Cuando a finales de julio
de 1944 los aliados anglosajones consiguieron romper el frente de Normandía y
destruyeron a una parte considerable de las fuerzas alemanas del noroeste de
Francia, pudieron comprobar con una mezcla de asombro y alivio, que detrás de
aquel dispositivo defensivo tan tenaz que la Wehrmacht había montado en el bocage normando, no había nada. Detrás
de la primera línea defensiva no había otra segunda línea, como ocurría en
Italia, ni había reservas. El frente alemán en el noroeste de Europa, a
mediados de agosto, después de la batalla de la bolsa de Falaise, simplemente
se desintegró. En menos de dos semanas el ejército anglocanadiense de
Montgomery estaba en Bélgica y las
fuerzas de Patton en Metz, al lado de la frontera alemana.
Las fuerzas del Reich,
durante las dos últimas semanas de agosto no estaban en retirada, estaban en
franca desbandada. En aquel momento, a principios de septiembre de 1944, cuando
se cumplía el quinto aniversario del inicio de la guerra, los anglosajones se
convencieron de que estaban a punto de ganarla y de que Alemania se rendiría
antes de Navidad.
Es muy posible que si
los jefes militares angloamericanos hubiesen sido más brillantes y sus soldados
más osados, es decir si hubiesen actuado contra el enemigo desmoralizado como
lo habrían hecho en su lugar los comandantes y soldados alemanes,
efectivamente, la guerra podría haber finalizado antes de la Navidad. El
general alemán Ludwig Seyfeert, capturado el 6 de septiembre, confesó a sus
captores : “Los aliados podrían haber llegado al corazón de Alemania en menos
de dos meses”. Pero no iba a ser así. Los aliados tenían varios problemas que
les incapacitaban para asestar a la Wehrmacht un golpe definitivo.
Además de la falta de
imaginación de sus generales y de la escasa acometividad de sus soldados los
aliados tenían un problema añadido, que de alguna forma, no era más que una
consecuencia de los problemas anteriores. Los ejércitos angloamericanos se
sabían netamente inferiores en pericia, destreza y valor a sus enemigos
alemanes. Por ello, su doctrina militar consistía en no avanzar sin una
superioridad en potencia de fuego absolutamente abrumadora. Cuando las fuerzas
aliadas avanzaron en dos semanas de forma espectacular ante un enemigo que se
retiraba incluso más deprisa de lo que ellos podían avanzar, se encontraron con
el gran problema logístico. Aunque los alemanes se habían derrumbado
estrepitosamente a mediados de Agosto, carentes de reservas y de líneas
sucesivas de resistencia, habían conservado en su poder casi todos los grandes
puertos de Francia defendidos por guarniciones resueltas a no entregarlos o a
entregarlos con las instalaciones portuarias demolidas. Las fuerzas de
Eisenhower que avanzaron tan deprisa a finales de agosto y principios de
Septiembre hasta alcanzar Bélgica y la misma frontera alemana, seguían
recibiendo la mayoría de los suministros desde Normandía. Y la necesidad de las
desorbitadas cantidades de suministros que las unidades de primera línea
reclamaban para atreverse avanzar en cuanto la resistencia alemana se endurecía,
hacían muy difícil mantener el prodigioso ritmo de avance en septiembre, cuando
las líneas de aprovisionamiento de los millones de toneladas que engullían
estas divisiones, se alargaron y la resistencia alemana se endureció.
Para ilustrar este escenario,
es suficiente un dato. A finales de 1944, el ejército americano tenía
desplegados en Europa más de tres millones de soldados. Pero, en las unidades
de combate, en primera línea de fuego, nunca hubo más de trescientos cincuenta
mil. Es decir, los combatientes eran aproximadamente un diez por ciento de los
soldados yanquis que combatían en Europa, y este diez por ciento sufría más del
setenta por ciento de las bajas. Los demás soldados americanos, se dedicaban a tareas logísticas y
administrativas. Pero esto tenía un porqué.
Para mantener al cien
por cien su abrumadora potencia de fuego, por ejemplo, una división americana “necesitaba”
seiscientas cincuenta toneladas de provisiones diarias. Cualquier división
alemana era capaz de dar un rendimiento en combate muy superior con menos de un
tercio de este aprovisionamiento. Pero además, “necesitaba” toneladas de provisiones
que cualquier otro ejército en campaña consideraría como artículos de lujo. Como
reconoció el historiador británico Max Hastings: “Las carreteras y los campos
de Europa estaban sembrados de paquetes de víveres estadounidenses, y en
especial de zumo de limón en polvo, que gozaba de muy poca aceptación entre los
soldados. La mitad de los veintidós millones de bidones de combustible que se
enviaron a Francia desde el Día D había desaparecido ya en septiembre”. Y si
esto ocurría con las necesidades de combustible, lo mismo ocurría con las
necesidades de munición y explosivos. Un
ejemplo de esta terrible dependencia: a mediados de noviembre de 1944 los
británicos avanzaron hacia el saliente de Geilenkirchen. La 43ª división
británica encontró a las afueras de la población lo que denominaban “una dura
resistencia”. La Artillería Real lanzó contra el enemigo durante media hora
casi ochenta toneladas de granadas de todos los calibres. Cuando acabó el
bombardeo y los infantes británicos avanzaron, descubrieron que la “dura
resistencia” había sido obra de ciento cincuenta hombres de una pobremente
equipada unidad volksgrenadier
austriaca. Los británicos de la 43ª división sufrieron siete bajas, cuatro de
ellas por fuego amigo. Vuelvo a citar a Max Hastings: “Lo sucedido tras la
operación dice mucho en relación con la falta de entusiasmo de que daba
muestras la infantería en el momento de sacar partido de un ataque sin un
brutal “ablandamiento” inicial. Su dependencia psicológica de la artillería y
la aviación no era poca, y dado el colosal despilfarro de munición, apenas
resulta sorprendente que la escasez de material bélico se tornase crónica”. Antony
Beevor abunda en esta incómoda realidad: “Los británicos criticaban a los
americanos porque se negaban a emprender un ataque sin recurrir a la
utilización masiva de bombas. Pero la infantería británica también era reacia a
avanzar sin la cobertura que proporcionaba el fuego intenso de la artillería.
En realidad, todos los Aliados habían ido desarrollando a medida que avanzaba
la guerra una dependencia psicológica de la artillería y la aviación”. Y como
el mismo Beevor señala: “Como el uso intensivo de la artillería, los bombardeos
ponían de manifiesto una paradoja de las democracias sumamente desconcertante.
Debido a la fortísima presión de la prensa y de la opinión pública en sus
propios países, los mandos militares se veían obligados a minimizar sus pérdidas.
Y por lo tanto recurrieron a la utilización máxima de explosivos de alta
potencia, que irremediablemente causaban la muerte de más civiles”. “En su afán
por reducir sus propias bajas, es probable que los altos mandos de las
democracias occidentales mataran a un número más elevado de civiles debido al
uso de explosivos de alta potencia”.
Efectivamente, los
ejércitos anglosajones no pudieron acabar la guerra a finales de 1944 porque
para avanzar frente a un enemigo al que tenían pánico requerían ingentes
cantidades de material que se debía transportar hasta el frente, en Bélgica y
en la frontera alemana, por carretera desde Normandía, porque los bombardeos
aliados previos al “Día D” destinados a impedir que los alemanes empleasen la
red ferroviaria francesa para enviar refuerzos a las playas, habían dañado
estas infraestructuras gravemente. Las carreteras y aun los caminos de Francia
estaban copados por miles de camiones que iban y volvían del frente a
Normandía. No solo la voracidad insaciable de las unidades de primera línea
hacía que la logística aliada fuese cada vez más complicada y caótica, la
corrupción descomunal que se generó en torno a las unidades de transporte
resultó también decisiva. Camiones repletos de todo tipo de suministros se averiaban,
se accidentaban o se perdían con misteriosas desapariciones de su cargamento.
Recientemente, el corresponsal de guerra británico Charles Glass escribió:
“Hacia finales de Septiembre de 1944, el ejército estadounidense del Teatro de
Operaciones Europeo se vio librando la guerra en un frente inesperado. Mientras
sus divisiones combatían a la Wehrmacht en el este de Francia, personal
estadounidense, en acuerdo con criminales franceses, saqueaba los suministros
aliados. Esta era también una guerra con disparos en la que los estadounidenses
luchaban entre ellos”.
A finales del verano de
1944 resultaba evidente que para el esfuerzo bélico aliado se hacía necesario, realmente
providencial, capturar intacto algún importante puerto próximo a la línea del
frente. Eso ocurrió exactamente el 4 de Septiembre cuando la inercia triunfal
de los aliados y la desbandada inusual de los alemanes estaban en pleno apogeo.
Ese día la 11ª División Blindada
británica capturó milagrosamente intacto el puerto de Amberes. El puerto
ideal. Las fuerzas alemanas del XV Ejército de Von Zangen habían sido
sorprendidas y rodeadas al oeste de la ciudad, en la parte Sur de Zelanda, con
el estuario del Escalda como única vía de salida. Como cualquier persona sin
ningún conocimiento de estrategia militar pero con un mínimo de sentido común
puede comprobar tan solo echando un vistazo al mapa de esa zona, resulta
evidente que controlar el puerto de Amberes sin dominar ambas orillas del
estuario del Escalda no sirve absolutamente para nada. En aquel momento, los
británicos podrían haber avanzado por la orilla nororiental del estuario sin
encontrar resistencia. Pero no lo hicieron. Se detuvieron en Amberes a
descansar y a reaprovisionarse. Delante de ellos, los alemanes no tenían nada.
El XV Ejército había quedado bloqueado a la izquierda de la punta de lanza
británica y el VII Ejército estaba desplazado muchos kilómetros a su derecha.
Entre ambos existía una brecha de más de ciento cincuenta kilómetros. Si los
británicos hubiesen sido más audaces, habrían liberado Holanda en menos de una
semana y penetrado en Alemania. En aquel momento de principios de Septiembre,
los alemanes tenían poco más de cien carros de combate en todo el frente
occidental frente a más de dos mil angloamericanos. Liddell Hart lo constató
con amargura: “En este flanco había una enorme brecha de cien millas de
anchura, de cara a los británicos. No había de momento fuerzas alemanas
disponibles para taparla. Raras veces, en poquísimas guerras, se habrá
presentado tal oportunidad”.
Para entonces Hitler
había puesto al frente de las fuerzas alemanas en Europa al mariscal Von
Rundstedt, y al frente del principal contingente, el “Grupo de Ejércitos B”, al
que tal vez sea el mejor comandante de la Segunda Guerra Mundial, el mariscal
Walther Model. En la segunda semana de Septiembre Rundstedt y Model habían
conseguido, una vez más, reorganizar a sus fuerzas e ir montando un frente
cohesionado para intentar detener la siguiente embestida de los angloamericanos,
de la que desconocían por completo el momento y el lugar.
Los aliados, a
principios de Septiembre, con todo a su favor, veinte a uno en carros de
combate, tres a uno en artillería y veinticinco a uno en aviación, no supieron
aprovechar el momento. Y, frente a la
Wehrmacht, las indecisiones se pagaban caras.
Apenas unas horas
después de que los británicos celebrasen exultantes la conquista de Amberes y
se detuviesen a descansar y repostar, Von Runstedt ordenó a Von Zangen sacar a
los cien mil hombres de su XV Ejército cruzando el estuario del Escalda hacia
la orilla nororiental que los incompetentes británicos no se habían apresurado
a ocupar. Al mismo tiempo Model desplegó frente a Amberes y a lo largo de la
línea que discurría más o menos por la frontera entre Bélgica y Holanda al
recién formado Primer Ejército paracaidista a las órdenes del general Student.
En dos semanas, Von Zangen consiguió hacer cruzar el Escalda a más de setenta y
cinco mil soldados, 225 piezas de artillería y unos 700 vehículos.
Sin embargo, por
increíble que parezca, nada de todo esto preocupó lo más mínimo al máximo
responsable de las fuerzas anglocanadienses que avanzaban por Bélgica, el
mariscal Montgomery, posiblemente el más inmerecidamente famoso jefe militar de
la historia. Él estaba pensando en otra cosa. Pensaba en asestar un magistral
golpe definitivo a Alemania ese mismo mes de Septiembre. Su cabeza de lunático
megalómano había parido una delirante pesadilla, la Operación Market Garden.
Pero tenía que endosársela a su jefe directo, Eisenhower. Esto ocurrió el 10 de
Septiembre cuando el Comandante Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas voló
hasta el cuartel general del 21º Grupo de Ejércitos anglocanadiense en
Bruselas. Ike estaba decidido a obligar a Montgomery a que se olvidase de
aventuras deslumbrantes y se concentrase en asegurar las orillas del estuario
del Escalda a la mayor velocidad posible para poder abrir al tráfico el puerto
de Amberes. Después de una vehemente
exposición a cargo de Montgomery de las razones por la que Eisenhower debía dar
prioridad a la audaz Operación Market Garden, Eisenhower, no sin serias
reticencias, accedió a dar luz verde al mayor asalto aerotransportado de la
historia. Y se olvidó del Escalda y de Amberes.
La Operación Market
Garden era absolutamente contraria a la mentalidad de Montgomery, un comandante
tremendamente conservador y muy poco imaginativo. El ambiente de euforia que
existía entre los aliados a principios de Septiembre de 1944 que les impulsaba
a imaginar que el enemigo estaba grogui a la espera del golpe definitivo y el
exacerbado ego de Montgomery, temeroso de que ese golpe final lo pudiese dar su
odiado Patton, fueron las causas de que el timorato mariscal de campo británico
pergeñase una operación tan audaz como Market Garden.
Veamos ahora en qué
consistía esta fantástica cabalgada hacia el corazón de Alemania a través de
Holanda que imaginó Montgomery en un momento de delirio.
Desde el desembarco en
Normandía en Junio los ejércitos anglosajones habían avanzado hacia el este en
dos grandes Grupos de Ejércitos, el 21º anglocanadiense al mando del mariscal
Montgomery y el 12º norteamericano a las órdenes de Omar Bradley. El 21º GE avanzó
por el norte de Francia hacia Bélgica y Holanda con el Canal de la Mancha a su
izquierda y el 12º GE lo hacía al sur de los anglocanadienses avanzando hacia
Alemania entre Bélgica y Suiza.
El objetivo inmediato
en aquel momento de euforia era cruzar el Rin, entrar en la zona industrial de
Alemania, quebrar su capacidad de resistencia y avanzar hacia Berlín para poner
fin a la guerra antes de que acabase el año.
El plan de Montgomery
consistía en invadir Alemania cruzando el bajo Rin en Holanda, en la ciudad de
Arnhem. Este puente sobre el Rin se encontraba a casi cien kilómetros tras las
líneas alemanas. La idea era lanzar sobre la Holanda ocupada más de treinta y
cinco mil hombres de las fuerzas aerotransportadas que debían ocupar una serie
de puentes sobre canales y ríos de Holanda, siendo el último de ellos el puente
de Arnhem sobre el bajo Rin, la puerta de entrada a la Alemania nazi.
Naturalmente, esta fase aerotransportada, en clave Market, era la preparación
para la segunda fase, Garden, un rápido avance, una auténtica cabalgada de las
fuerzas blindadas británicas desde la frontera de Bélgica con Holanda a través
del corredor abierto por los paracaidistas. Los carros de combate británicos,
partiendo de la cabeza de puente al norte del Canal Alberto romperían el frente
alemán en el Canal Mosa-Escalda y, a través de una única carretera, avanzarían
sobre la alfombra tendida por las fuerzas aerotransportadas y a través de los
puentes que los paracaidistas habrían tomado al asalto y asegurado. El premio,
era el último puente sobre el Rin. Según el plan de Montgomery las fuerzas
terrestres debían llegar a este último puente en cuarenta y ocho horas.
Al frente de esta
operación estaría el general Frederick Browning, comandante del Primer Cuerpo Aerotransportado
británico.
La fase
aerotransportada, Garden, estaría a cargo de tres divisiones. La 101ª División
de Infantería Paracaidista norteamericana, “Screaming Eagles” al mando del
general Maxwell D. Taylor sería lanzada al norte de Eindhoven, la zona más
próxima al eje de avance de las fuerzas terrestres. Sus objetivos principales eran
los puentes sobre los canales Guillermina, en Son y Guillermo, en Veghel. A la
82ª División de Infantería Paracaidista norteamericana, “All American” a las
órdenes del general James Gavin se le asignó la misión de capturar los
siguientes puentes de la ruta, al norte de la zona asignada a la 101ª. Se
trataba del puente sobre el Mosa en Grave y del puente sobre el Waal en Nimega.
Y la 1ª División Aerotransportada británica al mando del general Roy Urquhart
tenía como objetivo el plato fuerte, el último puente, en Arnhem sobre el Rin,
que abriría de par en par la puerta de Alemania y de la zona industrial del
Ruhr a Montgomery y a sus ansias de gloria.
Los generales Gavin y Taylor
La fase terrestre,
Market, estaba a cargo del XXX Cuerpo de Ejército británico, con unos veinte
mil vehículos y más de cien mil hombres bajo el mando del general Brian
Horrocks.
El plan se basaba en la
convicción de que Alemania se desmoronaba y de que no sería capaz de ofrecer
una resistencia digna de tal nombre a la avalancha que Montgomery les iba a
lanzar sobre sus cabezas.
Durante la segunda
semana de Septiembre Rundstedt y Model habían conseguido detener la desbandada
y empezaron a reconstruir un frente cohesionado que pudiese detener la
inminente reanudación de la ofensiva aliada. Si bien es cierto que justo
delante de la 11ª División Blindada británica que había tomado Amberes había
una terrible brecha de más de cien kilómetros que a duras penas iba rellenando
el 1º Ejército Paracaidista de Student, los alemanes pensaban que Eisenhower
lanzaría su esfuerzo principal más al Sur, y que el 3º Ejército de Patton sería
el encargado de entrar en Alemania. No es ningún secreto que los generales
alemanes consideraban a Montgomery un incapaz y que sentían mucho más respeto
por Patton.
A primeros de
Septiembre, al Norte del Sarre, enfrente de las tropas de Patton, se encontraba
el II Cuerpo Panzer SS al mando del general Wilhelm “Willy” Bittrich. Esta
unidad, formada por dos divisiones acorazadas de las SS, la 9ª Hohenstaufen y
la 10ª Frundsberg, había entablado violentísimos combates en Normandía y había
quedado reducida a su mínima expresión. Model ordenó a Bittrich retirar su II
Cuerpo Panzer de la zona del Sarre y dirigirse a una zona más tranquila y
apartada del frente, cerca de la frontera holandesa con Alemania y algo al
norte de Arnhem, para reorganizar sus fuerzas y reparar sus carros y blindados,
con la intención de que esta valiosa unidad estuviese lista en breve para
regresar a Alemania y enfrentarse a la esperada embestida de las tropas de
Patton.
Hacia el 10 de
Septiembre, cuando Montgomery se reunió en Bruselas con Eisenhower para
convencerle de que aprobase su osada operación a través de Holanda, los
primeros blindados de Bittrich ya estaban llegando a la zona de Arnhem.
Market Garden era una
operación de una complejidad máxima. Su éxito dependía de una extraordinaria
coordinación entre fuerzas aéreas, aerotransportadas y acorazadas que debían
alcanzar unos objetivos muy precisos en un tiempo muy reducido y de acuerdo con
un horario que apenas admitía demoras de minutos. Para ejecutar con éxito un
plan así es necesario contar con comandantes audaces e imaginativos, soldados
valientes y una experimentada coordinación de los diferentes elementos llamados
a intervenir en la operación.
Resulta por ello
difícil de comprender por qué Eisenhower autorizó a Montgomery a lanzar esta ofensiva.
Durante las muy recientes batallas de Normandía, las fuerzas británicas habían
demostrado que eran absolutamente incapaces de hacer algo así. Durante la
campaña del bocage en Normandía tan
solo unas semanas atrás, si algo había caracterizado la actitud de las tropas
anglocanadienses, no había sido desde luego su audacia, su imaginación, su
pericia ni su capacidad de sacrificio. En cambio, la desmedida cautela, el
miedo a seguir adelante sin apoyo artillero y aéreo constante, el pánico a
avanzar deprisa exponiendo los flancos a los mortíferos contraataques alemanes
y la total falta de coordinación entre las fuerzas blindadas de vanguardia y la
aviación, fueron las señas de identidad de las fuerzas anglocanadienses en los
dos meses que duró la batalla del bocage
normando. Por ejemplo, la Operación Goodwood, un masivo ataque al este de la
capital normanda de Caen, concebida por Montgomery para quebrar las defensas
alemanas mediante una brutal ofensiva combinada de poderosísimas fuerzas aéreas
y blindadas, se saldó con un estrepitoso fracaso. El ataque fue precedido por
un brutal bombardeo aéreo de las posiciones alemanas efectuado por dos mil
aparatos. Los británicos lanzaron entonces a la lucha a una fuerza blindada de
más de ocho mil vehículos, incluidos setecientos cincuenta tanques. Frente a
ellos, los alemanes desplegaban apenas doscientos tanques y no contaban con el
más mínimo apoyo aéreo.
Como explica a la
perfección el historiador francés Olivier Wieviorka en su magnífica obra sobre
la campaña de Normandía, Eisenhower no daba crédito a lo sucedido. “Ike dijo
ayer (19 de Julio) que con siete mil toneladas de bombas lanzadas sobre las
posiciones delanteras del enemigo, durante el bombardeo más elaborado que jamás
se ha realizado, sólo se han ganado siete millas ¿Podemos permitirnos mil toneladas
de bombas por milla? Los de la aviación están completamente disgustados por la
endeblez del avance”.
Montgomery y sus
hombres, fueron excesivamente cautelosos. Tuvieron pánico de avanzar velozmente
con sus descomunales vanguardias acorazadas sobre los alemanes para no exponer
sus flancos a los temidos contraataques del enemigo.
Así pues, resultaba
evidente que ni Montgomery era el tipo de comandante en jefe capaz de ejecutar
una maniobra audaz ni sus subordinados eran soldados dispuestos a darlo todo
por la consecución del objetivo. Como señala Wieviorka “… los repetidos reveses
sufridos por Mongomery hacían necesario un cambio. Su impotencia había llevado
a un punto muerto e incitaba a los
americanos a cuestionar su liderazgo de las fuerzas terrestres.” No obstante,
Eisenhower dio el visto bueno a Market Garden.
La operación debía
comenzar el 17 de Septiembre, es decir, tan sólo cinco días después de que el
Cuartel General de Eisenhower aprobase oficialmente el plan de Montgomery.
Market Garden se basaba
en un calendario tan milimétricamente ajustado y coordinado, que cualquier desajuste
podía hacerla fracasar por completo. Y, realmente, cuando se lanzó la
operación, prácticamente todo lo que podía salir mal, salió mal. Veamos por
qué.
La primera premisa que
sustentaba este audaz plan era que la resistencia alemana se había desmoronado
y que sería fácil avanzar por Holanda hasta el bajo Rin. En la zona en la que
tendría lugar la ofensiva no había más que unas escasas fuerzas alemanas muy débiles,
desorganizadas y desmoralizadas. Sin embargo, si bien esto era cierto a
principios de Septiembre, cuando las vanguardias acorazadas del 21º Grupo de
Ejércitos anglocanadiense conquistó Amberes y se detuvo a tomar el té, para el
día 17, comienzo de la ofensiva, las circunstancias habían cambiado. Model
había establecido su cuartel general en el Hotel Tafelberg, en la localidad de
Oosterbeek, algo así como un barrio ligeramente alejado de Arnhem, justo en la
zona de lanzamiento de las fuerzas aerotransportadas británicas. De forma que
uno de los mejores generales de la Wehrmacht se iba a ver absolutamente
involucrado en la batalla, con la trágica consecuencia de que los alemanes no
iban a salir corriendo al ver caer a los paracaidistas primero y avanzar a los
blindados del XXX Cuerpo de Ejército después. Y si los alemanes no huían, como
estaba previsto y en cambio, como había ocurrido en Normandía, aun en franca
inferioridad ofrecían resistencia, los blindados británicos que debían llegar
al último puente sobre el Rin en 48 horas avanzarían poco y muy despacio.
El 12 de Septiembre, el
mismo día que Eisenhower dio luz verde a Market Garden, la inteligencia
británica comenzó a recibir informes de la resistencia holandesa que avisaban
de la repentina presencia de blindados alemanes al norte de Arnhem, cerca del
gran objetivo final de la operación, el puente sobre el bajo Rin y también muy
próximos a las zonas de lanzamiento de la 1ª Division Aerotransportada
británica. Se trataba de los primeros vehículos del II Cuerpo Panzer SS de
Bittrich que habían comenzado a llegar a esa tranquila zona para reorganizarse.
El comandante en jefe del Iº Cuerpo Aerotransportado británico, general
Browning, que coordinaba la operación y era un fanático entusiasta de ella, ante
la obstinación de su jefe de inteligencia, el comandante Brian Urquhart, y a
regañadientes, autorizó vuelos de reconocimiento sobre la zona norte de Arnhem.
En algunas fotografías tomadas por estos aviones se podían ver blindados
alemanes. Por si esto fuera poco, los servicios de inteligencia de Bletchley
Park, que descifraban los mensajes alemanes, también comunicaron al cuartel
general del 21º Ejército la presencia de unidades del II Cuerpo Panzer en la
zona de Arnhem. Sin embargo, Montgomery, con el entusiasta apoyo de Browning,
había decidido que nada haría abortar la Operación Market Garden. Y nada se
dijo de la presencia de las tropas panzer de Bittrich a los comandantes de las
unidades que se iban a ver implicadas en pocos días en la batalla. Ni a los
generales Taylor y Gavin, comandantes de la 101ª y de la 82ª divisiones
aerotransportadas norteamericanas, ni al general Roy Urquhart, comandante de la
1ª División Aerotransportada británica, ni al teniente general Brian Horrocks,
al mando del XXX Cuerpo de Ejército británico que debía avanzar sobre Holanda
con sus blindados a través del pasillo y de los puentes conquistados por los
paracaidistas. Así, más de ciento treinta mil hombres fueron lanzados al
combate con la idea de que apenas encontrarían resistencia por parte de unas
fuerzas enemigas muy escasas, compuestas por viejos o niños y pobremente
equipadas.
No obstante, aunque las
fotos de reconocimiento aéreo y los informes de la resistencia holandesa y de
los servicios de inteligencia británicos acertaban al detectar unidades
blindadas alemanas en la zona, no podían precisar mucho más. El problema para
los británicos era que los alemanes podían hacer mucho daño con muy poco. Y,
realmente, la inesperada presencia de las unidades del II Cuerpo Panzer SS en
las proximidades de Arnhem ha sido utilizada como excusa por los historiadores
anglosajones (con honrosas excepciones) para justificar el terrible ridículo
que hicieron sus fuerzas aerotransportadas, supuestamente de élite, en esta
batalla. Más adelante veremos cómo las fuerzas alemanas que realmente
desbarataron por completo la pretenciosa Operación Market Garden en las
primeras horas de la batalla, no eran más que tropas heterogéneas reunidas de
forma apresurada por comandantes que se encontraban en la zona. Y tampoco
conviene omitir, como a menudo han hecho muchos historiadores y otros
divulgadores a través de películas y documentales, que las dos divisiones
panzer de Bittrich estaban muy por debajo de la que debía ser su fuerza real.
Las dos juntas apenas sumaban seis mil hombres y apenas contaban con una docena
de carros de combate panzer IV y algunas decenas de blindados menores. Su
potencia de fuego y su capacidad combativa estaban a un veinticinco por ciento
en el mejor de los casos. Estas dos maltrechas divisiones tenían pues la fuerza
aproximada de dos brigadas británicas y se iban a enfrentar en cuestión de
horas a dos divisiones aerotransportadas aliadas, la 1ª británica y la 82ª
norteamericana y a la punta de lanza acorazada del XXX Cuerpo de Ejército, la
Brigada de Guardias Irlandeses.
Como ya vimos, los
alemanes, durante la segunda semana de Septiembre habían ido recomponiendo la
brecha que tenía su frente en la frontera de Bélgica con Holanda. Era un frente
rellenado a toda prisa con unidades de muy limitado valor combativo (para los
estándares alemanes) y muy pobremente equipadas. Pero, eran fuerzas alemanas,
se habían atrincherado y estaban dispuestas a luchar. Algo que los británicos
temían.
El avance planeado por
Montgomery desde la frontera de Bélgica a través de Holanda para alcanzar la
frontera alemana al norte de Arnhem, debía discurrir por una única carretera
como vía principal. Por esta carretera debía avanzar a toda velocidad el XXX
Cuerpo de Ejército de Horrocks, es decir, veinte mil vehículos y cien mil
hombres. La carretera principal que debía recorrer esta unidad hasta llegar a
Arnhem, discurría en muchos tramos elevada sobre “polders” y con bosques a sus
lados. La silueta de cualquier persona o vehículo que circulase por ese vía se
recortaba de forma nítida contra el cielo para cualquier observador situado a
cualquiera de los márgenes de la misma. Pero si en lugar de un pacífico
observador, se situaba un cañón antitanque emboscado, la silueta se convertía
en un blanco perfecto, como en una galería de tiro. Para complicar aún más las
cosas, en la mayor parte del recorrido, el terreno a ambos lados de la
carretera era excesivamente húmedo y blando, por lo que los blindados no podían maniobrar
fuera de ella. Y en muchos tramos, la carretera discurría entre arboledas
ideales para las emboscadas de los “kampffgruppe” alemanes. Por esta carretera
las fuerzas terrestres, Garden, debían ir avanzando sobre la alfombra
aerotransportada, Market, y recorrer casi cien kilómetros en solo dos días. A
primeros de Septiembre lo podrían haber hecho, a mediados ya no.
Montgomery confió a
Browning el diseño de los detalles tácticos de la operación. El 1º Cuerpo
Aerotransportado Británico estaba formado por dos divisiones, la 6ª a las
órdenes del general Richard Gale y la 1ª al mando del general Roy Urquhart.
Mientras Gale había dirigido a su división en los exitosos asaltos
aerotransportados del Día D y tanto él como sus hombres tenían experiencia en
este tipo de operaciones, Urquhart había sido puesto al frente de la 1ª
División Aerotranportada por su amistad con Browning, pero nunca había mandado
a fuerzas aerotransportadas en combate. De hecho, cada vez que subía a un avión
se mareaba y nunca había saltado en paracaídas. Y una gran parte de los
soldados de esta unidad, a diferencia de los de la 6ª División de Gale, nunca
habían entrado en combate. Sin embargo, Browning, por una cuestión de
favoritismo decidió que sería la 1ª División de su amigo Urquhart la que se
lanzaría al norte del bajo Rin para capturar el puente de Arnhem.
Un asalto
aerotransportado es por definición una operación de máximo riesgo porque la
infantería paracaidista siempre ha de luchar tras las líneas enemigas durante
un tiempo, hasta que recibe refuerzos llegados por tierra. Cuando se emplean
este tipo de fuerzas es porque se busca sorprender al enemigo. Los
paracaidistas caen del cielo sobre una zona controlada por el enemigo pero
alejada de la línea del frente, razón por la que durante los primeros momentos
de la batalla los asaltantes juegan con el factor sorpresa a su favor. Si las
fuerzas aerotransportadas no aprovechan los primeros momentos de confusión del
enemigo para alcanzar sus objetivos es muy probable que la operación se salde
con un estrepitoso y sangriento fracaso, porque cada minuto que pasa y no se
aprovecha, es un minuto que el enemigo aprovechará para sobreponerse a la
sorpresa, reorganizarse y lanzar ataques para aniquilar a los paracaidistas
antes de que puedan ser reforzados.
El éxito de la
operación Market Garden dependía de la rápida conquista por las fuerzas
aerotransportadas de los puentes sobre los que deberían avanzar las fuerzas
terrestres y de la igualmente rápida progresión de estas fuerzas a través del
corredor abierto por los paracaidistas. Sin embargo, ni los norteamericanos de
la 82ª División aerotransportada ni los británicos de la 1ª lograron tomar sus
objetivos principales, los puentes sobre el Waal en Nimega y sobre el Rin en
Arnhem mediante un asalto por sorpresa en los primeros momentos siguientes al
lanzamiento. Esto permitió a las desconcertadas y escasas fuerzas alemanas
reorganizarse, adivinar las intenciones del enemigo y frustrarlas.
En la planificación de
la operación la RAF era la encargada de elegir las zonas de lanzamiento de los
paracaidistas y de aterrizaje de los planeadores. Los comandantes de las
unidades aerotransportadas no podían elegir dónde debían ser lanzados sus
hombres, la Real Fuerza Aérea, “propietaria” de los aparatos de transporte, imponía
su criterio. En el caso de la 1ª División Aerotransportada británica, los
lugares elegidos para las zonas de aterrizaje en Arnhem, contribuyeron también
al desastre que iba sobrevenir. La RAF descartó todas las mejores zonas de
aterrizaje para planeadores y paracaidistas por diferentes razones, casi todas
ellas carentes de fundamentos sólidos. En unos casos estimaban que algunos
terrenos aparentemente idóneos eran demasiado blandos para el aterrizaje de los
planeadores, y en otros casos, la mayoría, descartaron zonas muy apropiadas,
por el temor a una fuerte defensa antiaérea alemana procedente del aeródromo de
Deelen, justo al norte de Arnhem. Las cuatro zonas de lanzamiento de las tropas
de Urquhart distaban del puente una media de doce kilómetros. Considerando que,
según las propias instrucciones que constaban en el plan de la operación, los
puentes debían ser tomados mediante audaces golpes de mano y con la mayor
rapidez posible, lanzar a las tropas tan lejos de sus objetivos resultaba
contradictorio.
Algo parecido le
ocurrió a la 82ª Aerotransportada americana, aunque por diferentes razones.
Mientras los británicos debían centrar prácticamente todos sus esfuerzos en un
único objetivo, el gran puente de carretera sobre el Rin en Arnhem, los hombres
del general Gavin tenían asignados varios objetivos diseminados por un área
mucho mayor. La zona que debían ocupar, entre la 101ª al sur y la 1ª al norte,
se hallaba muy cerca de la frontera alemana. No era descabellado pensar que,
ante la presencia tan próxima de tropas enemigas, los alemanes lanzasen cuanto
tuviesen a través de la frontera para desalojar a los paracaidistas. Justo en
la zona más cercana a la frontera con el Reich alemán se encontraban unas
lomas, en Groesbeek. La 82ª
recibió instrucciones precisas para ocupar estas alturas, literalmente pegadas
a la zona boscosa del Reichswald alemán y desde ellas rechazar cualquier
contraataque procedente de Alemania. Pero al mismo tiempo la infantería
paracaidista de la “All American” debía tomar varios puentes, dos de ellos de
máxima importancia para el éxito de la operación, el puente de Grave, sobre el Mosa
(Maas en holandés) y el gran puente de Nimega sobre el río Waal, realmente un
ancho brazo del Rin. Este puente era el último gran escollo para llegar al
objetivo principal, el puente de Arnhem sobre el Rin y por lo tanto se
convertía a su vez en el objetivo principal para la 82ª Aerotransportada. Sin
embargo, Browning ordenó a Gavin que no se lanzase sobre el puente de Nimega
hasta que hubiese asegurado los demás objetivos, y antes que ninguno, las alturas
de Groesbeek.
Los paracaidistas de la
82ª aterrizaron a poco más de quinientos metros del puente de Grave y mediante
un audaz golpe de mano lo tomaron al asalto, por sorpresa, sin que los alemanes
tuviesen tiempo de reaccionar. Apenas dos horas después de haber aterrizado, lo
habían asegurado.
El puente Grave en la época de la batalla
Sin embargo, la 82ª tardó más de siete horas en lanzar su
primer asalto sobre el puente de Nimega. A esa hora, las ocho de la tarde,
siguiendo las órdenes de Bittrich, había llegado a Nimega, para reforzar a la débil
guarnición alemana formada por menos de un millar de hombres de unidades
heterogéneas y pobremente equipadas, el Batallón de Reconocimiento de la 9ª
División Panzer SS Hohenstaufen a las órdenes del Hauptsturmführer Viktor
Gräbner, recién condecorado con la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro. Si
Gavin hubiese actuado con independencia y algo más de audacia ignorando las
precavidas órdenes de Browning, podría haber tomado al asalto el puente de
Nimega a las tres de la tarde, de la misma forma que había hecho en Grave. Pero
no lo hizo. Cuando por fin, al anochecer, se decidió a tomar el puente, todos
los intentos de sus hombres fueron rechazados. Durante la noche, más granaderos
alemanes, esta vez de la 10ª División
Panzer SS Frundsberg que con lentitud y constancia cruzaron el Rin utilizando
el ferry de Pannerden, a escasos kilómetros al Sureste de Arnhem, llegaron a
Nimega. Bittrich había ordenado al comandante de la 10ª Panzer SS Frundsberg,
el duro y experimentado brigadeführer Heinz Harmel, cruzar el Rin con todas las
fuerzas que tuviese disponibles y reforzar las defensas de Nimega. Como el
batallón de Frost había ocupado el extremo norte del puente, los hombres y
vehículos de la Frundsberg de Harmel cruzaron el Rin utilizando el transbordador
que tan negligentemente habían ignorado los británicos. La oportunidad de tomar
el puente sobre el Waal mediante un golpe de mano se había esfumado.
¿Qué más cosas podían
salir mal en una operación en la que cualquier demora sobre el plan, cualquier
contratiempo, podía hacerla fracasar totalmente?
A la 101ª División del
general Taylor se le había asignado la misión más fácil, en principio, de todas
las fuerzas aerotransportadas. Su zona de lanzamiento era la más próxima a la
línea del frente por la que debía irrumpir el XXX Cuerpo de Ejército, de forma
que, una vez tomados sus objetivos, sería la primera unidad aerotransportada en
recibir refuerzos por tierra. Y así fue realmente, pero con un notable retraso.
La resistencia alemana al avance del XXX Cuerpo de Ejército estaba siendo mucho
más dura de lo esperado. Fuerzas del 1º Ejército paracaidista recién llegadas,
junto con unidades del 15º Ejército, al que los británicos negligentemente habían
dejado escapar cruzando el estuario del Escalda unos días antes, aun en clara
inferioridad numérica y material, vendían muy caro cada kilómetro de avance a
los blindados de Horrocks. Las vanguardias del XXX Cuerpo de la Brigada de
Guardias Irlandeses, según el horario previsto por Browning debía enlazar al
norte de Eindhoven con la 101ª Aerotransportada al caer esa misma tarde. Sin
embargo, a esa hora, apenas habían cubierto la mitad de ese tramo, unos siete
kilómetros, hasta Valkenswaard. Por su parte los hombres de Taylor tomaron
diligentemente los puentes que debían tomar, excepto uno. Cuando se aproximaron
al puente Son sobre el Canal Guillermina, los alemanes lo volaron. De forma que
los tanques británicos no iban a poder enlazar con los paracaidistas de la 82ª
División hasta que se tendiese un nuevo puente en Son. El puente Bailey lo
transportaban los ingenieros del XXX Cuerpo y hasta la noche del día siguiente,
18 de Septiembre, no llegaron a Son. Los ingenieros británicos se pusieron
manos a la obra para tender el puente Bailey sobre el Canal Guillermina, sobre
las 21 horas. Pero un puente prefabricado que se ha de ensamblar sobre pontones
y capaz de soportar el paso de carros de combate no se levanta en un abrir y
cerrar de ojos.
Si el puente de Son no
hubiese volado por los aires, los carros de combate británicos podrían haber
reforzado a los soldados de la 82ª Aerotransportada a media tarde y, juntos
podrían haber llegado a Nimega bastante antes que las fuerzas alemanas del II
Cuerpo Panzer de Bittrich. Pero no fue posible. Los alemanes ganaron la carrera.
Según el genial plan de
Montgomery las vanguardias del XXX Cuerpo de Ejército debían llegar al puente
de Arnhem cuarenta y ocho horas después del lanzamiento de la 1ª División
Aerotransportada de Urquhart. Cuando los primeros vehículos del XXX Cuerpo de Ejército
comenzaban a cruzar el puente Bailey en Son, llevaban treinta y seis horas de
retraso sobre el horario previsto por el mariscal Montgomery y Browning y aún
se encontraban a setenta y cinco kilómetros de Arnhem. Retraso que los alemanes
aprovecharon para reorganizarse y contraatacar. Cada hora que pasaba, los
alemanes eran más fuertes y el factor sorpresa, clave de la operación, se
diluía.
Como ya vimos la
primera oleada de la 1ª Aerotransportada británica fue lanzada a unos doce
kilómetros, muy lejos del puente de Arnhem, su principal objetivo y también el
de toda la operación. Los norteamericanos de la 82ª tomaron rápidamente el
puente de Grave aterrizando a seiscientos metros de él. Exactamente igual que
habían hecho en Normandía tres meses antes las fuerzas de la 6ª División
Aerotransportada británica que en la madrugada del Día D hicieron aterrizar sus
planeadores a escasos sesenta metros del puente de Bénouville, que en su honor
sería rebautizado como Pegasus Bridge. Habiendo aceptado lanzarse sobre unas
zonas de aterrizaje tan alejadas de su objetivo, Urquhart y sus oficiales
deberían haber intentado, al menos, contrarrestar esta desventaja lanzando a
toda prisa la mayor cantidad de fuerzas disponibles hacia el puente. Pero
tampoco lo hicieron.
En el plan de Browning,
nada más aterrizar, es decir, sobre las 13:30, una unidad de reconocimiento
montada en “jeeps” armados con ametralladoras al mando del mayor Freddy Gough,
unos 150 hombres, debía salir a toda prisa para sorprender a los alemanes y
asegurar el puente de Arnhem hasta la llegada de los batallones de infantería.
A su vez, éstos debían reagruparse lo más rápidamente posible después del
aterrizaje y marchar sobre su objetivo con determinación y agilidad, para
reforzar a la unidad de reconocimiento en el puente antes de que los alemanes
pudiesen lanzar contraataques. Pero hasta dos horas después del aterrizaje, el
mayor Gough no decidió que su unidad de “jeeps” estaba en condiciones de
avanzar sobre el puente. Y cuando lo hizo, no se lanzó hacia el puente a toda
velocidad para tomarlo por sorpresa con audacia sino que progresó lenta y
prudentemente, haciendo a una sección avanzar unos metros mientras otras la
cubrían.
Los tres batallones de
infantería que Urquhart destinó a seguir a la unidad de “jeeps” de Gough
tampoco actuaron con demasiada prisa. En el fondo estaban convencidos de lo que
les habían contado antes de subir a los aviones, es decir, que la zona de
Arnhem estaba defendida por unos cuantos soldados alemanes viejos y niños, montados
en bicicletas, pobremente armados y sin capacidad combativa para enfrentarse a
tropas de elite como ellos.
Rápidamente estos
torpes paracaidistas británicos pudieron comprobar que unos cuantos soldados
alemanes, mezcla de una unidad de instrucción reforzada por soldados de
oficinas, de transmisiones, de intendencia y armados con fusiles,
ametralladoras y unas cuantas granadas y dirigidos por algún combativo oficial
experimentado, eran realmente una unidad de élite muy por encima de su propia capacidad
combativa.
En el caos inicial de
la batalla los alemanes fueron totalmente sorprendidos por la lluvia de
paracaídas que descendía sobre sus cabezas. Sin embargo, en la mentalidad
militar alemana, existe algo que los militares británicos desconocen: la capacidad
de improvisación sobre el terreno de los mandos intermedios, la audacia y la
autonomía con la que podían actuar en un momento dado capitanes, comandantes, o
coroneles sin sentarse a esperar órdenes de sus superiores.
Por un capricho del
destino, justo en la zona situada entre Arnhem y las alejadas zonas de
lanzamiento de la 1ª División Aerotransportada Británica, se encontraba
efectuando prácticas el 16º Batallón de Instrucción y Reemplazo de las SS, a
las órdenes del Hauptsturmführer Josef “Sepp” Krafft. De hecho, los primeros
paracaidistas británicos cayeron a mil quinientos metros de una de las
compañías del batallón de Krafft. A diferencia de los británicos, Krafft actuó
con rapidez e imaginación. Identificó el puente de Arnhem como presumible
objetivo de los paracaidistas enemigos y, sin esperar órdenes de ningún
superior, dispuso a sus exiguas fuerzas de reclutas en período de instrucción y
carentes de armas pesadas en posiciones de bloqueo entre Arnhem y las zonas de
aterrizaje de los hombres de Urquhart, en las principales rutas de acceso a la
ciudad y al puente. Un solo pelotón, es decir una docena de los reclutas SS de
Krafft, detuvo a la compañía de “jeeps” del mayor Gough. Un pequeño grupo de
hombres, muy jóvenes, desbarató de forma valiente e improvisada el ataque
“relámpago” de Urquhart sobre el puente de Arnhem.
Los británicos, además
de haber aterrizado a doce kilómetros de su objetivo y de no actuar con rapidez
extrema para atenuar el efecto desastroso de esta pésima elección de sus zonas
de aterrizaje, decidieron enviar al puente solo tres batallones de infantería,
dejando al resto para asegurar estas zonas para la siguiente oleada. Y por si
este disparate fuese poco, no lanzaron a los tres batallones juntos a sangre y
fuego para abrirse camino hasta el puente, como se podría esperar de una fuerza
paracaidista. A cada uno se le asignó una ruta distinta de acceso al puente.
Una ruta distinta y separada, de forma que si algún batallón encontraba
resistencia, no podría ser auxiliado por ninguno de los otros. Es decir,
Urquhart debilitó su fuerza de ataque. Estaban convencidos de que, tal y como
les había dicho Browning, no encontrarían resistencia digna de tal nombre. Los
tres batallones, casi cuatro horas después de haber aterrizado, comenzaron a
avanzar hacia el puente por tres carreteras, marchando en columna, lentamente y
disfrutando del recibimiento de la población holandesa. Las muchachas los
besaban, todos los abrazaban, les daban vino, cerveza, comida… No era un avance
frenético hacia un objetivo, era un paseo triunfal.
Y entonces, los
alemanes comenzaron a disparar sobre los alegres paracaidistas británicos.
Prueba del caos
reinante, pero también de la brillante capacidad de los alemanes para
improvisar, Krafft no sabía que a unos pocos kilómetros al norte de Arnhem
estaba el II Cuerpo Panzer SS de Bittrich. Pero es que Bittrich tampoco sabía
que el batallón de instrucción de Krafft estaba en la zona. De forma que,
después de hablar con Model, Bittrich envió a sus hombres hacia las zonas de
aterrizaje de los británicos para enfrentarse a ellos pensando que nadie lo
estaría haciendo. Por su parte Krafft, convencido de que iba a intentar detener
a una división de paracaidistas con un solo batallón de tropas bisoñas, estaba
seguro de que muy probablemente él y la mayoría de sus hombres estarían muertos
antes de acabar el día. Pero no fue así. A media tarde los SS de Krafft
empezaron a ser reforzados por sus camaradas de la 9ª División Panzer SS
Hohenstaufen, el Kampfgruppe a las órdenes del SS Sturmbannführer Ludwig
Spindler, que formó un perímetro defensivo en torno a Arnhem justo un par de
kilómetros detrás de la línea defensiva de los hombres de Krafft.
De los tres batallones
que Urquhart envió hacia Arnhem, dos y la compañía de “jeeps” fueron detenidos
por las exiguas fuerzas de Krafft en las primeras horas de combates. Un batallón, el que seguía la ruta más
próxima a la orilla norte del Rin, el batallón del teniente coronel John Frost,
no encontró apenas oposición y recibiendo el agasajo de los enfervorecidos
holandeses llegó a Arnhem al caer la tarde. Es decir, el batallón de Frost
tardó más de seis horas en recorrer doce kilómetros sin encontrar seria
resistencia enemiga. Algo impropio de una unidad supuestamente de elite que
debe dar un audaz golpe de mano con precisión y rapidez.
El batallón de Frost,
unos quinientos hombres, alcanzó el extremo norte del puente de Arnhem al
anochecer y estableció un perímetro defensivo en las casas más próximas. Hacía
apenas media hora que el batallón de reconocimiento de Gräbner había cruzado el
puente en dirección Sur para reforzar las defensas de Nimega. Si los
paracaidistas británicos hubiesen actuado con más diligencia, habrían llegado
al puente a media tarde y los SS de Gräbner no habrían podido cruzarlo. Con
este escenario, muy probablemente, los hombres de Gavin hubiesen podido tomar
el puente de Nimega esa misma noche. Pero no fue así.
Ya de noche, Frost
lanzó a sus hombres a través del puente para tomar el extremo sur. Pero
fracasó. Unos pocos alemanes situados al otro extremo abrieron fuego con
ametralladoras y los paracaidistas se retiraron. En ese momento las fuerzas
alemanas cortaron también la ruta de acceso a Arnhem que había utilizado el
batallón de Frost de forma que la unidad quedó aislada del resto de la División
defendiendo un perímetro en torno al extremo norte del puente. Sin la
posibilidad de recibir refuerzos los hombres de Frost no tenían ya la más
mínima posibilidad de tomar el extremo sur del puente. Las escasas fuerzas
alemanas que había allí apostadas cuando los paracaidistas llegaron, fueron
reforzadas por unidades de los SS de Bittrich. Las restantes unidades de la
división, que habían sido detenidas antes de poder llegar a Arnhem, comenzaron
igualmente a atrincherarse y pasar a la defensiva. Cada minuto que transcurría
los paracaidistas eran más débiles y el enemigo más fuerte. Solo la rápida
llegada del XXX Cuerpo de Ejército podía evitar el desastre en el que se había
convertido la batalla para la 1ª División Aerotransportada.
Pero los blindados de
Horrocks, que según el optimista horario de Montgomery debían estar llegando a
Nimega, se encontraban avanzando lentamente al Sur de Eindhoven, a más de
setenta kilómetros de distancia. Según Montgomery, el XXX Cuerpo llegaría a
Arnhem en dos días, es decir, recorrería más de 40 kilómetros al día. Sin
embargo, en las primeras doce horas, apenas había conseguido avanzar 8
kilómetros. Y en ese momento, aún no sabían que los alemanes habían volado el
puente de Son.
Por si todo esto fuera
poco, desde el primer momento los aparatos de radio de la 1ª División Aerotransportada
resultaron totalmente inservibles. No habían sido probados en un entorno
similar al de la zona de Arnhem, repleta de árboles y edificios. Urquhart,
cuando los operadores de radio del cuartel general de la División le dijeron
que no podían contactar con ninguno de los batallones que marchaban sobre el
puente, ni con la unidad de “jeeps” de Freddy Gough, se quedó consternado. Cómo
iba a dirigir a las unidades de su División si no podía comunicarse con ellas.
Sin saber dónde se encontraban, sin saber si avanzaban según lo previsto o
encontraban resistencia y sin poder darles órdenes ni informarles de la situación
de otras unidades; se podía producir el caos más absoluto. Y así fue.
Urquhart, desesperado, a
media tarde salió en busca de los batallones que marchaban sobre el puente para
poder hacerse una idea de la situación sobre el terreno. Encontró al general
Lathbury, de la 1ª Brigada Paracaidista y al poco tiempo tuvieron un
encontronazo con unos alemanes, seguramente del Batallón de Instrucción SS de
Krafft. Lathbury resultó herido y quedó al cuidado de unos civiles holandeses.
Cuando Urquhart, con dos de sus hombres intentaba volver, se encontró con el
camino cortado. Hubo de refugiarse en el ático de una casa con los alemanes
pisándole los talones. En la puerta de la calle se apostó un cañón de asalto y
varios soldados alemanes. Urquhart no pudo abandonar su escondite hasta dos días
después, el 19 de Septiembre. Durante ese tiempo, los otros dos generales de
brigada, Hackett y Hicks, se dedicaron
más a pelearse entre ellos que a coordinar la lucha contra los alemanes. Cuando,
ante el asombro general, Urquhart apareció en el puesto de mando, donde todos
lo daban por muerto o prisionero, la batalla ya estaba perdida. De esta forma, por
el fallo de las radios, la 1ª División Aerotransportada se quedó sin la
dirección de su comandante durante las primeras y cruciales horas de la batalla.
El XXX Cuerpo de
Ejército, como vimos, no cruzó el Canal Guillermina en Son a través del puente
Bailey hasta el amanecer del 19 de Septiembre. No obstante, a partir de este
punto, los blindados de la Brigada de Guardias se encontraron con un tramo despejado
y pudieron avanzar sin grandes contratiempos hacia el norte. Poco después de
las ocho de la mañana enlazaron con los paracaidistas de la 82ª de Gavin en el
puente de Grave, sobre el Mosa. Aunque habían recuperado algo del tiempo
perdido, según el plan previsto, en ese momento debían estar ya en Arnhem.
Precisamente en Arnhem,
aunque los paracaidistas habían conseguido rechazar un intento del Batallón de
Reconocimiento de la 9ª Panzer SS para desalojarlos del extremo norte del
puente causándole graves pérdidas, incluida la de su jefe el comandante
Gräbner, las cosas iban de mal en peor. Aislado del resto de la división, el
batallón de Frost iba menguando minuto a minuto según los alemanes iban
enviando más tropas contra él. Pero al resto de la División le estaba
ocurriendo lo mismo. Había pasado a la defensiva y establecido un perímetro
defensivo en la zona de Oosterbeek con la base en la orilla septentrional del
Rin. Y los alemanes apretaban desde todas direcciones estrangulando lentamente
a los británicos. Por el Norte y el Oeste lo hacían las tropas SS de Krafft y
Spindler y por el Este los cercaba otro variopinto “kampfgruppe” reclutado a
toda prisa a las órdenes del general Von Tettau.
No obstante, cuando
todo parecía perdido, los hombres de Urquhart tuvieron de nuevo una clara
oportunidad de dar la vuelta a la situación en Arnhem. El 18 de Septiembre, a
primera hora de la tarde, los paracaidistas recibieron los refuerzos de la
segunda oleada. El efecto moral que supuso para los alemanes, que sobreponiéndose
a la sorpresa de la caída de miles de paracaidistas enemigos sobre sus cabezas
unas horas antes, habían sido capaces de improvisar muy meritoriamente una
línea de contención al desembarco aerotransportado británico, ver caer de nuevo
del cielo a más de dos mil enemigos, fue devastador. Justo en el momento en el
que estaban comenzando a equilibrar el combate, llegaron tres nuevos batallones
británicos.
A esta hora del segundo día de la operación Market Garden, los
británicos volvían a tener ventaja. Disponían de nueve batallones frente a unos
doce alemanes. Pero los batallones británicos eran paracaidistas y todos
pertenecían a la misma unidad. Los batallones alemanes eran heterogéneos,
formados en gran medida por tropas variopintas que nunca habían entrenado
juntas ni mucho menos luchado juntas. Y los escasos carros de combate del II
Cuerpo Panzer SS aún no habían llegado a la zona de combate. Ahora podían
reagruparse y lanzar un ataque decidido para enlazar con el batallón de Frost
en Arnhem. Pero no fue así.
En ausencia de Urquhart
los generales Hackett y Hicks no fueron capaces de ponerse de acuerdo para
establecer un plan coherente que les permitiese llegar al puente con los
refuerzos. Todos sus intentos, mal coordinados y carentes de entusiasmo, fueron
rechazados. Al caer la noche, los alemanes se habían vuelto a recuperar de la
segunda sorpresa y habían recobrado la confianza. Los tristes paracaidistas de
la 1ª Aerotransportada ya no tendrían la más mínima oportunidad de alcanzar su
objetivo. En las horas siguientes, los carros de combate del II Cuerpo Panzer
SS que antes del ataque aliado habían sido desmontados y subidos a plataformas
ferroviarias con destino a Alemania, comenzaron a ser descargados y montados a
toda prisa por los mecánicos. Y, poco a poco, empezarían a llegar a la zona de
combate.
A última hora de la
tarde del 19 de septiembre la Brigada de Guardias Irlandeses, la vanguardia del
XXX Cuerpo, llegó a Nimega. Como los hombres de Gavin no habían sido capaces de
tomar su principal objetivo, el puente sobre el caudaloso Waal, y ya caía la
noche, la “cabalgada” del XXX Cuerpo, que después de cruzar el puente Bailey en
Son con mucho retraso había conseguido por fin recuperar algo del tiempo
perdido, se volvió a detener. Y mientras esto ocurría, a quince kilómetros al
norte, los carros de combate de Bittrich, según salían de las plataformas
ferroviarias, empezaban a entrar en escena contra los timoratos paracaidistas
británicos.
Model estaba manejando
sus piezas con una maestría que ni un solo general anglosajón era capaz de
igualar. Dejando a Bittrich bastante libertad en la zona norte de la batalla,
el eje Arnhem-Nimega, en el que se encontraba su II Cuerpo Panzer SS, centró
sus esfuerzos en hostigar a los aliados a lo largo de la carretera por la que
el XXX Cuerpo se había ido abriendo camino a duras penas a través de la
“alfombra” de paracaidistas. Model tenía muy poca cosa que oponer al avance
terrestre de cien mil hombres y veinte mil blindados, pero, como gracias al
genio de Montgomery, esta ingente masa de hombres y vehículos avanzaba
penosamente por una sola carretera estrecha y atascada, podía utilizar unidades
que normalmente no serían aptas para lanzar contraataques en otros escenarios
menos favorables, para hostigar la ruta de avance de las tropas de Horrocks. A
la vuelta de un recodo de la carretera, un kampfgruppe formado por unos cuantos
viejos con problemas estomacales salidos de las guarniciones estáticas del
estuario del Escalda, unos cuantos reclutas de una unidad de entrenamiento
paracaidista, unos cuantos soldados de tierra de la Lufftwaffe y un pelotón de
oficinistas, apoyados por un cañón de 88 milímetros o por un cañón
autopropulsado tipo Stug III, con unas cuantas ametralladoras MG-42 y media
docena de panzerfaust, se apostaban en desenfilada, hacían saltar por los aires
al primer vehículo que tomaba la curva, y luego al segundo. Inmediatamente, los
británicos, recordaban las tremendas encerronas en el “bocage” normando y se
detenían esperando refuerzos, apoyo artillero, apoyo aéreo…
Apoyo aéreo. Market
Garden, como antes señalé, era un plan disparatado para ser ejecutado por
generales tan torpes y soldados tan “prudentes” como los británicos. Pero,
también es cierto que todo lo que pudo salir mal, salió mal. Un factor clave
era el buen tiempo, que permitiría a los aliados usar su aplastante
superioridad aérea. Sin embargo, a pesar de las optimistas previsiones
meteorológicas, después del lanzamiento de la primera oleada, las nubes bajas
se apoderaron de todos los aeródromos aliados en Bélgica y el norte de Francia,
impidiendo el despegue de los cazabombarderos que deberían haber dado apoyo
aéreo a unas tropas absolutamente dependientes de él. Pero, a partir del tercer
día, la niebla se enseñoreó de los aeródromos británicos dificultando el envío
de refuerzos y suministros por aire. Por ejemplo, la Brigada Aerotransportada
Independiente Polaca del general Sosabowski que debía haber llegado con el
segundo lanzamiento, no pudo ser lanzada hasta el día 21, cuatro días después
de lo previsto, cuando todo estaba perdido.
El 20 de septiembre, ante
la incapacidad de los carros de combate británicos para abrirse paso hacia el
puente de Nimega, un batallón de la 82ª Aerotransportada cruzó el Waal algo más
al norte de la ciudad en botes de remos bajo fuego enemigo, en una acción
francamente arriesgada y bien ejecutada. Cuando los paracaidistas de Gavin
cruzaron el Waal para asaltar el puente por la orilla norte, los blindados
británicos avanzaron desde el sur. La guarnición alemana no pudo hacer frente a
la avalancha y el puente de Nimega, finalmente, cayó en manos aliadas al
anochecer. Es en este momento que los angloamericanos volvieron a desperdiciar
la última oportunidad que les quedaba para ganar la batalla. Estaban a doce
kilómetros de Arnhem y disponían de una fuerza arrolladora. Si esa noche el XXX
Cuerpo de Ejército se hubiese lanzado hacia el Rin con arrojo y sin miedo a
exponer sus flancos, tal vez hubiese podido tomar el último puente y culminar
con éxito la operación. Pero no fue así.
Los carros de combate
británicos, después de capturar milagrosamente intacto el puente de Nimega (los
alemanes lo habían minado, pero por causas aún hoy desconocidas no pudieron
hacerlo volar), se detuvieron por orden de Horrocks. Caía la noche, la
infantería británica seguía enzarzada en escaramuzas con núcleos de resistencia
alemana en los alrededores de Nimega y los carros de combate que habían
atravesado el puente y solo estaban ya a doce kilómetros de Arnhem no querían
avanzar por esa maldita carretera sin el apoyo de la infantería, y menos aún de
noche.
Mientras tanto, los
carros de combate del II Cuerpo Panzer SS se iban incorporando al combate
contra los infortunados e incompetentes paracaidistas británicos al norte del
Rin. El grueso de la división de Urquhart había ido siendo alejado de Arnhem
por el kampfgruppe Spindler y se había atrincherado en los alrededores de
Oosterbeek. El batallón de Frost aislado en el extremo norte del puente estaba
siendo barrido por momentos, según los carros y la artillería de Bittrich iban
llegando y volando las casas de los desgraciados civiles holandeses en las que
los paracaidistas británicos se habían refugiado.
Por si esto fuera poco,
la mayoría de las zonas de lanzamiento de los hombres de Urquhart al este de
Arnhem, según su perímetro defensivo iba menguando, habían ido cayendo en manos
de los alemanes y como los aparatos de radio no funcionaban, los aviones de
transporte C-47 que tenían la misión de lanzarles los suministros, los seguían
soltando sobre las zonas de lanzamiento preestablecidas, pero que ahora estaban
ocupadas por los alemanes. De tal forma que los pertrechos que debían reforzar
a los paracaidistas de Urquhart realmente contribuían a reforzar a los
alemanes.
Hasta el amanecer del
día 21 el XXX Cuerpo no reanudó su avance desde Nimega. Ese mismo día, por fin,
fue lanzada la Brigada Aerotransportada polaca de Sosabowski, al sur del Rin y
a unos cinco kilómetros al este del extremo sur del puente de Arnhem, en Driel.
Curiosamente, a los polacos la RAF les asignó una zona de aterrizaje que unos
días antes había considerado inapropiada para el lanzamiento de las brigadas
británicas. En un principio los abnegados paracaidistas polacos debían reforzar
a los penosos paracaidistas británicos capturando el transbordador de Driel
para cruzar el Rin y enlazar con los hombres de Urquhart cercados en torno a
Oosterbeek. Pero el cable del ferry se había partido el día anterior. De forma
que los polacos se encontraron rodeados de fuerzas enemigas al sur del Rin y sin
poder cruzarlo. En cualquier caso, como el tercer batallón de Sosabowski no
pudo ser lanzado por el mal tiempo, los polacos reunían poco más de mil
paracaidistas equipados con armamento ligero. Fue una suerte para ellos que el transbordador
de Driel ya no estuviese operativo, porque de haber cruzado el Rin para enlazar
con los británicos, habrían acabado tan mal como ellos. Al sur del río, podían
al menos esperar la llegada del XXX Cuerpo.
Sin embargo, los carros
de combate y la infantería motorizada de Horrocks apenas había avanzado desde
Nimega en las últimas horas. Después de cruzar el Waal la noche anterior y
detenerse para esperar a la infantería, el XXX Cuerpo avanzó con su habitual
prudencia y en la tarde del día 21 de Septiembre se detuvo de nuevo, esta vez
en Elst, a mitad de camino entre Nimega y Arnhem. Una vez más, la infantería
combatía en los márgenes de la carretera y los carros de combate de vanguardia
no estaban dispuestos a avanzar sin la infantería. Es decir, en unas veinte
horas el XXX Cuerpo de Ejército había avanzado seis kilómetros.
Mientras tanto, a esas
horas, los paracaidistas supervivientes del batallón de Johnny Frost se
rendían. Los alemanes recuperaban por fin el control de ambos extremos del
puente de Arnhem y podían enviar con rapidez unidades a la orilla sur para
combatir a los polacos de Sosabowski y a la timorata vanguardia del XXX Cuerpo.
Cuatro días después del
comienzo de la ofensiva, resultaba evidente que había fracasado. El objetivo
principal, el puente de Arnhem sobre el Rin, la puerta trasera para invadir el Reich
alemán a través del Rühr estaba firmemente en manos alemanas y las tropas que
debían haberlo tomado con rapidez y audacia en las primeras horas de la
ofensiva habían sido derrotadas, como el batallón de Frost, o estaban rodeadas
muy lejos del puente y al borde de la completa aniquilación, como le ocurría al
resto de la 1ª División Aerotransportada de Urquhart.
Por si todo esto no
fuese bastante, el día 22, un ataque ordenado por Model contra la carretera,
entre Uden y Veghel, es decir, más o menos en la mitad del corredor por el que
avanzaba el XXX Cuerpo, tuvo éxito y la cortó. Esto significaba que la
vanguardia que se encontraba a tan solo seis kilómetros de Arnhem dejó de
recibir suministros, y ya vimos la enorme dependencia que tenían las fuerzas
terrestres aliadas del aprovisionamiento permanente de explosivos. Horrocks ordenó a la 32ª Brigada
de Guardias que seguía en la vanguardia a la Brigada de Guardias Irlandeses que
diese media vuelta y atacase a las fuerzas alemanas que bloqueaban la carretera
unos 40 kilómetros al sur. Tuvieron que pasar veinticuatro horas más hasta que
los aliados pudieron volver a abrir la ruta.
A pesar de que el
transbordador estaba inservible, se insistió a los polacos en que debían cruzar
el Rin y unirse a las tropas de Urquhart, que se hallaban al borde de la
aniquilación. Los británicos, siguiendo una vieja tradición militar, estaban
dispuestos a sacrificar a tropas aliadas hasta el último hombre, para salvar
las vidas de sus penosos infantes. Enviar unos pocos centenares más de hombres
a la caldera de Oosterbeek en la que los británicos se cocían a fuego lento no
podía influir en el resultado de la batalla y solo serviría para aumentar el
número de muertos, heridos y prisioneros en la orilla norte del Rin. La noche
del 22 al 23 de septiembre los polacos, al amparo de la oscuridad, comenzaron a
cruzar el Rin en botes de goma de solo dos plazas. Los alemanes, desde la
orilla norte, lanzaron bengalas y los infortunados polacos que se encontraban
en medio de la travesía, perfectamente iluminados por las bengalas, fueron
sorprendidos por preciso fuego de ametralladora y de mortero. Sosabowski
interrumpió la operación sobre las tres de la madrugada. Poco más de treinta
polacos consiguieron unirse a las tropas de Urquhart. Otro absurdo que añadir
al completo absurdo de la operación.
El día 22, después de
una reunión del Cuartel General Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas
(SHAEF) en Versalles, Eisenhower dio por terminada la aventura de Montgomery.
La prioridad para el 21º Grupo de Ejércitos iba a consistir en lanzar al 1º
Ejército canadiense a limpiar de alemanes la orilla norte del estuario del
Escalda, para abrir de una vez por todas al tráfico el puerto de Amberes. Y,
además, autorizaba a Montgomery a retirar de la orilla norte del Rin a los
restos de la 1ª División Aerotransportada. Esta orden revestida de sugerencia,
muy en el estilo diplomático de Eisenhower no fue tomada en consideración por
el obstinado mariscal Montgomery hasta unos días después, cuando se resignó
ante la evidencia de que ya no era posible cruzar el Rin. Durante esos tres
días muchos hombres murieron inútilmente y pagaron con sus vidas el orgullo, la
soberbia y la incompetencia del egocéntrico mariscal británico.
El domingo 24 de
septiembre, una semana después del inicio de Market Garden, Montgomery todavía
se resistía a aceptar la orden de Eisenhower. Seguía pensando que las recién
llegadas fuerzas de infantería del XXX Cuerpo, la vanguardia de la 43ª División
de Infantería Wessex, que había conseguido enlazar con los paracaidistas
polacos al sur del Rin, podrían cruzarlo, unirse a las fuerzas de Urquhart y
tomar el puente de Arnhem. Ese día los altos mandos implicados en la operación
mantuvieron una reunión en St. Oedenrode, algo al norte de Eindhoven. Y,
mientras debatían si seguía siendo posible cruzar el Rin, el mariscal Model
organizó un nuevo ataque contra la carretera-corredor, justo entre St.
Oedenrode y Veghel y la volvió a cortar durante casi dos días. Montgomery se
vio obligado a reconocer que su descabellado plan había fracasado y que lo
único que se podía hacer era intentar sacar de la caldera de Oosterbeek al
mayor número posible de los escasos supervivientes de la 1ª División
Aerotransportada.
Los contraataques alemanes en la zona de Arnhem Nimega
Al anochecer del lunes
25, unos dos mil paracaidistas británicos consiguieron cruzar el Rin, pero
hacia el Sur. Eran los zarrapastrosos supervivientes de los casi nueve mil
hombres de la división de Urquhart, que tan gallardos y confiados habían
aterrizado al norte del Rin ocho días antes. Dos mil habían conseguido escapar,
más de mil habían muerto, y seis mil se habían rendido. Es decir, la 1ª
División Aerotransportada británica había sido aniquilada. No parece un saldo
demasiado brillante para una fuerza paracaidista supuestamente de elite.
Una vez acabada la
batalla el general Browning hizo el famoso comentario del que Cornelius Ryan
extraería el título para su famosa obra sobre esta batalla: “Siempre creí que intentábamos tomar un puente
demasiado lejano”.
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