viven en la pobreza más absoluta, sin ninguna duda deben agradecérselo a Roosevelt. 

            Pero ¿quién era Franklin. D. Roosevelt? Si en los EE.UU. existe algo parecido a lo que en Europa llamamos aristocracia, podemos decir que Roosevelt era un aristócrata americano. Su familia se remontaba a los primeros tiempos de la colonización holandesa de Nueva York y siempre figuró entre las sagas de colonos acaudalados e influyentes. Muchos Roosevelt sirvieron en distintas administraciones como civiles y también como militares (baste recordar al estrafalario presidente Theodore Roosevelt o al general del mismo nombre, que al mando de unidades de la 4ª división de infantería desembarcó en Normandía el día D en playa Utah). El mismo Franklin, antes de ser presidente había sido gobernador de Nueva York. Era pues, miembro de una influyente familia acostumbrada a la política y al poder. Pero también era el prototipo del ricachón frívolo que se divierte coqueteando con izquierdistas y alternando con la intelectualidad progresista. Esta actitud obedecía en parte a  puro esnobismo pero también a la obsesión por forjarse una imagen de millonario con preocupaciones sociales. También era, a pesar de haberse formado en las instituciones educativas más elitistas de la costa Este, un individuo bastante ignorante, del que algunos allegados dirían posteriormente que nunca había leído un libro serio[3] (aunque en honor a la verdad hay que confesar que este rasgo lo comparte con una larguísima lista de colegas que le precedieron y le sucedieron en el cargo.) 

            Cuando Roosevelt fue elegido para su primer mandato, la gran depresión se hallaba ya en su cuarto año y naturalmente, no le resultó difícil arrasar en las urnas a su rival republicano Herbert Hoover al que el electorado culpaba de no haber sido capaz de sacar al país de la ruina. Las recetas económicas que Roosevelt puso en marcha para intentar la recuperación del país de la crisis de 1929 y que pasaron a la historia como el Nuevo Trato (New Deal) no eran otra cosa que aplicación directa de medidas de política económica de corte socialdemócrata según el modelo de la socialdemocracia europea. Ninguna de estas medidas contribuyó realmente a la recuperación económica de la nación, la cual sólo se produjo curiosamente, cuando los mercados financieros acogieron eufóricos la noticia del estallido de la guerra en Septiembre de 1939. Hasta ese fecha, y a pesar de todas las monsergas sobre el milagro del Nuevo Trato, la realidad es que el nivel de vida en los EE.UU. seguía por debajo del que había en 1929 en vísperas del “crack” bursátil[4] y que el número de parados tan sólo se había reducido de 13 a 9 millones. Curiosamente, uno de los sectores en los que el paro decreció espectacularmente fue el de las artes. Roosevelt destinó grandes sumas de fondos públicos para subvencionar a, guionistas, músicos, actores, escritores creando Proyectos Federales para el Teatro, para Escritores, para Artistas... De esta forma mientras la mayoría de los trabajadores agrícolas e industriales seguían sin encontrar trabajo, los estómagos agradecidos de la “intelectualidad” se deshacían en elogios públicos hacia su benefactor, el gran hombre de Estado, Franklin D. Roosevelt.

             El auténtico milagro del Nuevo Trato era la unanimidad en el elogio que los periodistas dispensaban a las actuaciones del presidente aunque muchas de ellas rayasen o entrasen de lleno en la inconstitucionalidad (de hecho dos de sus principales creaciones para combatir la crisis, la Ley Nacional de Recuperación Industrial y la Ley de Reajuste Agrícola, fueron declaradas inconstitucionales por la Corte Suprema). 

            Roosevelt atacaba con saña a los pocos que se atrevían a romper esta unanimidad e incluso a algunos de sus lacayos más serviles. Se divertía hablando con los periodistas y filtrándoles informaciones maliciosas sobre aquellos a quienes no tenía entre su círculo de favorecidos. El fue el presidente que inauguró la hasta entonces desconocida práctica de saltarse a todos los funcionarios y consejeros oficiales de la administración para rodearse de un equipo de asesores  o“trust” de cerebros, como a él y a sus partidarios les gustaba llamarlo. Esto no era más que un eufemismo para tapar lo que realmente constituía una camarilla de intrigantes de su confianza que además gozaba del privilegio de no tener que responder ante nadie[5]. También formó su propio servicio de inteligencia al que pagaba con fondos del Departamento de Estado y al que utilizó para acosar a sus enemigos, rivales políticos, periodistas críticos o incluso a su mujer[6], espiándoles e interviniendo sus teléfonos.   El fue también el único presidente que violó la norma no escrita instaurada por George Washington de no presentarse a una segunda reelección llegando a gobernar durante cuatro mandatos (murió durante el cuarto)[7]. Otro de sus logros personales fue pasar a la Historia como el presidente americano que en más ocasiones, 635 exactamente, vetó disposiciones aprobadas por el Congreso.[8]  A los periodistas y a los intelectuales de izquierdas, este estilo transgresor e irreverente de hacer política les encantaba. Por eso, a cambio, el presidente recibía un extraño trato cordial que rara vez los periodistas americanos dispensaban a los presidentes de la nación. Así Roosevelt podía engañar habitualmente a su mujer Eleanor con cuantas mujeres se le antojaba y a su vez Eleanor, podía engañar a su esposo con otra mujer sin que nada de esto constituyese un escándalo. Que el presidente fuese un frívolo mujeriego casado con una lesbiana, seguramente no era plato de gusto del americano medio pero esto, a fin de cuentas, al menos para los grandes medios informativos, no constituía noticia. No es pues nada extraño, que el mayor grado de colaboración con el comunismo soviético tuviese lugar bajo el larguísimo mandato de este personaje tan lúcido y perspicaz que estaba convencido de la bondad innata de Stalin.
          


[1] Citado en Elliot Roosevelt, Así lo quería mi padre, M. Aguilar, 1946, p. 249.
Fue el propio Lenin el que acuñó el término de “tontos útiles” para referirse a los políticos, periodistas e intelectuales del Occidente “burgués” que sin ser comunistas, simpatizaban abiertamente con el régimen soviético y consciente o inconscientemente, trabajaban en su favor. (N. del A.).
[2] Un ejemplo significativo y llamativo de un famoso izquierdista español subyugado por la figura de Roosevelt; ni más ni menos que el dirigente anarquista Diego Abad de Santillán, preboste de la CNT. Leer textos elogiosos, plenos de admiración hacia un presidente de los Estados Unidos, debidos a la mano de un anarquista, resulta bastante sorprendente... para quien no conoce a Franklin D. Roosevelt.  Por ejemplo: “Un hondo sentido de solidaridad humana hacia los desheredados no falta nunca en sus escritos y su apología de la libertad es como la espina dorsal o el nervio de toda su actuación. No sólo tiene Roosevelt ideas claras, objetivos concretos, sino que dispone del carácter y de la capacidad para transformar sus pensamientos en hechos, sus anhelos en realidades. ¡Ahí está su obra!” O más adelante: “Su calidad moral, su inteligencia, su carácter, su habilidad no anuncian un fin como el de Wilson entre los lobos de algún futuro Versalles; su prestigio no tiene sombras ni está expuesto al ensombrecimiento”. (Diego Abad de Santillán, El pensamiento político de Roosevelt, Jacinto Toryho – Editor, 1944.)
[3] Paul Johnson, op. cit., 1988, p. 263.
[4] “La recuperación real y el retorno de la atmósfera de auge de la década de 1920 sobrevino sólo el lunes que siguió al fin de semana del Día del Trabajo en Septiembre de 1939, cuando la noticia de la guerra en Europa sumió a la Bolsa de valores de Nueva York en una gozosa confusión que al fin anuló el recuerdo de Octubre de 1929. Dos años más tarde, el valor en dólares de la producción al fin superó los niveles de 1929”. (Paul Johnson, op. cit., p. 265).
[5] “Hasta 1939, el presidente de Estados Unidos sólo contaba con el auxilio del Gabinete (Consejo de Ministros) para desempeñar sus múltiples funciones. En dicho año, Franklin Delano Roosevelt, experto presidente – se encontraba en su tercer mandato presidencial - , consideraba insuficiente su número de colaboradores y creó, a través de una orden ejecutiva, el Despacho del Presidente. Esta trascendental decisión fue explicada al Congreso y al pueblo americano mediante estas escuetas palabras: “el Presidente necesita ayuda”. (Carmen de la Guardia, Proceso Político y elecciones en Estados Unidos, 1992, Eudema-Ediciones de la Universidad Complutense-, p. 86).
“La expansión del Nuevo Trato incluía “nuevos organismos, cuyo personal se escogió mediante examen entre los funcionarios del servicio civil; en 1936 sólo el 60% de los civiles empleados en el gobierno habían entrado por concurso; gran parte del 40% restante procedía de nombramientos por recomendación y la mayoría eran entusiastas del Nuevo Trato”. La segunda Guerra Mundial trajo consigo otra enorme oleada de empleados del gobierno que no lograron sus puestos por concurso. Sin embargo, una vez dentro, estos trabajadores gubernamentales se acogían a la protección del servicio civil; cuando el presidente Truman dejó el poder en 1.953, se cree que “al menos el 95% de los funcionarios civiles estaban protegidos”. (C.Wright Mills, La élite del poder, Fondo de Cultura Económica, 1978, p. 225).
[6] “Incluso utilizó el servicio de inteligencia para instalar micrófonos en el cuarto de hotel de su esposa”. (Paul Johnson, op. cit., p. 653).
[7] Desde 1.947 esta tradición no escrita se convirtió en ley a través de la Vigesimosegunda Enmienda.
[8] Carmen de la Guardia, op. cit.,  p. 89.

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