martes, 3 de abril de 2012

EL CONFLICTO CON EL MUNDO ÁRABE (XVIII). Jorge Álvarez.

La Guerra del Yom Kippur (III)



Cuando estos hechos tenían lugar, el escándalo Watergate, que acabaría con la carrera de Nixon, se acercaba a uno de sus puntos de inflexión, la famosa “masacre del sábado noche”, que tendría lugar exactamente once días después de que el presidente ordenase enviar a Israel todo el apoyo que los judíos demandaban.

En las elecciones de 1968 en las que Nixon llegó a la Casa Blanca, el 81 por ciento de los votantes judíos votaron por el candidato demócrata Hubert Humphrey. Es un hecho incontestable, como ya vimos con anterioridad, que los judíos de los Estados Unidos no querían a Nixon y él lo sabía. ¿Intentó frenar la campaña que contra él empezaban a desencadenar importantes medios de comunicación propiedad de notables judíos? Tal vez, pero no le sirvió de nada.



 
En cualquier caso, se puso en marcha la Operación Nickel  Grass. Sobre el MAC, Mando Militar de Transporte Aéreo (Military Airlift Command), recayó el peso de esta ciclópea misión. El general Paul K. Carlton, comandante del MAC, comenzó a organizar lo que sería el puente aéreo de mayor envergadura y montado en menos tiempo de la Historia. El general George S. Brown, jefe del Estado Mayor de la Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos secundaría plenamente a Carlton en la misión. El general Brown se anticipó a las órdenes presidenciales ordenando el envío urgente a Israel de dos escuadrones de cazabombarderos F-4 Phantom equipados con sistemas de contramedidas electrónicas.

Carlton y Brown se entregaron en cuerpo y alma a la misión que les había sido encomendada.

“Ambos sabían también que muchos de los productos de la lista eran cruciales para el poderío de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, tan agotadas por la Guerra de Vietnam. Entre ellos se encontraban los misiles aire-aire, los equipos de contramedidas electrónicas y cierto número de Phantom F-4.”[1]

En aquel momento de la guerra las fuerzas armadas israelíes estaban al borde del colapso.

“La Fuerza Aérea Israelí constituía un factor crítico; las estimaciones más optimistas sólo le concedían cuatro o cinco días más como fuerza operativa, si continuaba esa misma situación, y a partir de entonces su capacidad declinaría de forma precipitada y alcanzaría lo que los líderes israelíes llamaban la línea roja. Era este el punto en que ya no podrían efectuarse operaciones a gran escala. Hasta un ciego advertiría que, si las Fuerza Aéreas Israelíes mordían el polvo, la guerra estaba perdida.”[2]

Justo en el momento en el que los norteamericanos decidían salvar a Israel de una derrota táctica que no supondría en forma alguna la desaparición del estado judío, sino una cura de humildad que obligaría a los sionistas a negociar con sus vecinos árabes un statu quo razonable, las Fuerzas de Defensa Israelíes sólo disponían de municiones y repuestos para dos semanas.[3]

Los primeros aviones de la Operación Nickel Grass no llegaron a Israel hasta el 13 de Octubre, cuando la contraofensiva israelí estaba cambiando el signo de la guerra. Pero los israelíes nunca se habrían atrevido a lanzar los contraataques que finalmente les llevaron a la victoria sin contar el respaldo del puente aéreo de Nixon. La puesta en marcha de la Operación Nickel Grass permitió a Israel utilizar sus últimas reservas de armamento y munición sabiendo que les serían repuestas de forma inmediata. Siguiendo de nuevo al coronel Boyne,

“El puente aéreo del MAC no comenzaría hasta el 13 de Octubre. Con la perspectiva que ofrece el tiempo, esa demora no fue tan crucial como pudiera parecer, pues la simple promesa de la puesta en marcha de un puente aéreo permitió a las fuerzas israelíes utilizar sus reservas de munición de la manera que consideraron más conveniente. Pero el factor más importante, una cruda realidad demasiado a menudo silenciada, es que el puente aéreo fue decisivo para el resultado de la guerra mucho antes de que el primer aparato del MAC aterrizara en Lod.”    

Por su parte, el periodista e historiador judeo-americano Abraham Rabinovich no dudó en reconocer,

“Mientras el puente aéreo norteamericano no sustituyó de forma inmediata las pérdidas de equipo israelíes, si permitió a Israel gastar lo que tenía con más libertad.”[4]

La respuesta norteamericana sobrepasó todos los niveles habituales en este tipo de ayudas a países aliados. Una vez más, reproduzco lo expuesto por Boyne,

“El general Brown, jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea, había puesto en alerta al AFLC[5] los días anteriores, para que estuviera preparado a atender el movimiento de suministros desde almacenes, fábricas y unidades operativas hasta los puntos de distribución, donde pudiera recogerse el material para su envío a Israel. Hemos insistido en el concepto de unidades operativas, pues significaba un alejamiento de la práctica normal, una violación de todas las teorías de preparación de la Guerra Fría. Desde la Guerra de  Corea se habían mantenido los niveles bélicos de los almacenes de equipo, de recambios y de municiones para el servicio activo. El hecho de tomar equipo de un escuadrón en servicio activo y trasladarlo a ultramar, aunque fuera a un aliado como Israel, significaba un cambio total en la práctica habitual.”[6]

Los Estados Unidos, como vemos, no sólo se comprometieron a ayudar masivamente a Israel, sino que además, violando todos los protocolos de actuación, debilitaron a sus propias fuerzas operativas en activo para entregar al ejército israelí lo más deprisa posible los mejores y más avanzados equipos militares.

El error político-diplomático de esta apresurada y desmesurada ayuda quedó de manifiesto cuando los Estados Unidos solicitaron a sus aliados europeos que colaborasen en el puente aéreo cediendo bases para el repostaje de los aviones con destino a Israel. Los gobiernos de Europa occidental, incluido el de Franco en España, se negaron en redondo a la propuesta norteamericana. Resultaba evidente que Europa no tenía nada que ganar colaborando en esta operación de auxilio a Israel y mucho que perder. Los gobiernos europeos, mucho menos dependientes del poder intimidatorio de los judíos que el gobierno americano, y en cambio mucho más dependientes del petróleo de Oriente Medio, no querían indisponerse con los gobiernos árabes más de la cuenta. Las cancillerías europeas sabían que la supervivencia de Israel no estaba en juego, porque ni Siria ni Egipto poseían la fuerza necesaria para aniquilar al ejército judío. Lo más que podía ocurrir era una derrota táctica israelí que le obligaría a negociar con más humildad un nuevo escenario con sus vecinos árabes, algo que muchos gobiernos de Europa veían con agrado. Así pues, los Estados Unidos se encontraron con un problema logístico de envergadura. Los C- 141 Starlifter y los descomunales C-5 Galaxy necesitaban hacer al menos una escala entre sus bases y el aeródromo israelí de Lod, y ninguno de los tradicionales aliados europeos parecía dispuesto a ceder alguna base para este propósito. De hecho, incluso negaron a los aviones norteamericanos la autorización para usar sus espacios aéreos. En ese momento, de forma sorprendente, Portugal decidió ceder una base en las islas Azores al puente aéreo de Nixon, seguramente después de que el gobierno británico se lo “sugiriese”. La fuerza aérea norteamericana despachó rápidamente un equipo de trabajo a las Azores para acondicionar debidamente la base aérea de Lajes en la isla Terceira.

Con la seguridad del masivo apoyo prometido el ejército israelí abandonó su prudente táctica defensiva para contraatacar en los dos frentes.

El día 11 una contraofensiva israelí obligó a las fuerzas sirias, después de sufrir enormes pérdidas, a retirarse de casi todo el territorio ganado en los días previos. Los israelíes se apostaron en los Altos del Golán y las fuerzas sirias se atrincheraron para defender la ruta hacia Damasco.

Con el frente Norte estabilizado, los israelíes centraron su atención en el Sinaí, con la intención de desbaratar la ofensiva egipcia

La táctica israelí de ataque con blindados se basaba en un descomunal apoyo artillero móvil que machacaba permanentemente los flancos y el frente de avance de las columnas blindadas, inmovilizando al enemigo y neutralizando su capacidad para lanzar contraataques. Esta táctica requería una elevada pericia, pero también requería disponer de enormes reservas de municiones, porque las barreras de fuego móviles consumían granadas de artillería a un ritmo que pocas fuerzas armadas se podían permitir. Con el puente aéreo en marcha, esto dejó de ser un problema.

Hasta el 14 de Octubre los egipcios, excesivamente cautelosos, no se decidieron a reanudar el avance desde sus posiciones consolidadas en la orilla oriental del Canal de Suez. Durante los días previos, las fuerzas israelíes habían aprovechado la inactividad egipcia para concentrar gran parte de sus reservas en el Sinaí en espera de la ofensiva egipcia. Cuando ésta finalmente se puso en marcha la respuesta israelí fue contundente. En las yermas tierras del Sinaí se produjeron dantescos combates en los que se vieron involucrados enormes contingentes de blindados al tiempo que sobre ellos, aviones y misiles de ambos bandos chocaban de forma espectacular intentando apoyar a sus fuerzas terrestres.

Desde el día 13 había comenzado a llegar a Israel la ansiada ayuda norteamericana. El día 15 los israelíes efectuaron una arriesgada maniobra de infiltración de tropas  acorazadas entre la unión de los dos ejércitos egipcios que habían cruzado el Canal (2º por el norte y 3º por el sur) con el objetivo de cruzarlo en dirección contraria y situarse en la retaguardia del Tercer Ejército egipcio embolsándolo. La maniobra, tuvo éxito y cambió por completo el signo de la guerra.

Mientras tanto, la Unión Soviética y los Estados Unidos debatían la manera de poner fin a las hostilidades de la forma más provechosa posible para sus respectivos aliados. El 23 de Octubre el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, mediante la resolución 339 llamó a los contendientes a un cese de las hostilidades. Aunque el intercambio de fuego continuó hasta el día 26, las armas fueron callando. Llegaba el momento de la diplomacia.

Tres semanas después de la declaración del alto el fuego, Golda Meir declararía en el transcurso de un mitin en Washington con los líderes de la comunidad judía de los Estados Unidos,

“Para las próximas generaciones, todos nosotros debemos recordar el milagro de los inmensos aviones que desde los Estados Unidos trajeron el material que significó la supervivencia para nuestro pueblo.”

No iba a ser así. Al cabo de menos de una década, la historiografía sionista ya había optado por minimizar la importancia del puente aéreo de Nixon y atribuir toda la gloria de la victoria a la pericia y el arrojo de las fuerzas armadas israelíes.


[1] Walter J. Boyne, Guerra a las dos en punto. Crisis nuclear en la guerra árabe israelí de 1973, Ariel, 2005, p. 98.
[2] Walter J. Boyne, Op. Cit., p.102.
[3] Walter J. Boyne, Op. Cit., p.105.
[4] Abraham Rabinovich, The Yom Kippur War: The Epic Encounter That Transformed the Middle East, Schocken Books, 2005, p. 491.
[5] AFLC, Mando Logístico de la Fuerza Aérea (Air Force Logistic Command).
[6] Walter J. Boyne, Op. Cit., pp.121-122.

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