martes, 21 de junio de 2011

POLONIA TRAICIONADA. CÓMO CHURCHILL Y ROOSEVELT ENTREGARON POLONIA A STALIN (XXII). Jorge Álvarez

Con la derrota de Alemania no termina el sufrimiento de Polonia

Juicio en Moscú a los patriotas polacos secuestrados por el NKVD

El 7 de mayo de 1945, con la rendición incondicional de todas las fuerzas alemanas, concluía una guerra que había empezado, según se dijo, para defender la integridad de Polonia.

El día 19 de Mayo, Stalin, contestando a un corresponsal de “The Times” que había preguntado por el paradero de los dieciséis líderes polacos desaparecidos desde Marzo, hizo público un comunicado reconociendo que habían sido detenidos por los soviéticos bajo la acusación de sabotaje a las fuerzas del Ejército Rojo.


Como si nada hubiese ocurrido, el 13 de Junio tuvo lugar en Moscú una reunión patrocinada por las tres potencias aliadas representadas por el embajador británico sir Archibald Clark Kerr, el embajador norteamericano Averell Harriman y el ministro de asuntos Exteriores soviético Vyacheslav Molotov, con nueve representantes polacos del interior, cuatro de ellos comunistas y con Mikolajczyk y otros dos polacos del exilio, con la finalidad de formar un gobierno provisional de Unidad Nacional.

En Moscú se solaparon dos acontecimientos que hablaban por sí solos. Mientras unos cuantos delegados polacos no comunistas negociaban entrar a formar parte de un gobierno de Unidad Nacional que iba a estar absolutamente controlado por la Unión Soviética, los quince de los dieciséis[1] líderes polacos de la resistencia antinazi que habían sido secuestrados por los soviéticos en Marzo, comparecían ante un Consejo de Guerra del Tribunal Supremo de la Unión Soviética. Trece de ellos fueron condenados a penas de prisión que variaban de cuatro meses a diez años.

Ni Clark Kerr ni Harriman hicieron llegar a sus gobiernos la más mínima queja acerca de la farsa de juicio que había concluido con la condena a prisión de trece auténticos patriotas polacos a manos de los esbirros de Stalin.

El 28 de Junio se anunció el acuerdo de constitución del gobierno polaco de Unidad Nacional. Las dos terceras partes de sus integrantes eran títeres de Stalin. Algunos ni tan siquiera tenían la nacionalidad polaca.

El general Anders, en referencia a estos tristes acontecimientos escribió:

“Muchos de mis amigos británicos y norteamericanos, hombres de buena fe, me preguntaron con toda ingenuidad por qué no regresábamos a Polonia. A menudo me he preguntado cómo es posible que no se dieran cuenta de la verdadera situación en nuestro país. ¿Había de creer que no sólo el ciudadano medio, sino también los prohombres políticos de Gran Bretaña y de Estados Unidos fuesen incapaces de comprender los verdaderos objetivos de la conducta soviética?”

“Realmente me sentía desarmado ante su credulidad, y dolido por su persistencia. Pero tal era la actitud de una abrumadora proporción de la prensa mundial. La conclusión que de esto se derivaba era muy sencilla: el mundo quería dejar pasar en silencio todo el problema. Por desgracia, nosotros los polacos no podíamos permanecer silenciosos. Todo se derrumbaba sobre nuestras cabezas, y el suelo ardía bajo nuestros pies.”[2]

Y lo peor, la consumación de la traición, llegó finalmente el 6 de Julio de 1945. Ese día los gobiernos del Reino Unido de la Gran Bretaña y de los Estados Unidos de América reconocieron formalmente como gobierno legítimo de Polonia al recién constituido en Moscú, patrocinado por Stalin, controlado por hombres de lealtad comunista - no polaca - e impuesto por la fuerza del Ejército Rojo, un ejército al que los polacos, a diferencia de los anglosajones, no consideraban como libertador, sino como invasor.

Los gallardos polacos que habían demostrado su compromiso con la causa aliada (a pesar de que británicos y franceses, los garantes de su soberanía, los habían abandonado cobardemente en 1939 frente a la brutal embestida de la Wehrmacht) y que representaban sin ningún género de dudas a la casi totalidad de la población de Polonia, de la noche a la mañana habían sido repudiados por sus aliados y convertidos en parias. De nada había servido el sacrificio heroico de los escuadrones de pilotos polacos integrados en la RAF que durante los momentos más duros para Gran Bretaña plantaron cara a la Luftwaffe en la Batalla de Inglaterra, ni el de los soldados de Anders integrados en el II Cuerpo que tomaron al asalto Monte Cassino, ni el de los paracaidistas de la brigada polaca del general Sosabowski que se sacrificaron en Arnhem para rescatar a los incompetentes paracaidistas británicos que se habían dejado cercar a las afueras de Oosterbeek por fuerzas alemanas muy inferiores en número desde el principio de la Operación Market Garden…

Con un cinismo inaudito, los aliados occidentales intentaban salvar su imagen ante la opinión pública. Al final, las democracias anglosajonas habían abandonado a los legítimos representantes del pueblo de Polonia y, para legitimar su traición, habían procedido de la misma forma que los soviéticos. En 1943 el único gobierno de Polonia reconocido por toda la comunidad internacional, incluida la URSS, era el de Londres. Después del descubrimiento de las fosas de Katyn los soviéticos buscaron polacos sumisos dispuestos a servir sus intereses y formaron su propio gobierno polaco paralelo al de Londres. Los anglosajones, por temor a la opinión pública (sobre todo en los Estados Unidos), no tuvieron agallas para romper con los polacos de Londres que se obstinaban en no arrodillarse ante Stalin, aunque en aquel momento era lo que habrían deseado. Tampoco consiguieron, pese a ejercer sobre ellos una presión brutal (y en algunos casos más acorde con el estilo de la mafia que con el de la diplomacia), doblegar su voluntad para que aceptasen entregar a la Unión Soviética la mitad de su territorio y la totalidad de su soberanía. Al final, los anglosajones decidieron crear su propio “comité de Lublin” utilizando en su provecho al timorato Mikolajczyk y dando la espalda al gobierno legítimo del que dependían centenares de miles de soldados, aviadores y marinos polacos que habían hecho una contribución en absoluto desdeñable a la victoria aliada.

El gobierno británico y el americano, con el reconocimiento del gobierno títere de Unidad Nacional, rompían de facto las relaciones diplomáticas con el gobierno legítimo de Londres. Sin embargo no tuvieron el valor de hacerlo. Tuvo que ser el gobierno polaco el que, con la mayor dignidad, ordenase a sus embajadores ante los gobiernos de sus antiguos aliados que entregasen su renuncia.

El embajador en Londres y ministro de Asuntos Exteriores Edward Raczynski presentó formalmente su renuncia ante su homólogo británico Anthony Eden el mismo 6 de Julio con una nota que, entre otras cosas, decía

“En vista del reconocimiento por parte del Gobierno británico del titulado Gobierno provisional polaco de Unidad Nacional, con fecha 6 de Julio de 1945, tengo el honor fr manifestar que fui acreditado como embajador extraordinario y plenipotenciario cerca de la Corte de St. James por el presidente constitucional de la República polaca, a quien debo obediencia, y, por lo tanto, no estoy en situación de delegar mis funciones, poderes y cargo a nadie, sin instrucciones apropiadas del presidente y del Gobierno de la República polaca, quienes continúan siendo los únicos representantes constitucionales e independientes de Polonia.”[3]

El mismo día Jan Ciechanowski,  el embajador de Polonia en los Estados Unidos, al que Roosevelt había engañado y ninguneado sistemáticamente, presentó su dimisión y lo explicó de la siguiente manera,

“Las tres grandes potencias […] habían llevado a cabo la quinta partición de Polonia. Ellas le impusieron un gobierno ajeno, dominado por los comunistas y títere de los mismos. Yo anuncié que, antes de de ser […] el embajador de un gobierno comunista e ilegal, dimitía de mi cargo como embajador de Polonia en Washington. Los demás funcionarios de la embajada y todos los cónsules de los Estados Unidos dimitieron conmigo.”[4]

El mismo día 6, Anders, que continuaba en Italia al frente del II Cuerpo, recibió un frío comunicado del cuartel general del mariscal Alexander, comandante en jefe de las fuerzas aliadas en el Mediterráneo. Le anunciaban el reconocimiento de los gobiernos aliados del nuevo gobierno de Unidad Nacional constituido en Polonia y le pedían que tomase las medidas oportunas para que la noticia no afectase a la disciplina de sus hombres. También le informaban de que, este giro político, no implicaba que las fuerzas polacas leales al gobierno de Tomasz Arciszewski en Londres quedasen desmovilizadas.

Anders redactó un amargo comunicado para explicar a sus soldados la nueva situación. Los gobiernos de Gran Bretaña y los Estados Unidos, habían roto con el gobierno al que ellos debían lealtad, para reconocer al que se había formado en su patria a la sombra de los soviéticos.

Poco podía hacer Anders para consolarlos cuando ni él mismo entendía cómo los aliados occidentales podían haber llegado a tal grado de mezquindad en su trato con una nación que había sido la primera en sufrir la embestida nazi y por la que Gran Bretaña había decidido entrar en guerra.



[1] Uno de ellos había muerto en las prisiones del NKVD.
[2] Wladyslaw Anders, Op. Cit., pp. 386-387.
[3] Wladyslaw Anders, Op. Cit., pp. 386-387.
[4]Jan Ciechanowski, Defeat in Victory, Doubleday & Company, 1947, p. 386.

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