viernes, 29 de abril de 2011

LITTLE BIGHORN, ISANDLWANA, ADUA... LOS DESASTRES COLONIALES (I). Jorge Álvarez

Introducción
(Artículo de Historia Militar)

 


¡Hay que dar una lección a esos salvajes! A estas frecuentes palabras, pronunciadas por algún coronel o general de servicio en ultramar, casi siempre seguía el comienzo de una campaña colonial. Estas campañas solían tener características comunes aunque tuviesen lugar en territorios muy lejanos y afectasen a naciones diferentes. Las fuerzas coloniales solían estar formadas por regimientos de soldados blancos y  por unidades de exploradores y soldados nativos reclutados en la colonia y dirigidos por oficiales blancos. Luchaban según los estándares de los ejércitos europeos de la época y con armamento moderno. Las fuerzas nativas insurgentes, por el contrario, solían luchar al estilo de lo que los europeos llamamos fuerzas irregulares. Aunque solían contar con una abrumadora superioridad numérica, su deficiente armamento y equipo, y su estilo de lucha individualista y anárquico las condenaban casi siempre a sufrir sangrientas derrotas.

Sin embargo, hubo notables excepciones que, antes o después, afectaron a casi todas las grandes potencias coloniales. En sus campañas contra los indios de las llanuras del noroeste, una auténtica y típica guerra colonial, los norteamericanos sufrieron la derrota de Little Bighorn en 1876; en Sudáfrica cerca de mil británicos fueron aniquilados por los zulúes en Isandlwana en 1879; en 1896 les ocurrió los mismo a los italianos en su enfrentamiento con fuerzas etíopes en Adua. Ya en el siglo XX, en 1921 nos tocó el turno a los españoles en el desastre de Annual. La lista de grandes reveses coloniales sigue con la derrota francesa de Dien Bien Fu en 1954, que puso fin a su larga presencia en Indochina. Más tarde, en 1975, fueron los norteamericanos los que debieron abandonar Vietnam, aunque después de haber ganado todas las batallas; y tal vez en breve deban abandonar Afganistán.

En este artículo nos ceñiremos a los desastres coloniales acaecidos en el siglo XIX. Aunque estas derrotas involucraron a fuerzas de diferentes naciones, con diferentes efectivos, en diferentes escenarios y en diferentes momentos históricos, todas ellas son hijas de un mismo error, la subestimación del potencial de las fuerzas enemigas. Es seguro que ninguno de los comandantes de las tropas coloniales masacradas habría actuado de la misma manera frente a un enemigo europeo. La seguridad absoluta en la superioridad de las fuerzas propias provocó una serie de errores tácticos, de órdenes imprudentes y alocadas que condujeron en todas las ocasiones al desastre. Little Bighorn, Isandlwana y Adua son buenos exponentes de todo ello.


Una planificación infalible… sobre el mapa.

Al finalizar en 1865 la Guerra de Secesión los territorios de caza de los indios de las llanuras del Noroeste, fundamentalmente Sioux y Cheyennes, comenzaron a menguar como consecuencia del inagotable flujo de colonos blancos protegidos por soldados vestidos de azul. Las incursiones de los indios contra los intrusos y las expediciones de castigo de los soldados se convirtieron en una sangrienta rutina. En 1868 se alcanzó un acuerdo que fructificó en un Tratado por el que el gobierno de los Estados Unidos garantizaba a las Naciones Indias el territorio circundante a las Colinas Negras en el Territorio de Dakota. Por desgracia para los indios, en 1874 se descubrió oro en estas colinas. El gobierno de Washington rompió el Tratado unilateralmente y exigió a los indios abandonar las Colinas Negras y concentrarse en reservas. No sin oponer cierta resistencia la mayoría de los indios acabó concentrándose en ellas. Sin embargo, en cuestión de meses, los abusos de los agentes de las reservas y las pésimas condiciones de vida de éstas fueron animando a los indios a abandonarlas. Bajo el liderazgo de hombres como Toro Sentado o Caballo Loco, cada vez más guerreros salieron con sus familias para volver a vivir en libertad en las tierras de sus antepasados.

Zonas asignadas a las reservas Sioux. La batalla de Little Bighorn tuvo lugar al SE de Montana
A finales de la primavera de 1876 el ejército norteamericano lanzó una campaña en el  Noroeste para forzar el regreso a las reservas del numeroso pero desconocido número de indios que las habían abandonado. Una fuerza formada por tres columnas debía converger sobre el valle del río Little Bighorn, en el territorio de Montana, en el que se suponían acampados los hostiles, principalmente Sioux y Cheyennes[1].

La columna del coronel Gibbon debía avanzar desde el Oeste , la del general Terry (que incluía al 7º de caballería de Custer) desde el Este y la del general Crook desde el Sur.

Estas tres columnas, aunque muy desiguales entre sí, constituían una fuerza de unos 3.000 hombres de caballería, infantería y artillería, contra la cual, los 3.000 indios que acampaban entre ellas, no tendrían la más mínima posibilidad… siempre y cuando estas columnas atacasen juntas y de forma coordinada.

El 17 de Junio, la columna de Crook que avanzaba hacia el norte con 1.200 hombres fue localizada y atacada por los guerreros de Caballo Loco en las inmediaciones del río Rosebud. Crook se asustó, detuvo su avance y se retiró hacia el Sur, después de haber perdido en el encuentro con los indios la increíble cifra de ¡28 de sus 1.200 hombres y después de haber disparado 25.000 cartuchos para abatir a la igualmente “increíble” cifra de 36 indios! La columna de Crook había sido neutralizada a un precio ridículo y nunca llegaría al Little Bighorn.


La campaña contra los Sioux de 1876

Esos mismos días, la columna de Terry había enviado al mayor Reno, subordinado de Custer, a explorar el territorio hacia el Sur, para tratar de localizar el rastro de los hostiles. El 20 de Junio Reno volvió al campamento de Terry. Aunque se había excedido en las órdenes recibidas, yendo más lejos de lo que debía, había encontrado un rastro que parecía situar la gran concentración india hacia el Suroeste, hacia el Little Bighorn.

El 21 de Junio, tuvo lugar una reunión entre Gibbon, Terry y Custer a bordo de un vapor que surcaba las aguas del Yellowstone.  Los oficiales ignoraban lo sucedido a Crook en el Rosebud e ingenuamente temían que los indios desmontasen su campamento y emprendiesen la huída antes de que las tres columnas pudiesen caer sobre ellos. Estimaban las fuerzas enemigas en no más de 1.000 guerreros. De los 1.400 hombres de la columna de Terry, algo más de la mitad eran tropas de infantería que se movían con gran lentitud por esos parajes agrestes. En consecuencia Terry ordenó a Custer que se separara de la columna principal y se adelantara con su 7º de caballería para cortar la huída de los hostiles cuando convergiesen sobre el campo de batalla las restantes fuerzas.

Las órdenes de Terry eran ambiguas. Custer era un oficial de caballería experimentado en las guerras indias por lo que, en una situación tan imprecisa, no parecía oportuno limitar su iniciativa. Sin embargo, el propio Gibbon le recordó a Custer, justo en el momento en el que el 7º de caballería se separó de la columna principal, que no fuera codicioso y que esperara a las demás columnas antes de atacar. Custer, partió hacia su destino después de rechazar la oferta de su superior, el general Terry, de incorporar a sus fuerzas, cuatro escuadrones del 2º regimiento de caballería. Él, Cabellos Largos, como lo llamaban los indios, había decidido que toda la gloria de la victoria debía recaer exclusivamente en su 7º regimiento, es decir, en él.

***

En el invierno de 1879 el Imperio Británico decidió que debía expandir sus dominios en el África austral. El río Búfalo separaba la colonia de Natal del reino de los altivos zulúes liderados por su monarca Cetivayo. Los descubrimientos de oro y diamantes en las tierras circundantes habían despertado la codicia de los dirigentes británicos. El 11 de Enero de 1879 la columna al mando del general Lord Chelmsford invadió Zululandia al mando de unos 4.000 hombres, de los cuales algo menos de 2.000 eran soldados británicos, casi todos galeses del 24º regimiento[1] y el resto tropas nativas al mando de oficiales blancos. El 20 de Enero Lord Chelmsford decidió formar un gran campamento-base al pie de una colina llamada Isandlwana.



Estaba convencido, al igual que los generales yanquis de Little Big Horn, de que sus principales problemas serían, en primer lugar, encontrar a los guerreros zulúes y, en segundo lugar, obligarles a entablar un combate en campo abierto en el que, sin lugar a dudas, las tropas británicas disciplinadas y equipadas con fusiles y artillería, saldrían victoriosas sin apenas sobresaltos. No tenía ni idea de dónde estaban las fuerzas zulúes, apenas se había interesado en saber cómo luchaban e ignoraba los efectivos que las componían.

La columna de Chelmsford, unida, combatiendo junta y coordinada, habría podido enfrentarse con éxito a los 25.000 guerreros de Cetiwayo. Convencido de su superioridad no estableció puestos de vigilancia en lo alto de la colina de 300 metros de altura, que permitía observar cualquier movimiento en un radio de 8 kilómetros alrededor. Tampoco fortificó el campamento, contraviniendo sus propias instrucciones previas a los oficiales bajo su mando.

Al día siguiente, 21 de Enero, exploradores comunicaron haber avistado zulúes a escasos kilómetros de Isandlwana. Los informes no precisaban el número de guerreros ni tampoco sus movimientos. A las tres y media de la mañana Chelmsford abandonó el campamento de Isandlwana en busca de un enemigo fantasma. Hacía dos semanas que había entrado en territorio zulú y aún no había conseguido localizar al grueso de las fuerzas enemigas. Se llevó consigo a 2.500 hombres y cuatro cañones con sus dotaciones, dejando unos 1.200 hombres en el campamento al mando del teniente coronel Pulleine con las órdenes de permanecer a la defensiva. Estaba seguro de que ninguna fuerza nativa, por numerosa que fuera, podía batir a su columna ni a la guarnición que había quedado en el campamento de Isandlwana. Aún así, ordenó al teniente coronel Durnford, situado como fuerza de reserva, acudir con su unidad de caballería nativa a reforzar el campamento que él abandonaba. Chelmsford quería estar al frente de las fuerzas que debían localizar al enemigo, destruirlo y… alcanzar la gloria


***

A finales del siglo XIX, en el reparto colonial de África, a los italianos apenas les quedó nada. Franceses y británicos se habían llevado la parte del león. Italia se aventuró entonces en los flancos del “cuerno de África” estableciéndose en dos territorios pobres y desérticos, Eritrea al Norte y Somalia al Sur. Estas dos posesiones italianas se hallaban separadas en la costa por el enclave francés de Djibuti y por la Somalia británica, y tierra adentro por el reino independiente de Etiopía. Este último era uno de los pocos estados africanos no sometidos a la explotación colonial europea y regido por el emperador Menelik.

Si Italia quería aumentar su raquítico imperio africano sin chocar con Gran Bretaña o Francia, sólo tenía una opción, avanzar hacia el interior y someter el reino milenario de Etiopía. El primer ministro Crispi ordenó al comandante en jefe de las fuerzas italianas general Baratieri avanzar hacia el interior de Etiopía desde Eritrea, derrotar a las fuerzas de Menelik y ocupar el país.



Después de diferentes encuentros menores en los que los italianos ya pudieron comprobar que las tropas etíopes contaban con gran cantidad de armamento moderno, en 1896 se dispusieron para la que debía ser la penetración decisiva.

Baratieri dispuso un Corpo di Operazione estructurado en cuatro brigadas bajo su mando personal con un total de algo más de 14.000 hombres, de los cuales 4.000 eran ascari,  tropas nativas, y 56 cañones. Después de una marcha de varios días a través de 450 kilómetros, a finales de Febrero de 1896 el Ejército italiano acampó en Enticcio a tan sólo 30 kilómetros del polvoriento poblacho de Adúa, en cuyas inmediaciones se hallaba el ejército de Menelik. Las estimaciones que Baratieri tenía de las fuerzas enemigas las cifraban en unos 30.000 hombres. En buena lógica, se trataba de un ejército fácilmente batible para un ejército europeo de más de 14.000. La realidad era que el emperador disponía de unos 120.000 hombres, que aportaban diferentes nobles jefes de clan, de los cuales tres cuartas partes estaban armados con fusiles. Los italianos se iban a enfrentar a un enemigo 7 u 8 veces superior en número.

Con una pésima información acerca de la potencia de las fuerzas etíopes y manejando mapas topográficos repletos de errores de bulto Baratieri decidió atacar. Con tan mala información sobre el enemigo y sobre el terreno podía haber adoptado la más prudente medida de esperar los movimientos del enemigo desde unas buenas posiciones defensivas. Menelik no podía mantener durante mucho tiempo a su gigantesco ejército de carácter feudal en el erial desértico en el que aguardaba a los italianos. Pero Baratieri recibía constantes presiones de Crispi para que avanzase. El primer ministro había llegado a acusar a Baratieri de exceso de prudencia cuando había solicitado refuerzos de la metrópoli e incluso había amenazado con sustituirle. Baratieri necesitaba un éxito y a las 21 horas del 29 de Febrero de 1896 ordenó a su Corpo di Operazione avanzar en una tortuosa marcha nocturna en busca del enemigo para sorprenderlo y destruirlo antes de que emprendiese la huída.

[1] Estas fueron las principales naciones indias implicadas en la mítica batalla del Little Bighorn, no obstante también participaron contingentes menores de Sans Arc, Arapahoes o Santees.
[2] El 24º regimiento, o segundo regimiento de infantería de Warwickshire, compuesto mayoritariamente por galeses. Dos años después, con la reforma de Cardwell-Childers, el regimiento pasaría a denominarse, más apropiadamente, South Wales Borderers.

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