lunes, 21 de febrero de 2011

LA BANDA DEL TESORO (IV). Jorge Álvarez

La Operación Snow


Finalmente Pavlov  se encontró con White en un restaurante de Washington en la primavera de 1941. Los soviéticos querían que el gobierno americano forzase a Japón a romper las negociaciones imponiéndole condiciones totalmente inaceptables. No sólo se trataba de hacer fracasar las conversaciones sino de conseguir que al gobierno del Japón le resultase evidente que los norteamericanos buscaban asfixiarlo económicamente y aislarlo diplomáticamente y que considerase que la guerra con los Estados Unidos resultaba inevitable e inminente. De esta forma Japón entendería que la única opción que le quedaba era lanzar un ataque preventivo contra los Estados Unidos y abandonar definitivamente cualquier idea de avanzar por Siberia. White recibió de Pavlov instrucciones precisas de las condiciones que el gobierno de Washington debía presentar a Japón en el marco de las negociaciones bilaterales que estaban teniendo lugar. Los norteamericanos debían exigir a Japón la retirada total de China, Indochina y Manchuria y el desarme casi total de sus fuerzas armadas. El Imperio japonés habría de entregar a los Estados Unidos enormes cantidades de armamento y la mitad de sus buques de guerra y aviones de combate. Y debería ser advertido de que el rechazo de estas condiciones conllevaría un embargo total de materias primas incluido el petróleo. Finalmente, estas exigencias debían ir redactadas en un lenguaje duro y áspero, sin cortesías diplomáticas, a la manera de un ultimátum. Obviamente, estas condiciones eran una provocación en toda regla y una invitación a dar el paso decisivo hacia la guerra.

White tomó buena nota de cuanto Pavlov le expuso y aceptó disciplinadamente el encargo de éste. Nada más llegar a su residencia redactó un memorándum sobre el tema que recogía punto por punto todas las sugerencias del NKVD y se lo entregó personalmente a su jefe y amigo, el Secretario del Tesoro, Henry Morgenthau.

Conviene no olvidar que en la administración Roosevelt, al frente del Departamento de Estado se hallaba Cordell Hull, un viejo político con mucho poder y apoyos en Washington y en el Senado pero que no pertenecía al círculo de confianza del presidente, razón por la cual éste nombró Subsecretario a Sumner Welles, otro de los grandes patrocinadores de su campaña electoral de 1932 y que pasaba por ser un experto en relaciones internacionales. Welles, con el permiso tácito del presidente, intentó siempre acaparar la máxima responsabilidad en el Departamento de Estado puenteando a Cordell Hull, razón por la que los conflictos entre ambos eran frecuentes[1]. De hecho, Roosevelt nunca llegó a ejercer sobre el Departamento de Estado el control absoluto que había conseguido en otros Departamentos y Agencias del gobierno. Hull era un escollo demasiado grande y Roosevelt no podía eliminarlo sin perder apoyos importantes en su propio partido y sin sufrir un desgaste político que no estaba dispuesto a asumir. Por todas estas razones, entre su primera reelección en 1940 y la segunda en 1944, Roosevelt nunca confío plenamente en los cauces oficiales del Departamento de Estado para  las misiones diplomáticas más delicadas y de mayor trascendencia. En Julio de 1941 envió como emisario especial a Gran Bretaña a Harry Hopkins para entrevistarse con Churchill y a Moscú para hablar con Stalin, en septiembre de ese año envió a Moscú, en esta ocasión, acompañando a una delegación británica a Averell Harriman a  conferenciar con Stalin y Molotov, en 1943 envió también a Moscú a Joseph E. Davies para que le concertase un encuentro personal con Stalin a espaldas de Churchill, en 1945 despachó a Bernard Baruch a Londres para hablar con Churchill … Esta innata desconfianza en un Departamento de Estado que consideraba repleto de histéricos anticomunistas, le llevó a utilizar cada vez más al personal del Departamento del Tesoro para desempeñar misiones internacionales. El mismo Cordell Hull hizo pública en más de una ocasión su amargura por las constantes intromisiones de Henry Morgenthau en cuestiones de política internacional.

Este extravagante panorama, por otra parte típico de la caprichosa y caótica forma con la que Roosevelt manejaba su administración, explica la importancia que adquirió el Departamento del Tesoro para el NKVD. La duda, difícil de despejar por el momento, consiste en saber si los soviéticos se infiltraron con éxito en este Departamento porque sabían que era el más importante para influir en la política exterior americana o si, por el contrario, el Departamento del Tesoro adquirió tanta importancia porque al ser el más y mejor infiltrado, otros agentes de influencia del NKVD, como Harry Hopkins, usaron su poder para que el presidente confiara plenamente en los muchachos del Tesoro y desconfiara de los “reaccionarios” del Departamento de Estado.

En Junio de 1941 Alemania rompió el pacto con la Unión Soviética y se lanzó a través de Bielorrusia y Ucrania hacia el corazón de Rusia. A partir de ese momento, para el NKVD, evitar que Japón se uniera a la ofensiva nazi, resultaba ahora más prioritario que nunca. En Julio, el gobierno americano decretó el embargo total de exportaciones de crudo a Japón, gesto que aproximaba la guerra. En Septiembre el primer ministro japonés, el príncipe Konoe, un firme partidario del entendimiento con los Estados Unidos, pidió personalmente a Joseph Grew, embajador norteamericano en Tokio, que comunicara a su gobierno la necesidad de un encuentro entre él y Roosevelt con carácter urgente. El embajador transmitió esta petición a Washington recomendando que fuera atendida, pero no fue así. El gobierno de Roosevelt entendió que esa cumbre no serviría para resolver nada.

El NKVD, informado de que Japón podía lanzarse a la guerra en cualquier momento, estaba decidido a evitar que lo hiciera contra la Unión Soviética, de forma que volvió a contactar con Harry D. White para que insistiese a Morgenthau a activar el memorándum que le había entregado en primavera. White, siguiendo instrucciones directas de Pavlov y tal vez temiendo que Morgenthau lo hubiese traspapelado o para asegurarse de que le llegase, lo reescribió de nuevo y se lo entregó personalmente. Esta vez Morgenthau no sólo lo leyó, sino que lo suscribió con su firma y se lo entregó al presidente Roosevelt y a Cordell Hull.
Otro agente soviético de alto nivel al que ya nos referimos más arriba como integrante del grupo Silvermaster, Lauchlin Currie, que había sido nombrado economista de la Casa Blanca por Roosevelt, también colaboró, siguiendo instrucciones del NKVD, en el sabotaje de las conversaciones con Japón. Currie hizo declaraciones públicas desde su alto puesto de responsabilidad como asesor presidencial, denunciando que, en el curso de las negociaciones con Japón, el Departamento de Estado estaba abandonando a China a su suerte, llegando a decir que la estaba traicionando (“the State Department is planning to sell China down the river”).

De esta forma, un documento concebido para servir a los intereses de la Unión Soviética y redactado por agentes del NKVD, se había convertido, gracias a un agente de influencia, en un documento de trabajo del gobierno americano para dirigir su política exterior con respecto a Japón en un momento de importancia crucial.

El Departamento de Estado utilizó gran parte del contenido del documento y su estilo desabrido como ultimátum a Japón en un documento enviado al gobierno japonés el 26 de Noviembre de 1941. Once días después los japoneses atacaban Pearl Harbor y se lanzaban acto seguido hacia las Indias Orientales Holandesas. La Unión Soviética había conjurado el peligro.

Obviamente resulta difícil saber hasta qué punto esta maniobra de la inteligencia soviética influyó en la ruptura de las negociaciones entre los Estados Unidos y Japón. Pero lo importante del asunto no es tanto si contribuyó más o menos, sino la gravedad del hecho en sí mismo. Que un documento destinado a provocar una guerra entre los Estados Unidos y otra potencia en beneficio de la Unión Soviética llegase a ser manejado y considerado por el gobierno de Roosevelt como una base aceptable para su política exterior, indica el fantástico grado de permeabilidad a la influencia comunista de la administración norteamericana en aquellos turbulentos momentos de la Historia mundial.

Sea como fuere, después del ataque a Pearl Harbor y de la consiguiente entrada en guerra de Estados Unidos, la influencia de Harry D. White fue en aumento. Tal vez impresionado por los sabios consejos que White había vertido en su memorándum acerca de las relaciones con Japón,  Henry Morgenthau lo nombró asesor personal suyo con la delicada y crucial misión de ejercer de enlace entre el Secretario del Tesoro y el Departamento de Estado en todos los asuntos relacionados con la política exterior. También representaría al Tesoro en las relaciones con otras agencias y oficinas federales, entre la que se encontraba precisamente la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS). Este nuevo cargo permitiría a White el acceso a infinidad de reuniones y documentos del más alto nivel, lo que le facilitaría un ingente volumen de información secreta de enorme trascendencia que sistemáticamente pasaría a sus correos del NKVD. Y, por supuesto, ahora su capacidad de influencia en las altas esferas de la administración federal para orientar decisiones políticas y económicas hacia los intereses de la Unión Soviética iba a aumentar considerablemente.


[1] Una de las razones por las que los planes de Roosevelt para manejar a su antojo el Departamento de Estado se frustraran, fue el escándalo que envolvió a Sumner Welles cuando se filtró que en Septiembre de 1940, de regreso a Washington después de un viaje oficial, mantuvo en el tren una aventura sexual con dos jóvenes mozos de maletas de raza negra. Welles salió muy tocado de este asunto (aunque el matrimonio Roosevelt intentó mantenerlo contra viento y marea) y aunque no dimitió hasta 1943, su posición fue tan débil durante ese tiempo, que Cordell Hull consiguió anularlo políticamente. De esta forma, Roosevelt había perdido a su “hombre” en el Departamento de Estado. En los años posteriores Sumner Welles destacaría como unos de los principales valedores del lobby judío americano y de la causa de Israel. 

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