domingo, 26 de agosto de 2012

WINSTON CHURCHILL, AL SERVICIO SECRETO DE... LOS JUDÍOS (II). Jorge Álvarez.



Mientras Churchill condenaba con vehemencia la violencia antisemita y acusaba al gobierno ruso de instigarla, entre las personalidades que seguían el discurso desde el palco se encontraba un judío nacido en Rusia y afincado en Inglaterra, firmemente comprometido con la causa sionista, Chaim Weizmann. A partir de este momento, como señala Martin Gilbert, entre estos dos líderes políticos “dio comienzo una estrecha colaboración en la evolución de las necesidades y las políticas del sionismo.”
Winston Churchill dedicó sus vacaciones del verano de 1905 a viajar por Europa con todo el lujo que acostumbraba. Curiosamente sus tres amables y obsequiosos anfitriones fueron tres acaudalados judíos: Sir Ernest Cassel, en su fastuosa villa de los Alpes Suizos, el Barón de Forest, en su castillo de Moravia y Lionel Rothschild en Italia.

 
En Enero de 1908 la Federación Sionista Inglesa se dirigió a Churchill para pedirle que les enviara un mensaje de adhesión con motivo de la celebración de su conferencia anual. El 30 de Enero les envió el siguiente mensaje:
“Soy totalmente solidario con las tradicionales e históricas aspiraciones de los judíos. La restauración a ellos de un centro de auténtica identidad racial y política sería un formidable evento en la historia de la humanidad.”
En 1914 estallaba la Primera Guerra Mundial, que habría de tener consecuencias decisivas para la causa sionista. Churchill había sido nombrado Primer Lord del Almirantazgo (Ministro de Marina) en 1911. En aquellos años se hizo evidente que los grandes barcos de guerra debían sustituir sus sistemas de propulsión alimentados por carbón por los modernos motores de explosión a base de petróleo. Para la política británica su Armada había sido siempre un prioridad, por cuanto era la garante de la seguridad del Imperio y de las rutas marítimas que lo unían. En este momento, Churchill toma contacto con la realidad emergente de la geoestrategia del petróleo. Y comienza también a interesarse por el petróleo como negocio.
En 1915, con el frente occidental bloqueado, Churchill diseña una gigantesca operación anfibia contra los turcos en los Dardanelos. La ofensiva aliada fracasó después de casi un año de durísimos combates y 250 mil bajas, y el desastre le costó el puesto de Primer lord del Almirantazgo a Churchill.
En 1917 la guerra se complicaba para los aliados francobritánicos. La caída del Zar Nicolás II en marzo y la formación de un gobierno provisional de centroizquierda bajo la presión constante de los bolcheviques amenazaban con provocar un colapso en Rusia que desembocase en su salida de la guerra. Si esto ocurría, los alemanes, liberados de la lucha en dos frentes, podrían enviar al frente occidental numerosos refuerzos contra británicos y franceses.
El 2 de Noviembre el gobierno británico hizo pública una declaración que tendría consecuencias de enorme trascendencia. El secretario del Foreign Office, Lord Balfour, envió una carta a Lord Rothschild expresando el apoyo del gobierno británico al establecimiento de un hogar nacional judío en Palestina.
¿Qué movió al gabinete de Lloyd George a dar este paso? La necesidad de ganar al judaísmo mundial para la causa aliada. Por una parte los británicos sabían que entre los revolucionarios rusos los judíos, enemigos jurados del zar, ocupaban un lugar destacado por número e influencia en los principales órganos de poder. Y por otra, sabían que los aún más poderosos judíos de los Estados Unidos, por este motivo, simpatizaban con la causa revolucionaria rusa. El compromiso del Gobierno de Su Majestad con la causa sionista buscaba la contrapartida del compromiso de los judíos con la causa aliada. No debemos olvidar que cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, a diferencia de lo que ocurrió con la Segunda, en la que los judíos americanos fueron los más activos partidarios de la intervención desde el primer momento, el judaísmo en 1914 no mostró ningún entusiasmo por la causa de la Triple Entente, por la única razón de que uno de sus integrantes era la odiada Rusia zarista. Los judíos de América no querían que el presidente Wilson metiese a los Estados Unidos en una guerra en el mismo bando que la Rusia autocrática del antisemita Nicolás II. En cualquier caso Estados Unidos hacía caja con la guerra otorgando enormes créditos a Francia y Gran Bretaña, dinero que éstas empleaban en comprar a empresas americanas armamento, munición, vehículos, combustible y equipos de todo tipo. Pero había un problema, si perdían la guerra sus clientes, el negocio irremisiblemente se vendría al traste, porque Gran Bretaña y Francia, derrotadas y arruinadas, no podrían devolver los créditos y además dejarían muchos y muy grandes impagos a sus proveedores americanos. Y en 1917, tercer año de la guerra, esta posibilidad adquiría por momentos visos de convertirse en un hecho.
La caída del Zar resultó determinante para la entrada en guerra de los Estados Unidos. Apenas tres semanas después de la abdicación de Nicolás II, el Congreso, a petición del presidente Wilson, declaró la guerra al Reich alemán. No es en absoluto temerario afirmar que el inicio de la revolución en Rusia allanó el camino para que los americanos diesen este paso. Los grandes medios de comunicación de los Estados Unidos, en gran medida en manos de capital judío, se volvieron mucho más belicistas y la opinión pública, como consecuencia de ello, también. En definitiva, la caída del Zar eliminó el principal escollo para la intervención americana. Pero, la caída del Zar generó a la vez un problema para los aliados. Si bien el gobierno provisional declaró que Rusia que no se retiraría de la guerra y respetaría sus compromisos con la Triple Entente, los elementos más radicales, principalmente los bolcheviques, no dejaban de hacer campaña a favor de firmar un armisticio con Alemania para poner fin a una guerra que consideraban imperialista y ajena a los intereses de clase del proletariado. Martin Gilbert lo reconoce con absoluta sinceridad:
“El Gabinete de Guerra confiaba en que, estimulados por la promesa de un hogar nacional judío en Palestina, los judíos rusos empujarían a Rusia - por entonces sacudida por la revolución - a permanecer en la guerra, y que la judería americana estimularía la aceleración de la participación militar de los Estados Unidos- que aunque acababan de entrar en la guerra aún no habían entrado en combate. Para asegurar estos resultados, Weizmann accedió a acudir primero a los Estados Unidos y después a Rusia, con el propósito de liderar la campaña para despertar a los elementos belicistas entre las masas judías en ambos países.”
“La Declaración Balfour había sido proclamada demasiado tarde para afectar el triunfo bolchevique. Sin embargo sí fue útil para movilizar a los judíos de América, especialmente a aquellos que eran originarios de Rusia…”
Resulta pues evidente qué fue lo que motivó a los británicos a hacer esta polémica declaración.
Ese mismo año Churchill fue nombrado Ministro de Municiones, un cargo de enorme relevancia en el contexto de una guerra de la envergadura de la que se estaba librando. Es en este período cuando entabló una especial relación, que habría de adquirir una trascendencia de gran alcance en el futuro, con su homólogo norteamericano, Bernard Baruch, que además de ser el presidente de la Oficina de Industrias de Guerra, era un consejero de máxima confianza del presidente Wilson y sobre el que ejercía una influencia decisiva. Baruch era uno de los judíos más ricos y poderosos de los Estados Unidos y era un especulador financiero en toda regla, tal vez el más prestigioso de Wall Street. La relación entre Churchill y él enseguida trascendería la política.
La guerra acabó en Noviembre de 1918. En el nuevo gabinete surgido de las elecciones de Diciembre Churchill fue nombrado Secretario de Estado de Guerra y Secretario de Estado del Aire.
Aunque el armisticio había puesto fin a las hostilidades en el oeste, en la Europa oriental los conflictos se sucedían y se solapaban. El más grave de ellos fue la Guerra Civil Rusa, que siguió al triunfo de la revolución. Y este conflicto atrajo de forma especial la atención de Churchill como flamante Secretario de Estado de Guerra. Esta lucha sin cuartel entre los rusos rojos y los rusos blancos resultó complicada de digerir para los anglosajones. Por un lado, los bolcheviques habían traicionado a los aliados abandonando la guerra en 1917 firmando con los alemanes el Tratado de Brest-Litovsk. Pero, por otro lado, entre los máximos dirigentes de la Rusia roja había una desproporcionada cantidad de judíos. Si a ello añadimos que casi todos los generales que lideraban los ejércitos blancos y la mayoría de los soldados que integraban estas fuerzas, eran tan anticomunistas como antisemitas, la posición de británicos y anglosajones resultaba delicada, por la enorme influencia del elemento judío en el Reino Unido y más aún en los Estados Unidos.
En concreto, para Churchill, la Guerra Civil Rusa se convirtió en un constante quebradero de cabeza. Él era un antibolchevique convencido, pero al mismo tiempo era un fanático filosemita. Sin embargo no ignoraba que los judíos estaban jugando un papel decisivo en el movimiento bolchevique. Le hubiese gustado que los ejércitos blancos hubiesen derrocado a Lenin, pero al mismo tiempo, veía con horror que estas fuerzas trataban a los judíos con extrema dureza. Una vez más cito al biógrafo y admirador de Churchill, el judío y sionista Martin Gilbert:
“En su determinación por ver el bolchevismo aplastado en Rusia, Churchill estudió la naturaleza y la organización del gobierno bolchevique de Moscú. Le resultaron reconocibles los nombres y orígenes de todos sus líderes: Lenin era casi el único miembro del Comité Central que no tenía origen judío. Ni Churchill ni sus colegas, ni los judíos, sabían entonces que el abuelo paterno de Lenin era judío.
En un discurso pronunciado en Sunderland en 1920, describiendo el escenario mundial, Churchill calificó al bolchevismo como un “movimiento judío”.

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