martes, 14 de junio de 2011

LITTLE BIGHORN, ISANDLWANA, ADUA... LOS DESASTRES COLONIALES (IV) Jorge Álvarez

Son demasiados… ¡Fuego a discreción!

Sargento del 7º Regimiento de Caballería, Montana, Junio de 1876
(Jorge Álvarez)

Poco después del mediodía del 25, mientras las tres compañías del capitán Benteen se encaminaban a explorar las ondulaciones hacia el Sur, Custer y Reno se aproximaban hacia el Little Bighorn desde el Este. La columna de Reno se separó de la de Custer cabalgando a su izquierda. Ambas columnas avanzaron en paralelo y, a ratos, dependiendo del terreno, la una a la vista de la otra.


Sobre las dos de la tarde la columna de Custer con sus 221 hombres alcanzó un promontorio sobre el que se alzaba un solitario tipi que albergaba los restos de un guerrero caído en el combate del Rosebud contra la columna de Crook ocho días antes. Custer seguía sin saber con exactitud el tamaño del campamento hostil que se hallaba frente a él. En ese momento, sus guías le advirtieron de una partida de Cheyennes que parecía huir hacia el Oeste, cuando en realidad lo que estaba haciendo era incorporarse al gran campamento. Custer, convencido de que la presa se le escabullía, decidió atacar. A las dos y media envió un mensaje a Reno y le ordenó separarse definitivamente, cruzar el Little Bighorn y atacar a los indios desde el Sur.

Custer dirigió su columna hacia el Norte en paralelo a la orilla oriental del Little Bighorn. Sabía que a su izquierda y en la orilla opuesta, se encontraba el campamento indio pero entre éste y sus tropas se interponían unas crestas que descendían hacia el río y le impedían ver la magnitud del campamento. Su experiencia de anteriores acciones contra los indios, le había enseñado que éstos, ante la aparición de la caballería, desmontaban a toda prisa el campamento e intentaban poner a salvo a mujeres, niños, caballos y enseres sacrificando a algunos guerreros para cubrir la retirada. Por ello, lanzó a Reno a un ataque de Sur a Norte en la seguridad de que provocaría la huída de los hostiles hacia el Noroeste, y exactamente hacia allí dirigía ahora a sus cinco compañías,  con   la  intención de caer sobre ellos de Norte a Sur, cortándoles la retirada. 

Sobre las tres el mayor Reno, ignorante de la magnitud de la fuerza enemiga a la que se le había ordenado atacar, formó en línea a sus tres compañías y con 175 hombres, incluidos los exploradores, cargó contra cerca de tres mil indios. Éstos habían estado vigilando la aproximación de los soldados pero creían que el contingente enemigo se limitaba a la columna de Custer y nada sabían de la columna de Reno por lo que, en los primeros instantes, fueron cogidos por sorpresa. Sin embargo, rápidamente comenzaron a llegar al extremo Sur del campamento ingentes cantidades de guerreros. Ante la creciente resistencia Reno pasó a la defensiva, ordenó desmontar y formó una línea de fusileros. Uno de cada cuatro hombres puso a salvo los caballos en la retaguardia, en una arboleda cercana. La línea de Reno se apoyaba en su flanco derecho en la orilla de uno de los meandros del Little Bighorn, sin embargo, por el flanco izquierdo había un enorme terreno despejado. Con escasamente 100 fusileros Reno se enfrentaba pasadas las tres de la tarde a más de quinientos guerreros, y cada vez llegaban más.

Jorge Álvarez

Hacia las tres y veinte Custer, que seguía avanzando hacia el Norte, recibió un mensaje que le informaba de que los indios, lejos de huir, estaban cabalgando en masa al encuentro de Reno. A esa hora, y desde una altura, Custer vio por primera vez el enorme tamaño del campamento que estaba atacando. Hizo llamar al corneta John Martin (realmente Giovanni Martini, un inmigrante italiano que a duras penas hablaba inglés) y le mandó dar alcance a la columna de Benteen para entregarle un mensaje en el que le ordenaba reunirse a toda prisa con él. El ayudante de Custer, teniente Cooke, lo redactó: “Benteen venga. Gran campamento. Dese prisa. Traiga suministros”. Custer pensaba que, a pesar del gran número de hostiles, con las tres compañías de Benteen de refuerzo y contando con que la mayoría de los guerreros estaban acudiendo hacia el extremo Sur para atacar a Reno, podría irrumpir sin apenas resistencia por el extremo Norte y atrapar a los indios entre dos fuegos[1].

A las tres y media, los guerreros de Caballo Loco estaban flanqueando a los hombres de Reno por su expuesto flanco izquierdo con peligro evidente de envolvimiento. El mayor ordenó una retirada hacia la arboleda. Los indios, envalentonados y cada vez más numerosos según nuevos guerreros se incorporaban al combate desde el Norte del campamento, hostigaban la nueva posición de Reno con fiereza. Pasados 20 minutos Reno, desconcertado e inseguro, comenzó a dar órdenes contradictorias hasta que finalmente ordenó una retirada, que inmediatamente se convirtió en una trágica desbandada, hacia un promontorio que pasaría a la Historia como Reno Hill. A la seguridad incierta de la nueva posición llegaron poco más de 100 de los 175 hombres de Reno. En los cinco minutos que duró la desbandada desde el bosque hasta el cerro, cayeron más de 60 hombres.

A las cuatro y veinte, cuando todo parecía perdido para los exhaustos supervivientes del batallón de Reno, hizo su aparición salvadora el capitán Benteen con sus 120 hombres. La posición fue reforzada y se mantuvo. En gran parte gracias a la oportuna llegada de Benteen, pero también porque la mayoría de los indios habían regresado hacia el campamento para hacer frente a la columna de Custer, que seguía intentando rodear el poblado por el Norte, ignorando que Caballo Loco y sus guerreros estaban intentando sobrepasarla por el Oeste para caer sobre ella desde el Norte… y aniquilarla hasta el último hombre.

***

Poco después del mediodía del 22 de Enero los casacas rojas de Isandlwana comenzaban a ser  conscientes de que podían tener serios problemas. A esa hora era evidente que las fuerzas atacantes eran muy numerosas. Pulleine envió un nuevo mensaje a Chelmsford, aunque de contenido impreciso y confuso: “Fuego nutrido a la izquierda del campamento. Shepstone ha venido con refuerzos e informa que los zulúes están retirándose. Todas las fuerzas del campamento han salido y combaten a una milla en el flanco izquierdo”. Si hubiese esperado sólo unos minutos más, Pulleine podría haber visto al grueso del ejército zulú con sus propios ojos acercándose, no retirándose y en consecuencia, podría haber redactado un mensaje más ajustado a la realidad.

El coronel Durnford, que, con su caballería nativa patrullaba las onduladas extensiones a unos 6 kilómetros al Este del campamento, se topó de lleno con elementos del cuerno izquierdo del dispositivo zulú que intentaban rodearlo. Una media hora después, tras una ordenada retirada abriendo fuego de vez en cuando, los hombres de Durnford desmontaron y defendieron una posición a lo largo de un cauce seco para frenar el avance del flanco izquierdo zulú. Mientras tanto, en el campamento de Isandlwana los británicos veían acercarse a la impresionante marea que constituía el pecho-centro del ejército zulú sin comprender cómo tantos enemigos podían haberse acercado tanto hasta ellos sin ser descubiertos. El dispositivo británico en el campamento lo formaban seis compañías de infantería imperial del 24º Regimiento desplegadas en línea; de izquierda a derecha se situaban las compañías del capitán Younghusband, del capitán Mostyn, del teniente Cavaye, del teniente Porteus, del capitán Wardell y del teniente Pope[2].


Entre las compañías de Cavaye y Porteus se emplazaron, unos doscientos metros más atrás las dos piezas de siete libras de la Artillería Real.

En los primeros momentos de la batalla, parecía que este dispositivo podría aguantar la avalancha zulú. La fuerza principal del pecho zulú, el impi[3] uMcijo se lanzó al asalto con esa furia que sólo los zulúes eran capaces de imprimir a sus ataques. Sin embargo, las disciplinadas y certeras descargas de las compañías de Porteus y Wardell obligaron a los zulúes a detener su avance y pegarse al suelo como reptiles. El tremendo poder del calibre de los rifles Martini-Henry causaba estragos en las filas de los atacantes.

Sin embargo, sobre la una de la tarde las cosas empezaron a torcerse en las filas británicas. Las compañías habían formado muy lejos de los carros de suministros y las cajas de munición no habían sido abiertas con antelación. La cadencia de fuego comenzó a flaquear en la línea debido a la escasez de cartuchos, mientras largas colas de soldados esperaban junto a las carretas a que los hombres de la intendencia abriesen las cajas cerradas con tornillos y les repartiesen los paquetes de munición para llevárselos a toda carrera a sus compañías formadas a centenares de metros de distancia. En el flanco derecho británico, los 150 hombres de la caballería nativa de Durnford, que seguían manteniendo a raya al cuerno izquierdo zulú, también comenzaron a quedarse sin municiones. Pulleine dispuso a la compañía del teniente Pope para que alargase su línea hacia la derecha para cubrir a los jinetes y ordenó a los dos cañones que dejasen de castigar al pecho zulú para hostigar al impi iNgobamakhosi que se enfrentaba a Durnford.

(Jorge Álvarez)


Pulleine decidió entonces ordenar un repliegue general para formar una nueva línea más cerca del campamento. Cuando las compañías dejaron de disparar y comenzaron a correr hacia la montaña de Isandlwana, los guerreros del centro del ejército zulú que hasta entonces habían recibido un duro castigo, crecidos ante la retirada del enemigo, y aprovechando que los cañones ya no apuntaban sobre ellos se lanzaron a una carga frenética y suicida con moral renovada. En ese momento crucial y fatídico, sobre la una y cuarto de la tarde, Durnford, casi sin municiones, ordenó igualmente a sus hombres replegarse sobre el campamento. Casi simultáneamente, el uMcijo en el centro y el iNgobamakhosi y el uMbonami en el cuerno izquierdo se lanzaron en persecución de las unidades que se retiraban hacia el campamento. Y comenzaron a penetrar por los huecos y a rodear a las compañías. La del teniente Pope fue la primera en recibir la embestida cuerpo a cuerpo y atrapada entre elementos de estos tres impis fue aniquilada sin contemplaciones. Los británicos estaban perdiendo la cohesión táctica y sin ella, poco podían hacer ante la abrumadora superioridad numérica del enemigo.


***

Soldado de los Cacciatori, Adua, Marzo de 1896
Jorge Álvarez
A las seis de la mañana las fuerzas etíopes comenzaron a atacar a los ascari de Albertone. Las otras brigadas, mucho más rezagadas, aún no habían alcanzado sus objetivos. La fuerte embestida de los hombres de Ras Tekle Haymanot tomó por sorpresa a la primera línea de tropas nativas. Albertone ordenó un repliegue. A las ocho y cuarto, ante la gravedad de la situación, envió un mensaje a Baratieri urgiéndole a intervenir[4]. Lo único que éste podía hacer era avanzar desde la retaguardia con la brigada de reserva o hacer intervenir a la brigada de Dabormida en su apoyo. Ésta avanzaba por el flanco derecho, pero había progresado más que la de Arimondi, razón por la cual parecía la más indicada para enlazar con la de Albertone. A las ocho y media el batallón Turitto, que constituía la vanguardia de la brigada, sobrepasado por los abisinios, se batía en retirada. A esa hora, el resto de las fuerzas de Menelik habían entrado ya en acción infiltrándose por los flancos de Albertone y progresando hacia el encuentro con las restantes brigadas italianas. Los etíopes se anticipaban a cualquier movimiento italiano. La enorme distancia entre las brigadas impedía a éstas apoyarse mutuamente y, por el contrario, permitía a los etíopes concentrar sus fuerzas, ya de por sí muy superiores, en cada una de ellas sucesivamente.

A las diez de la mañana, mientras las tropas nativas de Albertone sucumbían disparando sus últimos cartuchos Dabormida y Arimondi estaban a punto de correr la misma suerte.

[1] John Martin fue el último hombre blanco que vio a Custer y a sus hombres con vida. Lo que realmente le ocurrió a las cinco compañías de Custer después de que Martin se separara sólo se puede deducir de los relatos que hicieron los indios y de las investigaciones de tipo arqueológico llevadas a cabo sobre el campo de batalla.
[2] De las seis compañías del 24º regimiento que formaron y murieron en Isandlawana cinco pertenecían al primer batallón y sólo la de Pope pertenecía al segundo.
[3] Los zulúes llamaban impis  más o menos a lo que los europeos llamamos regimientos.
[4] Baratieri recibió el desesperado mensaje de Albertone a las nueve y cuarto. Entonces decidió enviar a su encuentro a la reserva (brigada Ellena), pero para entonces, la brigada de Albertone había dejado de existir.


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