lunes, 28 de febrero de 2011

HISTORIA DE LOS JUDÍOS, ESOS TIPOS TAN ENTRAÑABLES (XVI). Jorge Álvarez

La ofensiva contra el Talmud


En 1215 Inocencio III, un gran Pontífice contemporáneo de San Francisco de Asís, convocó el IV Concilio de Letrán. Las medidas adoptadas respecto a los judíos iban a intentar frenar el enriquecimiento de éstos a costa de los cristianos más pobres. En concreto, se obligaba a los judíos a distinguirse con ropajes característicos a fin de identificarlos más fácilmente y se prohibía a los reyes y nobles contratar a judíos para cargos públicos lo que en la práctica debía acabar con la contratación de hebreos como agentes del fisco. En general, el Concilio intentó separar a los judíos de los gentiles a efectos económicos. Con buen criterio, la Iglesia había observado que los judíos se aislaban voluntaria y altivamente de los cristianos para cualquier actividad, excepto para los negocios y la usura. Resultaba evidente que la influencia económica de los judíos enriquecía a los cristianos poderosos, por supuesto a los propios judíos y empobrecía a los cristianos humildes encadenándolos a vivir del crédito. La Iglesia había decidido, con criterio justo, que si los judíos gustaban de aislarse de los impuros cristianos idólatras y paganos, también deberían permanecer aislados en cualquier actividad en la que pudieran situarse por encima de ellos y obtener provecho a su costa. Estas medidas suponían un durísimo golpe para los negocios de los judíos[1] y esta es la principal razón por la que la historiografía judía arremete sin piedad contra Inocencio III y el IV Concilio de Letrán. En los años siguientes, diferentes Papas, como Gregorio IX o Inocencio IV, fueron concretando estas medidas e intentando, con la ayuda de las órdenes mendicantes y con desigual fortuna, que los reyes y nobles de la cristiandad las hiciesen cumplir.

            En España, por ejemplo, Fernando III el Santo, que había subido al trono en 1217, un año después de la convocatoria del Concilio, se resistió a aplicar estas medidas restrictivas a los judíos. El monarca castellano había arrebatado a la morisma Córdoba, Murcia y Sevilla, liberando casi toda Andalucía y arrinconando a los últimos descendientes de los invasores africanos en Granada. En las ciudades recién conquistadas autorizó la construcción de nuevas y en muchos casos suntuosas sinagogas contraviniendo así las disposiciones conciliares y desoyendo los mensajes de Roma conminándole a aplicarlas. Como ya vimos, las necesidades económicas de sus campañas y de la administración de los territorios reconquistados le impelían a hacer concesiones a los hacendados judíos. Su hijo Alfonso X el Sabio continuó con esta misma política enfrentándose a las exigencias de las órdenes mendicantes y al papa Nicolás III. Igual que su padre, confió a muchos judíos la administración de los impuestos reales, llegando alguno de ellos, como Meir de Malea, a ser un auténtico ministro de economía y finanzas. En general, los reyes españoles, hasta finales del siglo XIV, permitieron a los judíos ejercer todo tipo de cargos públicos y negocios lucrativos a expensas de sus súbditos cristianos, sobre todo de los más pobres. Las comunidades hebreas seguían prosperando en la península ibérica mientras, poco a poco, las medidas del IV Concilio de Letrán se iban implantando en Inglaterra, Francia, o el Sacro Imperio Romano Germánico[2]. De esta forma, muchos judíos, privados de sus medios de subsistencia favoritos, decidieron emigrar. Para ellos la conversión no era una opción y dedicarse a trabajos menesterosos, duros y modestos, como los que practicaban la inmensa mayoría de los cristianos, tampoco lo era. Es seguro que muchos de estos judíos acabarían en el acogedor reino de Castilla. Pero muchos otros se desplazaron hacia el Este de Europa, fundando muchas de las comunidades que posteriormente habrían de crecer extraordinariamente en Polonia, en Rusia o en los países bálticos.

            Como consecuencia de este ambiente restrictivo hacia las actividades de los judíos, se produjo otro fenómeno, que si bien no era del todo nuevo, sí cobró un impulso renovado. La ofensiva contra el Talmud. En 1236 un judío que se había convertido al cristianismo y había tomado los hábitos franciscanos presentó al Papa Gregorio IX treinta y cinco cargos contra el Talmud que revelaban los pasajes ofensivos contra Cristo, la Virgen María y contra los cristianos en general, que contenía el libro sagrado de la judería. Lo que hasta entonces era básicamente una sospecha se convirtió en una certeza. En 1240 y por orden del Papa tuvo lugar un debate público en la Universidad de  París en el que Fray Nicolás Donin ejerció personalmente la acusación contra el Talmud frente a cuatro reputados rabinos que actuaron como defensores. Pero, evidentemente, la defensa era imposible, porque ahora tenían enfrente a un judío converso que conocía la lengua hebrea, el Talmud y su ortodoxa interpretación. Y los judíos sabían perfectamente que las acusaciones de Donin no carecían de fundamento. El debate culminó con un juicio presidido por un tribunal en la misma Universidad. Se puede decir que uno de los momentos culminantes fue cuando el rabino Yehiel afirmó que la condena a muerte de Cristo había sido justa porque “defraudó a Israel, pretendió ser Dios y negó la esencia de la fe”. El tribunal entendió, siguiendo la argumentación de fray Nicolás Donin, que había sido un error creer, como hasta entonces, que los judíos eran celosos guardianes de las Sagradas Escrituras, pues realmente ellos no obedecían a éstas, sino a la tradición oral compilada en el Talmud, que durante el juicio se había revelado esencialmente anticristiana y por tanto incompatible con la Biblia tal y como la interpretaba la Iglesia[3]. El Papa Inociencio IV ratificó esta sentencia condenatoria del Talmud que de esta forma pasó a ser vinculante para toda la cristiandad. Como escenificación pública de esta condena, un número indeterminado de ejemplares del Talmud que habían sido requisados en las sinagogas fueron quemados en París en 1248. Aunque, como ya vimos, en algunos lugares los reyes o señores locales se resistieron a aplicar medidas discriminatorias contra los judíos, la consideración de éstos en las sociedades cristianas comenzó a empeorar.

Es eb esta época cuando la mayoría de los autores judíos comienzan a hablar de una generalización del antisemitismo, actitud que achacan de forma exclusiva a la intransigencia de la Iglesia Católica y a su manipulación de las masas de cristianos plebeyos. Llega pues, el momento de hablar detenidamente del antisemitismo que con tanto descaro los historiadores e intelectuales judíos vierten sobre la Iglesia de forma repugnantemente insidiosa.
              


[1] “El cuarto sínodo de Letrán celebrado en el año 1215 en Roma sentó definitivamente las bases para el futuro ocaso de las comunidades judías en toda Europa: decretó la prohibición de ejercer profesiones cristianas y el aislamiento de los judíos dentro de la sociedad cristiana.” Werner Keller, op. cit., p. 256.
“Para distinguirlos mejor de los cristianos y evitar que se deslicen en la ciudad para dedicarse al comercio, el concilio los obliga a llevar una marca…”. Jacques Attali, op. cit., p. 184.
[2] “Indudablemente en el siglo XIII la situación de los judíos era mucho mejor en España que en los demás países de Europa, donde eran objeto de un continuo pillaje y donde siempre estaban expuestos a los ataques de las turbas.” Ytzhak Baer, op. cit., p. 194.
[3] Una descripción interesante de este episodio histórico y de sus consecuencias se encuentra en la obra El legado material hispano judío: VII Curso de Cultura Hispanojudía y Sefardí editado en 1997 por la Universidad de Castilla-La Mancha y escrito por varios autores. En concreto, en el capítulo titulado Claves históricas del problema judío en España medieval, pp. 38-40 y debido al profesor Luis Suárez Fernández.
En cambio, por lo general, los historiadores judíos comentan el episodio de forma groseramente manipulada y, sin decir ni una palabra acerca de los contenidos anticristianos del Talmud, se limitan a relatar cómo en París, muchos ejemplares de su libro sagrado fueron quemados por la intolerancia cerril y la arbitrariedad de las autoridades católicas. Por supuesto, suelen callar acerca de la quema pública y consentida de ejemplares del Nuevo Testamento que se efectúa, no en la “oscura Edad Media”, sino en la actualidad, en el supuestamente democrático Estado de Israel. Veamos:
“Igualmente, se producen en Israel actos anticristianos que, si ocurrieran en otros países contra judíos se pondría el grito en el cielo. El padre Artemio Vítores cuenta uno significativo: “Hace unas semanas volvíamos los frailes [franciscanos] de Getsemaní. Cuando llegamos a la Ciudad Vieja nos encontramos una manifestación de judíos ortodoxos, todos muy jóvenes. Al parecer, recorren Jerusalén una vez al mes para decir que la ciudad es suya. Cuando vieron a los frailes, hubo insultos, escupitajos a la cara, en el hábito. Los policías no hicieron nada”.
“Los mismos ultraortodoxos organizan de vez en cuando quemas públicas del Nuevo Testamento. Estos incidentes, aunque sean aislados y obra de extremistas, llevan a preguntarse por las raíces de ese anticristianismo.”
“En el mundo católico, ha habido en los últimos tiempos una seria preocupación por desmontar prejuicios contra el judaísmo y revisar con este fin textos escolares. Pero ¿qué es lo que aprenden del cristianismo en las escuelas de Israel? “Más bien cosas negativas”, responde el P. Artemio Vítores, franciscano, vicario de la Custodia de Tierra Santa.” Noticia extraída de la página web del Opus Dei con fecha 8 de Mayo de 2009. El Opus Dei, para los no versados, no es precisamente una organización antijudía, más bien todo lo contrario.
En cualquier caso, además de las palabras del padre Artemio Vítores, un hombre santo y de paz de cuya palabra es imposible dudar, hay quemas de ejemplares del Nuevo Testamento en el Israel actual perfectamente documentadas. En Marzo de 1983, en Jerusalén, bajo la autoridad de la organización religiosa Yad Le’akhim y más recientemente, en Mayo de 2008, en la ciudad de Or Yehuda de 34.000 habitantes, según noticia publicada en el diario israelí Maariv. En ninguno de estos casos la policía impidió los hechos. Imagínese el lector la que armarían los medios de comunicación y las organizaciones judías internacionales si en Madrid, una organización católica, hoy en día quemase ejemplares del Talmud en la Plaza Mayor y ante la pasividad de las autoridades.

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