lunes, 4 de abril de 2011

HISTORIA DE LOS JUDÍOS, ESOS TIPOS TAN ENTRAÑABLES (XVIII). Jorge Álvarez

Los tumultuosos sucesos de 1391.
El principio del fin de la colonización hebrea de España.


¿Tenían otras opciones los hebreos? A esta pregunta rara vez responden los historiadores judíos. Pero sí las tenían. Hemos visto que en  el siglo XIII, por la misma época en la que en Inglaterra, Francia o Alemania los judíos comenzaban a tener serios problemas con sus vecinos cristianos, en España vivían una edad dorada de paz y prosperidad al amparo de los reyes que colonizaban extensos territorios reconquistados. No hay cifras exactas, pero sí sabemos que muchos judíos que emigraron de las persecuciones del Norte de Europa recalaron en España. Y también sabemos que aquí, en aquella época, no tenían impedimentos para dedicarse a la agricultura, o a cualquier otra profesión a la que se dedicaban los cristianos. Sin embargo, tanto los judíos que habían sido expulsados de Al Andalus a la llegada de los almohades, como los que fueron expulsados de sus comunidades en Francia o Alemania, al llegar a la tolerante España cristiana, no optaron por convertirse en agricultores; decidieron, libremente, seguir dedicándose a lo que más les gustaba, servir de agentes de los poderosos para amasar fortunas rápidas y sin esfuerzo.

 La España del siglo XIII es la prueba de que el judío medieval no ejercía la usura por obligación, sino por vocación. Y todos los que afirman lo contrario, mienten intencionadamente. Por ejemplo, los judíos podían haber optado por la asimilación. Los conquistadores visigodos que se adueñaron de la España romana eran una ínfima minoría cuando ocuparon la Hispania. Ellos eran la élite dirigente y dominante, los guerreros triunfantes. Sin embargo, acabaron abandonando su religión arriana y abrazando el catolicismo, y fusionándose finalmente con la población hispano-romana católica. Los cristianos del Norte de África acabaron sometiéndose al Islam e integrándose en el mundo musulmán. Sin embargo, los judíos, dispersos desde hacía siglos por Europa, África y el Próximo Oriente practicaban una religión particularista, no universalista y sus lazos religiosos les facilitaban mantener abiertas sus lucrativas redes comerciales. La asimilación les hubiese supuesto dejar de pertenecer al “pueblo elegido” para diluirse en la masa de “paganos idólatras” circundante, y, además, perder sus vínculos mercantiles y afrontar un futuro que les llevaría a convertirse en modestos agricultores o artesanos. Esta perspectiva no les seducía y siempre eligieron mantener su particularismo religioso y racial y vivir de espaldas al mundo gentil pero aprovechándose de sus ventajas. Sabían que este estilo de vida les podía acarrear problemas, pero entre afrontar el riesgo de despertar las iras de los gentiles y ser ricos o asimilarse a ellos y ser pobres, siempre eligieron ser ricos a costa de sus vecinos pobres asumiendo el peligro de despertar las iras de éstos.

Hasta en la tolerante España, los judíos protegidos por el poder, tensaron tanto la cuerda, que les llegó el momento en el que la ira popular resultó incontenible. En 1391, en un momento en el que el poder real se debilitó notablemente durante el confuso período de regencia entre el reinado de Juan I y Enrique III, el pueblo aprovechó la ocasión para ajustar cuentas pendientes con los judíos del reino. La cosa se originó en Sevilla y se extendió vertiginosamente por toda Castilla, saltando hasta el reino de Aragón. Para los florecientes judíos hispanos este estallido de ira popular supuso un terrible trauma. Ni España era ya un lugar seguro para ellos.

La conclusión importante que se debe extraer de todo esto es que los judíos eran conscientes de que su desmedido afán de lucro rápido y fácil les ponía en el punto de mira de las masas de cristianos desfavorecidos, que esto lo sabían porque los judíos hispanos, como todos, estaban conectados con sus correligionarios del resto de Europa y tenían prontas noticias de los males que éstos padecían a causa de sus oficios y también porque muchos de los perseguidos se habían afincado en España para seguir haciendo lo mismo por lo que habían sido perseguidos en otros lugares, y que, a pesar de conocer sobradamente el riesgo inherente a esta actitud, preferían afrontarlo antes que asimilarse al entorno y dedicarse a una vida más dura pero menos peligrosa.

Los sucesos de 1391 en España han quedado grabados en la memoria colectiva del judaísmo incluso con mayor intensidad que las persecuciones que tuvieron lugar en Centroeuropa a finales del siglo XII a manos de los cruzados. España se había convertido en un paraíso para las comunidades judías. Aquí, como hemos visto, al servicio de reyes y señores, habían alcanzado cotas de poder y riqueza difícilmente imaginables. Y desde las persecuciones almohades, nadie había vuelto a importunar a los judíos ibéricos. Por esa razón, el súbito y repentino giro de la situación sacudió a los judíos hasta la conmoción colectiva. ¿Cuántos fueron asesinados en los motines? Los historiadores actuales más rigurosos como el hispanista británico Angus MacKay, el francés Joseph Pérez o Luis Suárez Fernández, creen que resulta imposible saber con fiabilidad el número de víctimas judías de esta tumultuosa época. Autores judíos, como Werner Keller que habla de diez mil muertos o Jacques Attali que multiplica por cinco la cifra, nos permiten comprender que, efectivamente, resulta difícil saber con una mínima exactitud las proporciones de estas matanzas. Sí parece probable que alrededor de cuarenta mil optasen por el exilio. Lo que resulta incuestionable es que las comunidades judías de Castilla y Aragón a finales del siglo XIV estuvieron al borde de la desaparición. Los repentinos y contagiosos estallidos de ira popular sembraron el terror en muchas aljamas ibéricas, y el efecto psicológico alcanzó hasta a las que se libraron de la violencia. De repente, la tolerante Sefarad había dejado de ser el paraíso y se había tornado en un infierno. Entre muertos, exiliados y conversos, la judería ibérica se vio reducida a cerca de un tercio de lo que era tan sólo unos años antes.

La Iglesia, consciente del estado de shock en el que se hallaban los hebreos, emprendió una ofensiva destinada a la conversión. La disputa de Tortosa de 1413 y las prédicas de San Vicente Ferrer se incardinan en este impulso catequístico que se vio acompañado de un éxito sorprendente. Por primera vez en mucho tiempo, enormes cantidades de judíos decidieron apostatar de su fe mosaica y convertirse al cristianismo. Las cifras varían notablemente de unos autores a otros. Pero parece bastante aceptado, incluso por las fuentes judías, que unos cien mil se convirtieron. Aproximadamente una tercera parte del total de la población hebrea en Castilla y Aragón por aquel entonces. Werner Keller lo explica con claridad:

“El balance de la sangrienta tormenta fue terrible para el judaísmo en España. En menos de tres meses habían sido destruidas las florecientes comunidades que se extendían desde los Pirineos hasta el estrecho de Gibraltar. Diez mil habían perdido la vida y muchos miles habían huido. Pero al mismo tiempo se había producido un fenómeno que hasta ahora había constituido una rara excepción: en todas partes miles de judíos habían aceptado el bautismo en masa para evitar la muerte. El número de los convertidos era mucho mayor que el de los mártires.

En España ocurrió un caso único en la historia judía: en las horas de la más dura prueba, la fuerza de resistencia de los judíos se había quebrado por primera vez.”[1]

Ciertamente, en el imaginario colectivo judío, 1391 es una fecha trágica. Pero, tanto o más que por la violencia desatada contra las aljamas, por las conversiones multitudinarias que tuvieron lugar entre los habitantes de éstas. El fenómeno de las conversiones masivas de judíos acaecido en España a caballo entre el final del siglo XIV y el comienzo del XV resulta merecedor de una cierta atención.

No es del todo cierto, como insinúa Keller, que las conversiones fueran el resultado directo e inmediato de los asaltos a las juderías en 1391. Las conversiones realmente tuvieron lugar en las dos décadas siguientes[2] - hasta 1414 - y fueron consecuencia más de la precaria situación en que se encontraron los judíos después de los tumultos que a la violencia que padecieron durante los mismos. Lo que realmente ocurrió fue que los judíos más ricos y pudientes, antes que perder sus riquezas y su estatus social, optaron por la conversión. Y, ante la claudicación de las élites, los judíos más menesterosos, perdieron todo referente y optaron por seguir el mismo camino que sus líderes. En ningún otro lugar de Europa los judíos habían gozado de una permisividad tan amplia y prolongada como la que hallaron en la España cristiana; la misma España que habían traicionado en el 711 colaborando activamente con la invasión sarracena y a la que habían regresado en el siglo XII huyendo de los almohades. En pocos lugares de la cristiandad tantos judíos habían alcanzado tanta prosperidad a lo largo de tanto tiempo. En pocos lugares de la Europa cristiana habían logrado los príncipes proteger a los judíos y facilitarles su enriquecimiento, sustrayéndolos a la ira popular durante tanto tiempo.

            Para los cronistas judíos, lo peor de los sucesos acaecidos en España no fue tanto la violencia que sufrieron sus correligionarios en un momento de estallido social, como la apostasía generalizada que siguió a estos sucesos y que fue encabezada por los dirigentes religiosos y sociales de las aljamas. Fueron las élites judías las primeras en aceptar la conversión antes que renunciar a las inmensas riquezas y privilegios que habían obtenido en su paradisíaca Sefarad. Y es este hecho incontrovertible el que más ha torturado a los judíos desde entonces hasta la actualidad. Y, lejos de reconocer que sus antecesores del siglo XV traicionaron su fe para mantener su posición privilegiada, han vertido todo su odio revanchista en los españoles católicos que se hartaron de su arrogancia y de su parasitismo. El efecto que en los judíos supuso la claudicación de los dirigentes de sus comunidades queda patente en la descripción que hace el hispanista francés Joseph Pérez:

"Atemorizados, desmoralizados por las persecuciones y la apostasía de sus élites, muchos judíos abrazaron entonces el cristianismo, lo mismo en la Corona de Aragón que en la de Castilla."   
        


[1] Werner Keller, op. cit. p. 306.
[2] “En las crónicas judías, el año 1391 es recordado como el de las persecuciones y de la opresión, pero el de 1414 como el de la apostasía.” Joseph Pérez, op. cit. p. 63.
“En 1414, en el momento de la Disputa de Tortosa, trece rabinos de los catorce que habían participado en esta controversia teológica se convierten libremente al cristianismo, seguidos por miles de sus correligionarios.” Jean Sévillia, op. cit. p. 79.
[3] Joseph Pérez, op.cit. p.62.

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