La ofensiva contra el Talmud
En 1215 Inocencio III, un gran Pontífice contemporáneo de San Francisco de Asís, convocó el IV Concilio de Letrán. Las medidas adoptadas respecto a los judíos iban a intentar frenar el enriquecimiento de éstos a costa de los cristianos más pobres. En concreto, se obligaba a los judíos a distinguirse con ropajes característicos a fin de identificarlos más fácilmente y se prohibía a los reyes y nobles contratar a judíos para cargos públicos lo que en la práctica debía acabar con la contratación de hebreos como agentes del fisco. En general, el Concilio intentó separar a los judíos de los gentiles a efectos económicos. Con buen criterio, la Iglesia había observado que los judíos se aislaban voluntaria y altivamente de los cristianos para cualquier actividad, excepto para los negocios y la usura. Resultaba evidente que la influencia económica de los judíos enriquecía a los cristianos poderosos, por supuesto a los propios judíos y empobrecía a los cristianos humildes encadenándolos a vivir del crédito. La Iglesia había decidido, con criterio justo, que si los judíos gustaban de aislarse de los impuros cristianos idólatras y paganos, también deberían permanecer aislados en cualquier actividad en la que pudieran situarse por encima de ellos y obtener provecho a su costa. Estas medidas suponían un durísimo golpe para los negocios de los judíos[1] y esta es la principal razón por la que la historiografía judía arremete sin piedad contra Inocencio III y el IV Concilio de Letrán. En los años siguientes, diferentes Papas, como Gregorio IX o Inocencio IV, fueron concretando estas medidas e intentando, con la ayuda de las órdenes mendicantes y con desigual fortuna, que los reyes y nobles de la cristiandad las hiciesen cumplir.