sábado, 18 de julio de 2015

LA OPERACIÓN MARKET GARDEN COMO NUNCA TE LA HABÍAN CONTADO. UN PUENTE TAN LEJANO… Y UNA DERROTA TAN ESTREPITOSA.



Cuando a finales de julio de 1944 los aliados anglosajones consiguieron romper el frente de Normandía y destruyeron a una parte considerable de las fuerzas alemanas del noroeste de Francia, pudieron comprobar con una mezcla de asombro y alivio, que detrás de aquel dispositivo defensivo tan tenaz que la Wehrmacht había montado en el bocage normando, no había nada. Detrás de la primera línea defensiva no había otra segunda línea, como ocurría en Italia, ni había reservas. El frente alemán en el noroeste de Europa, a mediados de agosto, después de la batalla de la bolsa de Falaise, simplemente se desintegró. En menos de dos semanas el ejército anglocanadiense de Montgomery  estaba en Bélgica y las fuerzas de Patton en Metz, al lado de la frontera alemana.


Las fuerzas del Reich, durante las dos últimas semanas de agosto no estaban en retirada, estaban en franca desbandada. En aquel momento, a principios de septiembre de 1944, cuando se cumplía el quinto aniversario del inicio de la guerra, los anglosajones se convencieron de que estaban a punto de ganarla y de que Alemania se rendiría antes de Navidad.

Es muy posible que si los jefes militares angloamericanos hubiesen sido más brillantes y sus soldados más osados, es decir si hubiesen actuado contra el enemigo desmoralizado como lo habrían hecho en su lugar los comandantes y soldados alemanes, efectivamente, la guerra podría haber finalizado antes de la Navidad. El general alemán Ludwig Seyfeert, capturado el 6 de septiembre, confesó a sus captores : “Los aliados podrían haber llegado al corazón de Alemania en menos de dos meses”. Pero no iba a ser así. Los aliados tenían varios problemas que les incapacitaban para asestar a la Wehrmacht un golpe definitivo.

Además de la falta de imaginación de sus generales y de la escasa acometividad de sus soldados los aliados tenían un problema añadido, que de alguna forma, no era más que una consecuencia de los problemas anteriores. Los ejércitos angloamericanos se sabían netamente inferiores en pericia, destreza y valor a sus enemigos alemanes. Por ello, su doctrina militar consistía en no avanzar sin una superioridad en potencia de fuego absolutamente abrumadora. Cuando las fuerzas aliadas avanzaron en dos semanas de forma espectacular ante un enemigo que se retiraba incluso más deprisa de lo que ellos podían avanzar, se encontraron con el gran problema logístico. Aunque los alemanes se habían derrumbado estrepitosamente a mediados de Agosto, carentes de reservas y de líneas sucesivas de resistencia, habían conservado en su poder casi todos los grandes puertos de Francia defendidos por guarniciones resueltas a no entregarlos o a entregarlos con las instalaciones portuarias demolidas. Las fuerzas de Eisenhower que avanzaron tan deprisa a finales de agosto y principios de Septiembre hasta alcanzar Bélgica y la misma frontera alemana, seguían recibiendo la mayoría de los suministros desde Normandía. Y la necesidad de las desorbitadas cantidades de suministros que las unidades de primera línea reclamaban para atreverse avanzar en cuanto la resistencia alemana se endurecía, hacían muy difícil mantener el prodigioso ritmo de avance en septiembre, cuando las líneas de aprovisionamiento de los millones de toneladas que engullían estas divisiones, se alargaron y la resistencia alemana se endureció.

Para ilustrar este escenario, es suficiente un dato. A finales de 1944, el ejército americano tenía desplegados en Europa más de tres millones de soldados. Pero, en las unidades de combate, en primera línea de fuego, nunca hubo más de trescientos cincuenta mil. Es decir, los combatientes eran aproximadamente un diez por ciento de los soldados yanquis que combatían en Europa, y este diez por ciento sufría más del setenta por ciento de las bajas. Los demás soldados americanos,  se dedicaban a tareas logísticas y administrativas. Pero esto tenía un porqué.

Para mantener al cien por cien su abrumadora potencia de fuego, por ejemplo, una división americana “necesitaba” seiscientas cincuenta toneladas de provisiones diarias. Cualquier división alemana era capaz de dar un rendimiento en combate muy superior con menos de un tercio de este aprovisionamiento. Pero además, “necesitaba” toneladas de provisiones que cualquier otro ejército en campaña consideraría como artículos de lujo. Como reconoció el historiador británico Max Hastings: “Las carreteras y los campos de Europa estaban sembrados de paquetes de víveres estadounidenses, y en especial de zumo de limón en polvo, que gozaba de muy poca aceptación entre los soldados. La mitad de los veintidós millones de bidones de combustible que se enviaron a Francia desde el Día D había desaparecido ya en septiembre”. Y si esto ocurría con las necesidades de combustible, lo mismo ocurría con las necesidades de munición y explosivos.  Un ejemplo de esta terrible dependencia: a mediados de noviembre de 1944 los británicos avanzaron hacia el saliente de Geilenkirchen. La 43ª división británica encontró a las afueras de la población lo que denominaban “una dura resistencia”. La Artillería Real lanzó contra el enemigo durante media hora casi ochenta toneladas de granadas de todos los calibres. Cuando acabó el bombardeo y los infantes británicos avanzaron, descubrieron que la “dura resistencia” había sido obra de ciento cincuenta hombres de una pobremente equipada unidad volksgrenadier austriaca. Los británicos de la 43ª división sufrieron siete bajas, cuatro de ellas por fuego amigo. Vuelvo a citar a Max Hastings: “Lo sucedido tras la operación dice mucho en relación con la falta de entusiasmo de que daba muestras la infantería en el momento de sacar partido de un ataque sin un brutal “ablandamiento” inicial. Su dependencia psicológica de la artillería y la aviación no era poca, y dado el colosal despilfarro de munición, apenas resulta sorprendente que la escasez de material bélico se tornase crónica”. Antony Beevor abunda en esta incómoda realidad: “Los británicos criticaban a los americanos porque se negaban a emprender un ataque sin recurrir a la utilización masiva de bombas. Pero la infantería británica también era reacia a avanzar sin la cobertura que proporcionaba el fuego intenso de la artillería. En realidad, todos los Aliados habían ido desarrollando a medida que avanzaba la guerra una dependencia psicológica de la artillería y la aviación”. Y como el mismo Beevor señala: “Como el uso intensivo de la artillería, los bombardeos ponían de manifiesto una paradoja de las democracias sumamente desconcertante. Debido a la fortísima presión de la prensa y de la opinión pública en sus propios países, los mandos militares se veían obligados a minimizar sus pérdidas. Y por lo tanto recurrieron a la utilización máxima de explosivos de alta potencia, que irremediablemente causaban la muerte de más civiles”. “En su afán por reducir sus propias bajas, es probable que los altos mandos de las democracias occidentales mataran a un número más elevado de civiles debido al uso de explosivos de alta potencia”.

Efectivamente, los ejércitos anglosajones no pudieron acabar la guerra a finales de 1944 porque para avanzar frente a un enemigo al que tenían pánico requerían ingentes cantidades de material que se debía transportar hasta el frente, en Bélgica y en la frontera alemana, por carretera desde Normandía, porque los bombardeos aliados previos al “Día D” destinados a impedir que los alemanes empleasen la red ferroviaria francesa para enviar refuerzos a las playas, habían dañado estas infraestructuras gravemente. Las carreteras y aun los caminos de Francia estaban copados por miles de camiones que iban y volvían del frente a Normandía. No solo la voracidad insaciable de las unidades de primera línea hacía que la logística aliada fuese cada vez más complicada y caótica, la corrupción descomunal que se generó en torno a las unidades de transporte resultó también decisiva. Camiones repletos de todo tipo de suministros se averiaban, se accidentaban o se perdían con misteriosas desapariciones de su cargamento. Recientemente, el corresponsal de guerra británico Charles Glass escribió: “Hacia finales de Septiembre de 1944, el ejército estadounidense del Teatro de Operaciones Europeo se vio librando la guerra en un frente inesperado. Mientras sus divisiones combatían a la Wehrmacht en el este de Francia, personal estadounidense, en acuerdo con criminales franceses, saqueaba los suministros aliados. Esta era también una guerra con disparos en la que los estadounidenses luchaban entre ellos”.

A finales del verano de 1944 resultaba evidente que para el esfuerzo bélico aliado se hacía necesario, realmente providencial, capturar intacto algún importante puerto próximo a la línea del frente. Eso ocurrió exactamente el 4 de Septiembre cuando la inercia triunfal de los aliados y la desbandada inusual de los alemanes estaban en pleno apogeo. Ese día la 11ª División Blindada  británica capturó milagrosamente intacto el puerto de Amberes. El puerto ideal. Las fuerzas alemanas del XV Ejército de Von Zangen habían sido sorprendidas y rodeadas al oeste de la ciudad, en la parte Sur de Zelanda, con el estuario del Escalda como única vía de salida. Como cualquier persona sin ningún conocimiento de estrategia militar pero con un mínimo de sentido común puede comprobar tan solo echando un vistazo al mapa de esa zona, resulta evidente que controlar el puerto de Amberes sin dominar ambas orillas del estuario del Escalda no sirve absolutamente para nada. En aquel momento, los británicos podrían haber avanzado por la orilla nororiental del estuario sin encontrar resistencia. Pero no lo hicieron. Se detuvieron en Amberes a descansar y a reaprovisionarse. Delante de ellos, los alemanes no tenían nada. El XV Ejército había quedado bloqueado a la izquierda de la punta de lanza británica y el VII Ejército estaba desplazado muchos kilómetros a su derecha. Entre ambos existía una brecha de más de ciento cincuenta kilómetros. Si los británicos hubiesen sido más audaces, habrían liberado Holanda en menos de una semana y penetrado en Alemania. En aquel momento de principios de Septiembre, los alemanes tenían poco más de cien carros de combate en todo el frente occidental frente a más de dos mil angloamericanos. Liddell Hart lo constató con amargura: “En este flanco había una enorme brecha de cien millas de anchura, de cara a los británicos. No había de momento fuerzas alemanas disponibles para taparla. Raras veces, en poquísimas guerras, se habrá presentado tal oportunidad”.



Para entonces Hitler había puesto al frente de las fuerzas alemanas en Europa al mariscal Von Rundstedt, y al frente del principal contingente, el “Grupo de Ejércitos B”, al que tal vez sea el mejor comandante de la Segunda Guerra Mundial, el mariscal Walther Model. En la segunda semana de Septiembre Rundstedt y Model habían conseguido, una vez más, reorganizar a sus fuerzas e ir montando un frente cohesionado para intentar detener la siguiente embestida de los angloamericanos, de la que desconocían por completo el momento y el lugar.

                            Los mariscales Von Rundstedt y Walther Model

Los aliados, a principios de Septiembre, con todo a su favor, veinte a uno en carros de combate, tres a uno en artillería y veinticinco a uno en aviación, no supieron aprovechar el momento.  Y, frente a la Wehrmacht, las indecisiones se pagaban caras.

Apenas unas horas después de que los británicos celebrasen exultantes la conquista de Amberes y se detuviesen a descansar y repostar, Von Runstedt ordenó a Von Zangen sacar a los cien mil hombres de su XV Ejército cruzando el estuario del Escalda hacia la orilla nororiental que los incompetentes británicos no se habían apresurado a ocupar. Al mismo tiempo Model desplegó frente a Amberes y a lo largo de la línea que discurría más o menos por la frontera entre Bélgica y Holanda al recién formado Primer Ejército paracaidista a las órdenes del general Student. En dos semanas, Von Zangen consiguió hacer cruzar el Escalda a más de setenta y cinco mil soldados, 225 piezas de artillería y unos 700 vehículos.

Sin embargo, por increíble que parezca, nada de todo esto preocupó lo más mínimo al máximo responsable de las fuerzas anglocanadienses que avanzaban por Bélgica, el mariscal Montgomery, posiblemente el más inmerecidamente famoso jefe militar de la historia. Él estaba pensando en otra cosa. Pensaba en asestar un magistral golpe definitivo a Alemania ese mismo mes de Septiembre. Su cabeza de lunático megalómano había parido una delirante pesadilla, la Operación Market Garden. Pero tenía que endosársela a su jefe directo, Eisenhower. Esto ocurrió el 10 de Septiembre cuando el Comandante Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas voló hasta el cuartel general del 21º Grupo de Ejércitos anglocanadiense en Bruselas. Ike estaba decidido a obligar a Montgomery a que se olvidase de aventuras deslumbrantes y se concentrase en asegurar las orillas del estuario del Escalda a la mayor velocidad posible para poder abrir al tráfico el puerto de Amberes.  Después de una vehemente exposición a cargo de Montgomery de las razones por la que Eisenhower debía dar prioridad a la audaz Operación Market Garden, Eisenhower, no sin serias reticencias, accedió a dar luz verde al mayor asalto aerotransportado de la historia. Y se olvidó del Escalda y de Amberes.

                       Eisenhower y Montgomery. Aliados que se odiaban profundamente

La Operación Market Garden era absolutamente contraria a la mentalidad de Montgomery, un comandante tremendamente conservador y muy poco imaginativo. El ambiente de euforia que existía entre los aliados a principios de Septiembre de 1944 que les impulsaba a imaginar que el enemigo estaba grogui a la espera del golpe definitivo y el exacerbado ego de Montgomery, temeroso de que ese golpe final lo pudiese dar su odiado Patton, fueron las causas de que el timorato mariscal de campo británico pergeñase una operación tan audaz como Market Garden.

Veamos ahora en qué consistía esta fantástica cabalgada hacia el corazón de Alemania a través de Holanda que imaginó Montgomery en un momento de delirio.

Desde el desembarco en Normandía en Junio los ejércitos anglosajones habían avanzado hacia el este en dos grandes Grupos de Ejércitos, el 21º anglocanadiense al mando del mariscal Montgomery y el 12º norteamericano a las órdenes de Omar Bradley. El 21º GE avanzó por el norte de Francia hacia Bélgica y Holanda con el Canal de la Mancha a su izquierda y el 12º GE lo hacía al sur de los anglocanadienses avanzando hacia Alemania entre Bélgica y Suiza.

El objetivo inmediato en aquel momento de euforia era cruzar el Rin, entrar en la zona industrial de Alemania, quebrar su capacidad de resistencia y avanzar hacia Berlín para poner fin a la guerra antes de que acabase el año.

El plan de Montgomery consistía en invadir Alemania cruzando el bajo Rin en Holanda, en la ciudad de Arnhem. Este puente sobre el Rin se encontraba a casi cien kilómetros tras las líneas alemanas. La idea era lanzar sobre la Holanda ocupada más de treinta y cinco mil hombres de las fuerzas aerotransportadas que debían ocupar una serie de puentes sobre canales y ríos de Holanda, siendo el último de ellos el puente de Arnhem sobre el bajo Rin, la puerta de entrada a la Alemania nazi. Naturalmente, esta fase aerotransportada, en clave Market, era la preparación para la segunda fase, Garden, un rápido avance, una auténtica cabalgada de las fuerzas blindadas británicas desde la frontera de Bélgica con Holanda a través del corredor abierto por los paracaidistas. Los carros de combate británicos, partiendo de la cabeza de puente al norte del Canal Alberto romperían el frente alemán en el Canal Mosa-Escalda y, a través de una única carretera, avanzarían sobre la alfombra tendida por las fuerzas aerotransportadas y a través de los puentes que los paracaidistas habrían tomado al asalto y asegurado. El premio, era el último puente sobre el Rin. Según el plan de Montgomery las fuerzas terrestres debían llegar a este último puente en cuarenta y ocho horas.

Al frente de esta operación estaría el general Frederick Browning, comandante del Primer Cuerpo Aerotransportado británico.

                                              El general Frederick Browning

La fase aerotransportada, Garden, estaría a cargo de tres divisiones. La 101ª División de Infantería Paracaidista norteamericana, “Screaming Eagles” al mando del general Maxwell D. Taylor sería lanzada al norte de Eindhoven, la zona más próxima al eje de avance de las fuerzas terrestres. Sus objetivos principales eran los puentes sobre los canales Guillermina, en Son y Guillermo, en Veghel. A la 82ª División de Infantería Paracaidista norteamericana, “All American” a las órdenes del general James Gavin se le asignó la misión de capturar los siguientes puentes de la ruta, al norte de la zona asignada a la 101ª. Se trataba del puente sobre el Mosa en Grave y del puente sobre el Waal en Nimega. Y la 1ª División Aerotransportada británica al mando del general Roy Urquhart tenía como objetivo el plato fuerte, el último puente, en Arnhem sobre el Rin, que abriría de par en par la puerta de Alemania y de la zona industrial del Ruhr a Montgomery y a sus ansias de gloria.

                                             Los generales Gavin y Taylor

La fase terrestre, Market, estaba a cargo del XXX Cuerpo de Ejército británico, con unos veinte mil vehículos y más de cien mil hombres bajo el mando del general Brian Horrocks.

El plan se basaba en la convicción de que Alemania se desmoronaba y de que no sería capaz de ofrecer una resistencia digna de tal nombre a la avalancha que Montgomery les iba a lanzar sobre sus cabezas.

  El general Horrocks (izquierda) con Montgomery y el príncipe Bernardo de Holanda


Durante la segunda semana de Septiembre Rundstedt y Model habían conseguido detener la desbandada y empezaron a reconstruir un frente cohesionado que pudiese detener la inminente reanudación de la ofensiva aliada. Si bien es cierto que justo delante de la 11ª División Blindada británica que había tomado Amberes había una terrible brecha de más de cien kilómetros que a duras penas iba rellenando el 1º Ejército Paracaidista de Student, los alemanes pensaban que Eisenhower lanzaría su esfuerzo principal más al Sur, y que el 3º Ejército de Patton sería el encargado de entrar en Alemania. No es ningún secreto que los generales alemanes consideraban a Montgomery un incapaz y que sentían mucho más respeto por Patton.

A primeros de Septiembre, al Norte del Sarre, enfrente de las tropas de Patton, se encontraba el II Cuerpo Panzer SS al mando del general Wilhelm “Willy” Bittrich. Esta unidad, formada por dos divisiones acorazadas de las SS, la 9ª Hohenstaufen y la 10ª Frundsberg, había entablado violentísimos combates en Normandía y había quedado reducida a su mínima expresión. Model ordenó a Bittrich retirar su II Cuerpo Panzer de la zona del Sarre y dirigirse a una zona más tranquila y apartada del frente, cerca de la frontera holandesa con Alemania y algo al norte de Arnhem, para reorganizar sus fuerzas y reparar sus carros y blindados, con la intención de que esta valiosa unidad estuviese lista en breve para regresar a Alemania y enfrentarse a la esperada embestida de las tropas de Patton.

Hacia el 10 de Septiembre, cuando Montgomery se reunió en Bruselas con Eisenhower para convencerle de que aprobase su osada operación a través de Holanda, los primeros blindados de Bittrich ya estaban llegando a la zona de Arnhem.

Market Garden era una operación de una complejidad máxima. Su éxito dependía de una extraordinaria coordinación entre fuerzas aéreas, aerotransportadas y acorazadas que debían alcanzar unos objetivos muy precisos en un tiempo muy reducido y de acuerdo con un horario que apenas admitía demoras de minutos. Para ejecutar con éxito un plan así es necesario contar con comandantes audaces e imaginativos, soldados valientes y una experimentada coordinación de los diferentes elementos llamados a intervenir en la operación.

Resulta por ello difícil de comprender por qué Eisenhower autorizó a Montgomery a lanzar esta ofensiva. Durante las muy recientes batallas de Normandía, las fuerzas británicas habían demostrado que eran absolutamente incapaces de hacer algo así. Durante la campaña del bocage en Normandía tan solo unas semanas atrás, si algo había caracterizado la actitud de las tropas anglocanadienses, no había sido desde luego su audacia, su imaginación, su pericia ni su capacidad de sacrificio. En cambio, la desmedida cautela, el miedo a seguir adelante sin apoyo artillero y aéreo constante, el pánico a avanzar deprisa exponiendo los flancos a los mortíferos contraataques alemanes y la total falta de coordinación entre las fuerzas blindadas de vanguardia y la aviación, fueron las señas de identidad de las fuerzas anglocanadienses en los dos meses que duró la batalla del bocage normando. Por ejemplo, la Operación Goodwood, un masivo ataque al este de la capital normanda de Caen, concebida por Montgomery para quebrar las defensas alemanas mediante una brutal ofensiva combinada de poderosísimas fuerzas aéreas y blindadas, se saldó con un estrepitoso fracaso. El ataque fue precedido por un brutal bombardeo aéreo de las posiciones alemanas efectuado por dos mil aparatos. Los británicos lanzaron entonces a la lucha a una fuerza blindada de más de ocho mil vehículos, incluidos setecientos cincuenta tanques. Frente a ellos, los alemanes desplegaban apenas doscientos tanques y no contaban con el más mínimo apoyo aéreo.

Como explica a la perfección el historiador francés Olivier Wieviorka en su magnífica obra sobre la campaña de Normandía, Eisenhower no daba crédito a lo sucedido. “Ike dijo ayer (19 de Julio) que con siete mil toneladas de bombas lanzadas sobre las posiciones delanteras del enemigo, durante el bombardeo más elaborado que jamás se ha realizado, sólo se han ganado siete millas ¿Podemos permitirnos mil toneladas de bombas por milla? Los de la aviación están completamente disgustados por la endeblez del avance”.

Montgomery y sus hombres, fueron excesivamente cautelosos. Tuvieron pánico de avanzar velozmente con sus descomunales vanguardias acorazadas sobre los alemanes para no exponer sus flancos a los temidos contraataques del enemigo.

Así pues, resultaba evidente que ni Montgomery era el tipo de comandante en jefe capaz de ejecutar una maniobra audaz ni sus subordinados eran soldados dispuestos a darlo todo por la consecución del objetivo. Como señala Wieviorka “… los repetidos reveses sufridos por Mongomery hacían necesario un cambio. Su impotencia había llevado a un punto muerto e incitaba a  los americanos a cuestionar su liderazgo de las fuerzas terrestres.” No obstante, Eisenhower dio el visto bueno a Market Garden.

La operación debía comenzar el 17 de Septiembre, es decir, tan sólo cinco días después de que el Cuartel General de Eisenhower aprobase oficialmente el plan de Montgomery.

Market Garden se basaba en un calendario tan milimétricamente ajustado y coordinado, que cualquier desajuste podía hacerla fracasar por completo. Y, realmente, cuando se lanzó la operación, prácticamente todo lo que podía salir mal, salió mal. Veamos por qué.

La primera premisa que sustentaba este audaz plan era que la resistencia alemana se había desmoronado y que sería fácil avanzar por Holanda hasta el bajo Rin. En la zona en la que tendría lugar la ofensiva no había más que unas escasas fuerzas alemanas muy débiles, desorganizadas y desmoralizadas. Sin embargo, si bien esto era cierto a principios de Septiembre, cuando las vanguardias acorazadas del 21º Grupo de Ejércitos anglocanadiense conquistó Amberes y se detuvo a tomar el té, para el día 17, comienzo de la ofensiva, las circunstancias habían cambiado. Model había establecido su cuartel general en el Hotel Tafelberg, en la localidad de Oosterbeek, algo así como un barrio ligeramente alejado de Arnhem, justo en la zona de lanzamiento de las fuerzas aerotransportadas británicas. De forma que uno de los mejores generales de la Wehrmacht se iba a ver absolutamente involucrado en la batalla, con la trágica consecuencia de que los alemanes no iban a salir corriendo al ver caer a los paracaidistas primero y avanzar a los blindados del XXX Cuerpo de Ejército después. Y si los alemanes no huían, como estaba previsto y en cambio, como había ocurrido en Normandía, aun en franca inferioridad ofrecían resistencia, los blindados británicos que debían llegar al último puente sobre el Rin en 48 horas avanzarían poco y muy despacio.

El 12 de Septiembre, el mismo día que Eisenhower dio luz verde a Market Garden, la inteligencia británica comenzó a recibir informes de la resistencia holandesa que avisaban de la repentina presencia de blindados alemanes al norte de Arnhem, cerca del gran objetivo final de la operación, el puente sobre el bajo Rin y también muy próximos a las zonas de lanzamiento de la 1ª Division Aerotransportada británica. Se trataba de los primeros vehículos del II Cuerpo Panzer SS de Bittrich que habían comenzado a llegar a esa tranquila zona para reorganizarse. El comandante en jefe del Iº Cuerpo Aerotransportado británico, general Browning, que coordinaba la operación y era un fanático entusiasta de ella, ante la obstinación de su jefe de inteligencia, el comandante Brian Urquhart, y a regañadientes, autorizó vuelos de reconocimiento sobre la zona norte de Arnhem. En algunas fotografías tomadas por estos aviones se podían ver blindados alemanes. Por si esto fuera poco, los servicios de inteligencia de Bletchley Park, que descifraban los mensajes alemanes, también comunicaron al cuartel general del 21º Ejército la presencia de unidades del II Cuerpo Panzer en la zona de Arnhem. Sin embargo, Montgomery, con el entusiasta apoyo de Browning, había decidido que nada haría abortar la Operación Market Garden. Y nada se dijo de la presencia de las tropas panzer de Bittrich a los comandantes de las unidades que se iban a ver implicadas en pocos días en la batalla. Ni a los generales Taylor y Gavin, comandantes de la 101ª y de la 82ª divisiones aerotransportadas norteamericanas, ni al general Roy Urquhart, comandante de la 1ª División Aerotransportada británica, ni al teniente general Brian Horrocks, al mando del XXX Cuerpo de Ejército británico que debía avanzar sobre Holanda con sus blindados a través del pasillo y de los puentes conquistados por los paracaidistas. Así, más de ciento treinta mil hombres fueron lanzados al combate con la idea de que apenas encontrarían resistencia por parte de unas fuerzas enemigas muy escasas, compuestas por viejos o niños y pobremente equipadas.

                                                      El general Urquhart

No obstante, aunque las fotos de reconocimiento aéreo y los informes de la resistencia holandesa y de los servicios de inteligencia británicos acertaban al detectar unidades blindadas alemanas en la zona, no podían precisar mucho más. El problema para los británicos era que los alemanes podían hacer mucho daño con muy poco. Y, realmente, la inesperada presencia de las unidades del II Cuerpo Panzer SS en las proximidades de Arnhem ha sido utilizada como excusa por los historiadores anglosajones (con honrosas excepciones) para justificar el terrible ridículo que hicieron sus fuerzas aerotransportadas, supuestamente de élite, en esta batalla. Más adelante veremos cómo las fuerzas alemanas que realmente desbarataron por completo la pretenciosa Operación Market Garden en las primeras horas de la batalla, no eran más que tropas heterogéneas reunidas de forma apresurada por comandantes que se encontraban en la zona. Y tampoco conviene omitir, como a menudo han hecho muchos historiadores y otros divulgadores a través de películas y documentales, que las dos divisiones panzer de Bittrich estaban muy por debajo de la que debía ser su fuerza real. Las dos juntas apenas sumaban seis mil hombres y apenas contaban con una docena de carros de combate panzer IV y algunas decenas de blindados menores. Su potencia de fuego y su capacidad combativa estaban a un veinticinco por ciento en el mejor de los casos. Estas dos maltrechas divisiones tenían pues la fuerza aproximada de dos brigadas británicas y se iban a enfrentar en cuestión de horas a dos divisiones aerotransportadas aliadas, la 1ª británica y la 82ª norteamericana y a la punta de lanza acorazada del XXX Cuerpo de Ejército, la Brigada de Guardias Irlandeses.


Como ya vimos, los alemanes, durante la segunda semana de Septiembre habían ido recomponiendo la brecha que tenía su frente en la frontera de Bélgica con Holanda. Era un frente rellenado a toda prisa con unidades de muy limitado valor combativo (para los estándares alemanes) y muy pobremente equipadas. Pero, eran fuerzas alemanas, se habían atrincherado y estaban dispuestas a luchar. Algo que los británicos temían.

El avance planeado por Montgomery desde la frontera de Bélgica a través de Holanda para alcanzar la frontera alemana al norte de Arnhem, debía discurrir por una única carretera como vía principal. Por esta carretera debía avanzar a toda velocidad el XXX Cuerpo de Ejército de Horrocks, es decir, veinte mil vehículos y cien mil hombres. La carretera principal que debía recorrer esta unidad hasta llegar a Arnhem, discurría en muchos tramos elevada sobre “polders” y con bosques a sus lados. La silueta de cualquier persona o vehículo que circulase por ese vía se recortaba de forma nítida contra el cielo para cualquier observador situado a cualquiera de los márgenes de la misma. Pero si en lugar de un pacífico observador, se situaba un cañón antitanque emboscado, la silueta se convertía en un blanco perfecto, como en una galería de tiro. Para complicar aún más las cosas, en la mayor parte del recorrido, el terreno a ambos lados de la carretera era excesivamente húmedo y blando,  por lo que los blindados no podían maniobrar fuera de ella. Y en muchos tramos, la carretera discurría entre arboledas ideales para las emboscadas de los “kampffgruppe” alemanes. Por esta carretera las fuerzas terrestres, Garden, debían ir avanzando sobre la alfombra aerotransportada, Market, y recorrer casi cien kilómetros en solo dos días. A primeros de Septiembre lo podrían haber hecho, a mediados ya no.

Montgomery confió a Browning el diseño de los detalles tácticos de la operación. El 1º Cuerpo Aerotransportado Británico estaba formado por dos divisiones, la 6ª a las órdenes del general Richard Gale y la 1ª al mando del general Roy Urquhart. Mientras Gale había dirigido a su división en los exitosos asaltos aerotransportados del Día D y tanto él como sus hombres tenían experiencia en este tipo de operaciones, Urquhart había sido puesto al frente de la 1ª División Aerotranportada por su amistad con Browning, pero nunca había mandado a fuerzas aerotransportadas en combate. De hecho, cada vez que subía a un avión se mareaba y nunca había saltado en paracaídas. Y una gran parte de los soldados de esta unidad, a diferencia de los de la 6ª División de Gale, nunca habían entrado en combate. Sin embargo, Browning, por una cuestión de favoritismo decidió que sería la 1ª División de su amigo Urquhart la que se lanzaría al norte del bajo Rin para capturar el puente de Arnhem.

Un asalto aerotransportado es por definición una operación de máximo riesgo porque la infantería paracaidista siempre ha de luchar tras las líneas enemigas durante un tiempo, hasta que recibe refuerzos llegados por tierra. Cuando se emplean este tipo de fuerzas es porque se busca sorprender al enemigo. Los paracaidistas caen del cielo sobre una zona controlada por el enemigo pero alejada de la línea del frente, razón por la que durante los primeros momentos de la batalla los asaltantes juegan con el factor sorpresa a su favor. Si las fuerzas aerotransportadas no aprovechan los primeros momentos de confusión del enemigo para alcanzar sus objetivos es muy probable que la operación se salde con un estrepitoso y sangriento fracaso, porque cada minuto que pasa y no se aprovecha, es un minuto que el enemigo aprovechará para sobreponerse a la sorpresa, reorganizarse y lanzar ataques para aniquilar a los paracaidistas antes de que puedan ser reforzados.

El éxito de la operación Market Garden dependía de la rápida conquista por las fuerzas aerotransportadas de los puentes sobre los que deberían avanzar las fuerzas terrestres y de la igualmente rápida progresión de estas fuerzas a través del corredor abierto por los paracaidistas. Sin embargo, ni los norteamericanos de la 82ª División aerotransportada ni los británicos de la 1ª lograron tomar sus objetivos principales, los puentes sobre el Waal en Nimega y sobre el Rin en Arnhem mediante un asalto por sorpresa en los primeros momentos siguientes al lanzamiento. Esto permitió a las desconcertadas y escasas fuerzas alemanas reorganizarse, adivinar las intenciones del enemigo y frustrarlas.

En la planificación de la operación la RAF era la encargada de elegir las zonas de lanzamiento de los paracaidistas y de aterrizaje de los planeadores. Los comandantes de las unidades aerotransportadas no podían elegir dónde debían ser lanzados sus hombres, la Real Fuerza Aérea, “propietaria” de los aparatos de transporte, imponía su criterio. En el caso de la 1ª División Aerotransportada británica, los lugares elegidos para las zonas de aterrizaje en Arnhem, contribuyeron también al desastre que iba sobrevenir. La RAF descartó todas las mejores zonas de aterrizaje para planeadores y paracaidistas por diferentes razones, casi todas ellas carentes de fundamentos sólidos. En unos casos estimaban que algunos terrenos aparentemente idóneos eran demasiado blandos para el aterrizaje de los planeadores, y en otros casos, la mayoría, descartaron zonas muy apropiadas, por el temor a una fuerte defensa antiaérea alemana procedente del aeródromo de Deelen, justo al norte de Arnhem. Las cuatro zonas de lanzamiento de las tropas de Urquhart distaban del puente una media de doce kilómetros. Considerando que, según las propias instrucciones que constaban en el plan de la operación, los puentes debían ser tomados mediante audaces golpes de mano y con la mayor rapidez posible, lanzar a las tropas tan lejos de sus objetivos resultaba contradictorio.

Algo parecido le ocurrió a la 82ª Aerotransportada americana, aunque por diferentes razones. Mientras los británicos debían centrar prácticamente todos sus esfuerzos en un único objetivo, el gran puente de carretera sobre el Rin en Arnhem, los hombres del general Gavin tenían asignados varios objetivos diseminados por un área mucho mayor. La zona que debían ocupar, entre la 101ª al sur y la 1ª al norte, se hallaba muy cerca de la frontera alemana. No era descabellado pensar que, ante la presencia tan próxima de tropas enemigas, los alemanes lanzasen cuanto tuviesen a través de la frontera para desalojar a los paracaidistas. Justo en la zona más cercana a la frontera con el Reich alemán se encontraban unas lomas, en Groesbeek. La 82ª recibió instrucciones precisas para ocupar estas alturas, literalmente pegadas a la zona boscosa del Reichswald alemán y desde ellas rechazar cualquier contraataque procedente de Alemania. Pero al mismo tiempo la infantería paracaidista de la “All American” debía tomar varios puentes, dos de ellos de máxima importancia para el éxito de la operación, el puente de Grave, sobre el Mosa (Maas en holandés) y el gran puente de Nimega sobre el río Waal, realmente un ancho brazo del Rin. Este puente era el último gran escollo para llegar al objetivo principal, el puente de Arnhem sobre el Rin y por lo tanto se convertía a su vez en el objetivo principal para la 82ª Aerotransportada. Sin embargo, Browning ordenó a Gavin que no se lanzase sobre el puente de Nimega hasta que hubiese asegurado los demás objetivos, y antes que ninguno, las alturas de Groesbeek.

Los paracaidistas de la 82ª aterrizaron a poco más de quinientos metros del puente de Grave y mediante un audaz golpe de mano lo tomaron al asalto, por sorpresa, sin que los alemanes tuviesen tiempo de reaccionar. Apenas dos horas después de haber aterrizado, lo habían asegurado. 

                          El puente Grave en la época de la batalla

Sin embargo, la 82ª tardó más de siete horas en lanzar su primer asalto sobre el puente de Nimega. A esa hora, las ocho de la tarde, siguiendo las órdenes de Bittrich, había llegado a Nimega, para reforzar a la débil guarnición alemana formada por menos de un millar de hombres de unidades heterogéneas y pobremente equipadas, el Batallón de Reconocimiento de la 9ª División Panzer SS Hohenstaufen a las órdenes del Hauptsturmführer Viktor Gräbner, recién condecorado con la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro. Si Gavin hubiese actuado con independencia y algo más de audacia ignorando las precavidas órdenes de Browning, podría haber tomado al asalto el puente de Nimega a las tres de la tarde, de la misma forma que había hecho en Grave. Pero no lo hizo. Cuando por fin, al anochecer, se decidió a tomar el puente, todos los intentos de sus hombres fueron rechazados. Durante la noche, más granaderos alemanes, esta vez de la 10ª  División Panzer SS Frundsberg que con lentitud y constancia cruzaron el Rin utilizando el ferry de Pannerden, a escasos kilómetros al Sureste de Arnhem, llegaron a Nimega. Bittrich había ordenado al comandante de la 10ª Panzer SS Frundsberg, el duro y experimentado brigadeführer Heinz Harmel, cruzar el Rin con todas las fuerzas que tuviese disponibles y reforzar las defensas de Nimega. Como el batallón de Frost había ocupado el extremo norte del puente, los hombres y vehículos de la Frundsberg de Harmel cruzaron el Rin utilizando el transbordador que tan negligentemente habían ignorado los británicos. La oportunidad de tomar el puente sobre el Waal mediante un golpe de mano se había esfumado.

De izquierda a derecha, Model, Bittrich y Harmel (con prismáticos) dirigiendo la respuesta alemana

¿Qué más cosas podían salir mal en una operación en la que cualquier demora sobre el plan, cualquier contratiempo, podía hacerla fracasar totalmente?

A la 101ª División del general Taylor se le había asignado la misión más fácil, en principio, de todas las fuerzas aerotransportadas. Su zona de lanzamiento era la más próxima a la línea del frente por la que debía irrumpir el XXX Cuerpo de Ejército, de forma que, una vez tomados sus objetivos, sería la primera unidad aerotransportada en recibir refuerzos por tierra. Y así fue realmente, pero con un notable retraso. La resistencia alemana al avance del XXX Cuerpo de Ejército estaba siendo mucho más dura de lo esperado. Fuerzas del 1º Ejército paracaidista recién llegadas, junto con unidades del 15º Ejército, al que los británicos negligentemente habían dejado escapar cruzando el estuario del Escalda unos días antes, aun en clara inferioridad numérica y material, vendían muy caro cada kilómetro de avance a los blindados de Horrocks. Las vanguardias del XXX Cuerpo de la Brigada de Guardias Irlandeses, según el horario previsto por Browning debía enlazar al norte de Eindhoven con la 101ª Aerotransportada al caer esa misma tarde. Sin embargo, a esa hora, apenas habían cubierto la mitad de ese tramo, unos siete kilómetros, hasta Valkenswaard. Por su parte los hombres de Taylor tomaron diligentemente los puentes que debían tomar, excepto uno. Cuando se aproximaron al puente Son sobre el Canal Guillermina, los alemanes lo volaron. De forma que los tanques británicos no iban a poder enlazar con los paracaidistas de la 82ª División hasta que se tendiese un nuevo puente en Son. El puente Bailey lo transportaban los ingenieros del XXX Cuerpo y hasta la noche del día siguiente, 18 de Septiembre, no llegaron a Son. Los ingenieros británicos se pusieron manos a la obra para tender el puente Bailey sobre el Canal Guillermina, sobre las 21 horas. Pero un puente prefabricado que se ha de ensamblar sobre pontones y capaz de soportar el paso de carros de combate no se levanta en un abrir y cerrar de ojos.

            El puente Bailey que los ingenieros del XXX Cuerpo construyeron en Son

Si el puente de Son no hubiese volado por los aires, los carros de combate británicos podrían haber reforzado a los soldados de la 82ª Aerotransportada a media tarde y, juntos podrían haber llegado a Nimega bastante antes que las fuerzas alemanas del II Cuerpo Panzer de Bittrich. Pero no fue posible. Los alemanes ganaron la carrera.

Según el genial plan de Montgomery las vanguardias del XXX Cuerpo de Ejército debían llegar al puente de Arnhem cuarenta y ocho horas después del lanzamiento de la 1ª División Aerotransportada de Urquhart. Cuando los primeros vehículos del XXX Cuerpo de Ejército comenzaban a cruzar el puente Bailey en Son, llevaban treinta y seis horas de retraso sobre el horario previsto por el mariscal Montgomery y Browning y aún se encontraban a setenta y cinco kilómetros de Arnhem. Retraso que los alemanes aprovecharon para reorganizarse y contraatacar. Cada hora que pasaba, los alemanes eran más fuertes y el factor sorpresa, clave de la operación, se diluía.

Como ya vimos la primera oleada de la 1ª Aerotransportada británica fue lanzada a unos doce kilómetros, muy lejos del puente de Arnhem, su principal objetivo y también el de toda la operación. Los norteamericanos de la 82ª tomaron rápidamente el puente de Grave aterrizando a seiscientos metros de él. Exactamente igual que habían hecho en Normandía tres meses antes las fuerzas de la 6ª División Aerotransportada británica que en la madrugada del Día D hicieron aterrizar sus planeadores a escasos sesenta metros del puente de Bénouville, que en su honor sería rebautizado como Pegasus Bridge. Habiendo aceptado lanzarse sobre unas zonas de aterrizaje tan alejadas de su objetivo, Urquhart y sus oficiales deberían haber intentado, al menos, contrarrestar esta desventaja lanzando a toda prisa la mayor cantidad de fuerzas disponibles hacia el puente. Pero tampoco lo hicieron.

En el plan de Browning, nada más aterrizar, es decir, sobre las 13:30, una unidad de reconocimiento montada en “jeeps” armados con ametralladoras al mando del mayor Freddy Gough, unos 150 hombres, debía salir a toda prisa para sorprender a los alemanes y asegurar el puente de Arnhem hasta la llegada de los batallones de infantería. A su vez, éstos debían reagruparse lo más rápidamente posible después del aterrizaje y marchar sobre su objetivo con determinación y agilidad, para reforzar a la unidad de reconocimiento en el puente antes de que los alemanes pudiesen lanzar contraataques. Pero hasta dos horas después del aterrizaje, el mayor Gough no decidió que su unidad de “jeeps” estaba en condiciones de avanzar sobre el puente. Y cuando lo hizo, no se lanzó hacia el puente a toda velocidad para tomarlo por sorpresa con audacia sino que progresó lenta y prudentemente, haciendo a una sección avanzar unos metros mientras otras la cubrían.

Los tres batallones de infantería que Urquhart destinó a seguir a la unidad de “jeeps” de Gough tampoco actuaron con demasiada prisa. En el fondo estaban convencidos de lo que les habían contado antes de subir a los aviones, es decir, que la zona de Arnhem estaba defendida por unos cuantos soldados alemanes viejos y niños, montados en bicicletas, pobremente armados y sin capacidad combativa para enfrentarse a tropas de elite como ellos.

             Solo el batallón de Frost alcanza el extremo Norte del puente

Rápidamente estos torpes paracaidistas británicos pudieron comprobar que unos cuantos soldados alemanes, mezcla de una unidad de instrucción reforzada por soldados de oficinas, de transmisiones, de intendencia y armados con fusiles, ametralladoras y unas cuantas granadas y dirigidos por algún combativo oficial experimentado, eran realmente una unidad de élite muy por encima de su propia capacidad combativa.


En el caos inicial de la batalla los alemanes fueron totalmente sorprendidos por la lluvia de paracaídas que descendía sobre sus cabezas. Sin embargo, en la mentalidad militar alemana, existe algo que los militares británicos desconocen: la capacidad de improvisación sobre el terreno de los mandos intermedios, la audacia y la autonomía con la que podían actuar en un momento dado capitanes, comandantes, o coroneles sin sentarse a esperar órdenes de sus superiores.

Por un capricho del destino, justo en la zona situada entre Arnhem y las alejadas zonas de lanzamiento de la 1ª División Aerotransportada Británica, se encontraba efectuando prácticas el 16º Batallón de Instrucción y Reemplazo de las SS, a las órdenes del Hauptsturmführer Josef “Sepp” Krafft. De hecho, los primeros paracaidistas británicos cayeron a mil quinientos metros de una de las compañías del batallón de Krafft. A diferencia de los británicos, Krafft actuó con rapidez e imaginación. Identificó el puente de Arnhem como presumible objetivo de los paracaidistas enemigos y, sin esperar órdenes de ningún superior, dispuso a sus exiguas fuerzas de reclutas en período de instrucción y carentes de armas pesadas en posiciones de bloqueo entre Arnhem y las zonas de aterrizaje de los hombres de Urquhart, en las principales rutas de acceso a la ciudad y al puente. Un solo pelotón, es decir una docena de los reclutas SS de Krafft, detuvo a la compañía de “jeeps” del mayor Gough. Un pequeño grupo de hombres, muy jóvenes, desbarató de forma valiente e improvisada el ataque “relámpago” de Urquhart sobre el puente de Arnhem.

                                  El Hauptsturmführer Josef “Sepp” Krafft

Los británicos, además de haber aterrizado a doce kilómetros de su objetivo y de no actuar con rapidez extrema para atenuar el efecto desastroso de esta pésima elección de sus zonas de aterrizaje, decidieron enviar al puente solo tres batallones de infantería, dejando al resto para asegurar estas zonas para la siguiente oleada. Y por si este disparate fuese poco, no lanzaron a los tres batallones juntos a sangre y fuego para abrirse camino hasta el puente, como se podría esperar de una fuerza paracaidista. A cada uno se le asignó una ruta distinta de acceso al puente. Una ruta distinta y separada, de forma que si algún batallón encontraba resistencia, no podría ser auxiliado por ninguno de los otros. Es decir, Urquhart debilitó su fuerza de ataque. Estaban convencidos de que, tal y como les había dicho Browning, no encontrarían resistencia digna de tal nombre. Los tres batallones, casi cuatro horas después de haber aterrizado, comenzaron a avanzar hacia el puente por tres carreteras, marchando en columna, lentamente y disfrutando del recibimiento de la población holandesa. Las muchachas los besaban, todos los abrazaban, les daban vino, cerveza, comida… No era un avance frenético hacia un objetivo, era un paseo triunfal.

Y entonces, los alemanes comenzaron a disparar sobre los alegres paracaidistas británicos.

Prueba del caos reinante, pero también de la brillante capacidad de los alemanes para improvisar, Krafft no sabía que a unos pocos kilómetros al norte de Arnhem estaba el II Cuerpo Panzer SS de Bittrich. Pero es que Bittrich tampoco sabía que el batallón de instrucción de Krafft estaba en la zona. De forma que, después de hablar con Model, Bittrich envió a sus hombres hacia las zonas de aterrizaje de los británicos para enfrentarse a ellos pensando que nadie lo estaría haciendo. Por su parte Krafft, convencido de que iba a intentar detener a una división de paracaidistas con un solo batallón de tropas bisoñas, estaba seguro de que muy probablemente él y la mayoría de sus hombres estarían muertos antes de acabar el día. Pero no fue así. A media tarde los SS de Krafft empezaron a ser reforzados por sus camaradas de la 9ª División Panzer SS Hohenstaufen, el Kampfgruppe a las órdenes del SS Sturmbannführer Ludwig Spindler, que formó un perímetro defensivo en torno a Arnhem justo un par de kilómetros detrás de la línea defensiva de los hombres de Krafft.

                                         Ludwig Spindler

De los tres batallones que Urquhart envió hacia Arnhem, dos y la compañía de “jeeps” fueron detenidos por las exiguas fuerzas de Krafft en las primeras horas de combates.  Un batallón, el que seguía la ruta más próxima a la orilla norte del Rin, el batallón del teniente coronel John Frost, no encontró apenas oposición y recibiendo el agasajo de los enfervorecidos holandeses llegó a Arnhem al caer la tarde. Es decir, el batallón de Frost tardó más de seis horas en recorrer doce kilómetros sin encontrar seria resistencia enemiga. Algo impropio de una unidad supuestamente de elite que debe dar un audaz golpe de mano con precisión y rapidez.

El batallón de Frost, unos quinientos hombres, alcanzó el extremo norte del puente de Arnhem al anochecer y estableció un perímetro defensivo en las casas más próximas. Hacía apenas media hora que el batallón de reconocimiento de Gräbner había cruzado el puente en dirección Sur para reforzar las defensas de Nimega. Si los paracaidistas británicos hubiesen actuado con más diligencia, habrían llegado al puente a media tarde y los SS de Gräbner no habrían podido cruzarlo. Con este escenario, muy probablemente, los hombres de Gavin hubiesen podido tomar el puente de Nimega esa misma noche. Pero no fue así.

                                                        John Frost

Ya de noche, Frost lanzó a sus hombres a través del puente para tomar el extremo sur. Pero fracasó. Unos pocos alemanes situados al otro extremo abrieron fuego con ametralladoras y los paracaidistas se retiraron. En ese momento las fuerzas alemanas cortaron también la ruta de acceso a Arnhem que había utilizado el batallón de Frost de forma que la unidad quedó aislada del resto de la División defendiendo un perímetro en torno al extremo norte del puente. Sin la posibilidad de recibir refuerzos los hombres de Frost no tenían ya la más mínima posibilidad de tomar el extremo sur del puente. Las escasas fuerzas alemanas que había allí apostadas cuando los paracaidistas llegaron, fueron reforzadas por unidades de los SS de Bittrich. Las restantes unidades de la división, que habían sido detenidas antes de poder llegar a Arnhem, comenzaron igualmente a atrincherarse y pasar a la defensiva. Cada minuto que transcurría los paracaidistas eran más débiles y el enemigo más fuerte. Solo la rápida llegada del XXX Cuerpo de Ejército podía evitar el desastre en el que se había convertido la batalla para la 1ª División Aerotransportada.

Pero los blindados de Horrocks, que según el optimista horario de Montgomery debían estar llegando a Nimega, se encontraban avanzando lentamente al Sur de Eindhoven, a más de setenta kilómetros de distancia. Según Montgomery, el XXX Cuerpo llegaría a Arnhem en dos días, es decir, recorrería más de 40 kilómetros al día. Sin embargo, en las primeras doce horas, apenas había conseguido avanzar 8 kilómetros. Y en ese momento, aún no sabían que los alemanes habían volado el puente de Son.

Por si todo esto fuera poco, desde el primer momento los aparatos de radio de la 1ª División Aerotransportada resultaron totalmente inservibles. No habían sido probados en un entorno similar al de la zona de Arnhem, repleta de árboles y edificios. Urquhart, cuando los operadores de radio del cuartel general de la División le dijeron que no podían contactar con ninguno de los batallones que marchaban sobre el puente, ni con la unidad de “jeeps” de Freddy Gough, se quedó consternado. Cómo iba a dirigir a las unidades de su División si no podía comunicarse con ellas. Sin saber dónde se encontraban, sin saber si avanzaban según lo previsto o encontraban resistencia y sin poder darles órdenes ni informarles de la situación de otras unidades; se podía producir el caos más absoluto. Y así fue.

Urquhart, desesperado, a media tarde salió en busca de los batallones que marchaban sobre el puente para poder hacerse una idea de la situación sobre el terreno. Encontró al general Lathbury, de la 1ª Brigada Paracaidista y al poco tiempo tuvieron un encontronazo con unos alemanes, seguramente del Batallón de Instrucción SS de Krafft. Lathbury resultó herido y quedó al cuidado de unos civiles holandeses. Cuando Urquhart, con dos de sus hombres intentaba volver, se encontró con el camino cortado. Hubo de refugiarse en el ático de una casa con los alemanes pisándole los talones. En la puerta de la calle se apostó un cañón de asalto y varios soldados alemanes. Urquhart no pudo abandonar su escondite hasta dos días después, el 19 de Septiembre. Durante ese tiempo, los otros dos generales de brigada, Hackett  y Hicks, se dedicaron más a pelearse entre ellos que a coordinar la lucha contra los alemanes. Cuando, ante el asombro general, Urquhart apareció en el puesto de mando, donde todos lo daban por muerto o prisionero, la batalla ya estaba perdida. De esta forma, por el fallo de las radios, la 1ª División Aerotransportada se quedó sin la dirección de su comandante durante las primeras y cruciales horas de la batalla.

El XXX Cuerpo de Ejército, como vimos, no cruzó el Canal Guillermina en Son a través del puente Bailey hasta el amanecer del 19 de Septiembre. No obstante, a partir de este punto, los blindados de la Brigada de Guardias se encontraron con un tramo despejado y pudieron avanzar sin grandes contratiempos hacia el norte. Poco después de las ocho de la mañana enlazaron con los paracaidistas de la 82ª de Gavin en el puente de Grave, sobre el Mosa. Aunque habían recuperado algo del tiempo perdido, según el plan previsto, en ese momento debían estar ya en Arnhem.

                                 El puente de Arnhem en la época de la batalla

Precisamente en Arnhem, aunque los paracaidistas habían conseguido rechazar un intento del Batallón de Reconocimiento de la 9ª Panzer SS para desalojarlos del extremo norte del puente causándole graves pérdidas, incluida la de su jefe el comandante Gräbner, las cosas iban de mal en peor. Aislado del resto de la división, el batallón de Frost iba menguando minuto a minuto según los alemanes iban enviando más tropas contra él. Pero al resto de la División le estaba ocurriendo lo mismo. Había pasado a la defensiva y establecido un perímetro defensivo en la zona de Oosterbeek con la base en la orilla septentrional del Rin. Y los alemanes apretaban desde todas direcciones estrangulando lentamente a los británicos. Por el Norte y el Oeste lo hacían las tropas SS de Krafft y Spindler y por el Este los cercaba otro variopinto “kampfgruppe” reclutado a toda prisa a las órdenes del general Von Tettau.

                                                          Von Tettau

No obstante, cuando todo parecía perdido, los hombres de Urquhart tuvieron de nuevo una clara oportunidad de dar la vuelta a la situación en Arnhem. El 18 de Septiembre, a primera hora de la tarde, los paracaidistas recibieron los refuerzos de la segunda oleada. El efecto moral que supuso para los alemanes, que sobreponiéndose a la sorpresa de la caída de miles de paracaidistas enemigos sobre sus cabezas unas horas antes, habían sido capaces de improvisar muy meritoriamente una línea de contención al desembarco aerotransportado británico, ver caer de nuevo del cielo a más de dos mil enemigos, fue devastador. Justo en el momento en el que estaban comenzando a equilibrar el combate, llegaron tres nuevos batallones británicos. 



A esta hora del segundo día de la operación Market Garden, los británicos volvían a tener ventaja. Disponían de nueve batallones frente a unos doce alemanes. Pero los batallones británicos eran paracaidistas y todos pertenecían a la misma unidad. Los batallones alemanes eran heterogéneos, formados en gran medida por tropas variopintas que nunca habían entrenado juntas ni mucho menos luchado juntas. Y los escasos carros de combate del II Cuerpo Panzer SS aún no habían llegado a la zona de combate. Ahora podían reagruparse y lanzar un ataque decidido para enlazar con el batallón de Frost en Arnhem. Pero no fue así.

Una foto que ilustra a la perfección la mezcla de unidades  que los alemanes opusieron a la ofensiva aliada

En ausencia de Urquhart los generales Hackett y Hicks no fueron capaces de ponerse de acuerdo para establecer un plan coherente que les permitiese llegar al puente con los refuerzos. Todos sus intentos, mal coordinados y carentes de entusiasmo, fueron rechazados. Al caer la noche, los alemanes se habían vuelto a recuperar de la segunda sorpresa y habían recobrado la confianza. Los tristes paracaidistas de la 1ª Aerotransportada ya no tendrían la más mínima oportunidad de alcanzar su objetivo. En las horas siguientes, los carros de combate del II Cuerpo Panzer SS que antes del ataque aliado habían sido desmontados y subidos a plataformas ferroviarias con destino a Alemania, comenzaron a ser descargados y montados a toda prisa por los mecánicos. Y, poco a poco, empezarían a llegar a la zona de combate.

A última hora de la tarde del 19 de septiembre la Brigada de Guardias Irlandeses, la vanguardia del XXX Cuerpo, llegó a Nimega. Como los hombres de Gavin no habían sido capaces de tomar su principal objetivo, el puente sobre el caudaloso Waal, y ya caía la noche, la “cabalgada” del XXX Cuerpo, que después de cruzar el puente Bailey en Son con mucho retraso había conseguido por fin recuperar algo del tiempo perdido, se volvió a detener. Y mientras esto ocurría, a quince kilómetros al norte, los carros de combate de Bittrich, según salían de las plataformas ferroviarias, empezaban a entrar en escena contra los timoratos paracaidistas británicos.

Model estaba manejando sus piezas con una maestría que ni un solo general anglosajón era capaz de igualar. Dejando a Bittrich bastante libertad en la zona norte de la batalla, el eje Arnhem-Nimega, en el que se encontraba su II Cuerpo Panzer SS, centró sus esfuerzos en hostigar a los aliados a lo largo de la carretera por la que el XXX Cuerpo se había ido abriendo camino a duras penas a través de la “alfombra” de paracaidistas. Model tenía muy poca cosa que oponer al avance terrestre de cien mil hombres y veinte mil blindados, pero, como gracias al genio de Montgomery, esta ingente masa de hombres y vehículos avanzaba penosamente por una sola carretera estrecha y atascada, podía utilizar unidades que normalmente no serían aptas para lanzar contraataques en otros escenarios menos favorables, para hostigar la ruta de avance de las tropas de Horrocks. A la vuelta de un recodo de la carretera, un kampfgruppe formado por unos cuantos viejos con problemas estomacales salidos de las guarniciones estáticas del estuario del Escalda, unos cuantos reclutas de una unidad de entrenamiento paracaidista, unos cuantos soldados de tierra de la Lufftwaffe y un pelotón de oficinistas, apoyados por un cañón de 88 milímetros o por un cañón autopropulsado tipo Stug III, con unas cuantas ametralladoras MG-42 y media docena de panzerfaust, se apostaban en desenfilada, hacían saltar por los aires al primer vehículo que tomaba la curva, y luego al segundo. Inmediatamente, los británicos, recordaban las tremendas encerronas en el “bocage” normando y se detenían esperando refuerzos, apoyo artillero, apoyo aéreo…

Apoyo aéreo. Market Garden, como antes señalé, era un plan disparatado para ser ejecutado por generales tan torpes y soldados tan “prudentes” como los británicos. Pero, también es cierto que todo lo que pudo salir mal, salió mal. Un factor clave era el buen tiempo, que permitiría a los aliados usar su aplastante superioridad aérea. Sin embargo, a pesar de las optimistas previsiones meteorológicas, después del lanzamiento de la primera oleada, las nubes bajas se apoderaron de todos los aeródromos aliados en Bélgica y el norte de Francia, impidiendo el despegue de los cazabombarderos que deberían haber dado apoyo aéreo a unas tropas absolutamente dependientes de él. Pero, a partir del tercer día, la niebla se enseñoreó de los aeródromos británicos dificultando el envío de refuerzos y suministros por aire. Por ejemplo, la Brigada Aerotransportada Independiente Polaca del general Sosabowski que debía haber llegado con el segundo lanzamiento, no pudo ser lanzada hasta el día 21, cuatro días después de lo previsto, cuando todo estaba perdido.

El 20 de septiembre, ante la incapacidad de los carros de combate británicos para abrirse paso hacia el puente de Nimega, un batallón de la 82ª Aerotransportada cruzó el Waal algo más al norte de la ciudad en botes de remos bajo fuego enemigo, en una acción francamente arriesgada y bien ejecutada. Cuando los paracaidistas de Gavin cruzaron el Waal para asaltar el puente por la orilla norte, los blindados británicos avanzaron desde el sur. La guarnición alemana no pudo hacer frente a la avalancha y el puente de Nimega, finalmente, cayó en manos aliadas al anochecer. Es en este momento que los angloamericanos volvieron a desperdiciar la última oportunidad que les quedaba para ganar la batalla. Estaban a doce kilómetros de Arnhem y disponían de una fuerza arrolladora. Si esa noche el XXX Cuerpo de Ejército se hubiese lanzado hacia el Rin con arrojo y sin miedo a exponer sus flancos, tal vez hubiese podido tomar el último puente y culminar con éxito la operación. Pero no fue así.

         Los carros del XXX Cuerpo cruzan el puete de Nimega sobre el Waal

Los carros de combate británicos, después de capturar milagrosamente intacto el puente de Nimega (los alemanes lo habían minado, pero por causas aún hoy desconocidas no pudieron hacerlo volar), se detuvieron por orden de Horrocks. Caía la noche, la infantería británica seguía enzarzada en escaramuzas con núcleos de resistencia alemana en los alrededores de Nimega y los carros de combate que habían atravesado el puente y solo estaban ya a doce kilómetros de Arnhem no querían avanzar por esa maldita carretera sin el apoyo de la infantería, y menos aún de noche.

Mientras tanto, los carros de combate del II Cuerpo Panzer SS se iban incorporando al combate contra los infortunados e incompetentes paracaidistas británicos al norte del Rin. El grueso de la división de Urquhart había ido siendo alejado de Arnhem por el kampfgruppe Spindler y se había atrincherado en los alrededores de Oosterbeek. El batallón de Frost aislado en el extremo norte del puente estaba siendo barrido por momentos, según los carros y la artillería de Bittrich iban llegando y volando las casas de los desgraciados civiles holandeses en las que los paracaidistas británicos se habían refugiado.

                 Blindados alemanes en acción contra las fuerzas aerotransportadas

Por si esto fuera poco, la mayoría de las zonas de lanzamiento de los hombres de Urquhart al este de Arnhem, según su perímetro defensivo iba menguando, habían ido cayendo en manos de los alemanes y como los aparatos de radio no funcionaban, los aviones de transporte C-47 que tenían la misión de lanzarles los suministros, los seguían soltando sobre las zonas de lanzamiento preestablecidas, pero que ahora estaban ocupadas por los alemanes. De tal forma que los pertrechos que debían reforzar a los paracaidistas de Urquhart realmente contribuían a reforzar a los alemanes.

Hasta el amanecer del día 21 el XXX Cuerpo no reanudó su avance desde Nimega. Ese mismo día, por fin, fue lanzada la Brigada Aerotransportada polaca de Sosabowski, al sur del Rin y a unos cinco kilómetros al este del extremo sur del puente de Arnhem, en Driel. Curiosamente, a los polacos la RAF les asignó una zona de aterrizaje que unos días antes había considerado inapropiada para el lanzamiento de las brigadas británicas. En un principio los abnegados paracaidistas polacos debían reforzar a los penosos paracaidistas británicos capturando el transbordador de Driel para cruzar el Rin y enlazar con los hombres de Urquhart cercados en torno a Oosterbeek. Pero el cable del ferry se había partido el día anterior. De forma que los polacos se encontraron rodeados de fuerzas enemigas al sur del Rin y sin poder cruzarlo. En cualquier caso, como el tercer batallón de Sosabowski no pudo ser lanzado por el mal tiempo, los polacos reunían poco más de mil paracaidistas equipados con armamento ligero. Fue una suerte para ellos que el transbordador de Driel ya no estuviese operativo, porque de haber cruzado el Rin para enlazar con los británicos, habrían acabado tan mal como ellos. Al sur del río, podían al menos esperar la llegada del XXX Cuerpo.

Sin embargo, los carros de combate y la infantería motorizada de Horrocks apenas había avanzado desde Nimega en las últimas horas. Después de cruzar el Waal la noche anterior y detenerse para esperar a la infantería, el XXX Cuerpo avanzó con su habitual prudencia y en la tarde del día 21 de Septiembre se detuvo de nuevo, esta vez en Elst, a mitad de camino entre Nimega y Arnhem. Una vez más, la infantería combatía en los márgenes de la carretera y los carros de combate de vanguardia no estaban dispuestos a avanzar sin la infantería. Es decir, en unas veinte horas el XXX Cuerpo de Ejército había avanzado seis kilómetros.

Mientras tanto, a esas horas, los paracaidistas supervivientes del batallón de Johnny Frost se rendían. Los alemanes recuperaban por fin el control de ambos extremos del puente de Arnhem y podían enviar con rapidez unidades a la orilla sur para combatir a los polacos de Sosabowski y a la timorata vanguardia del XXX Cuerpo.

Cuatro días después del comienzo de la ofensiva, resultaba evidente que había fracasado. El objetivo principal, el puente de Arnhem sobre el Rin, la puerta trasera para invadir el Reich alemán a través del Rühr estaba firmemente en manos alemanas y las tropas que debían haberlo tomado con rapidez y audacia en las primeras horas de la ofensiva habían sido derrotadas, como el batallón de Frost, o estaban rodeadas muy lejos del puente y al borde de la completa aniquilación, como le ocurría al resto de la 1ª División Aerotransportada de Urquhart.

Por si todo esto no fuese bastante, el día 22, un ataque ordenado por Model contra la carretera, entre Uden y Veghel, es decir, más o menos en la mitad del corredor por el que avanzaba el XXX Cuerpo, tuvo éxito y la cortó. Esto significaba que la vanguardia que se encontraba a tan solo seis kilómetros de Arnhem dejó de recibir suministros, y ya vimos la enorme dependencia que tenían las fuerzas terrestres aliadas del aprovisionamiento permanente de  explosivos. Horrocks ordenó a la 32ª Brigada de Guardias que seguía en la vanguardia a la Brigada de Guardias Irlandeses que diese media vuelta y atacase a las fuerzas alemanas que bloqueaban la carretera unos 40 kilómetros al sur. Tuvieron que pasar veinticuatro horas más hasta que los aliados pudieron volver a abrir la ruta.

       Los alemanes cortan la carretera que los soldados del XXX Cuerpo 
                              bautizaron como "carretera del infierno".

A pesar de que el transbordador estaba inservible, se insistió a los polacos en que debían cruzar el Rin y unirse a las tropas de Urquhart, que se hallaban al borde de la aniquilación. Los británicos, siguiendo una vieja tradición militar, estaban dispuestos a sacrificar a tropas aliadas hasta el último hombre, para salvar las vidas de sus penosos infantes. Enviar unos pocos centenares más de hombres a la caldera de Oosterbeek en la que los británicos se cocían a fuego lento no podía influir en el resultado de la batalla y solo serviría para aumentar el número de muertos, heridos y prisioneros en la orilla norte del Rin. La noche del 22 al 23 de septiembre los polacos, al amparo de la oscuridad, comenzaron a cruzar el Rin en botes de goma de solo dos plazas. Los alemanes, desde la orilla norte, lanzaron bengalas y los infortunados polacos que se encontraban en medio de la travesía, perfectamente iluminados por las bengalas, fueron sorprendidos por preciso fuego de ametralladora y de mortero. Sosabowski interrumpió la operación sobre las tres de la madrugada. Poco más de treinta polacos consiguieron unirse a las tropas de Urquhart. Otro absurdo que añadir al completo absurdo de la operación.

                                     El general Sosabowski

El día 22, después de una reunión del Cuartel General Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas (SHAEF) en Versalles, Eisenhower dio por terminada la aventura de Montgomery. La prioridad para el 21º Grupo de Ejércitos iba a consistir en lanzar al 1º Ejército canadiense a limpiar de alemanes la orilla norte del estuario del Escalda, para abrir de una vez por todas al tráfico el puerto de Amberes. Y, además, autorizaba a Montgomery a retirar de la orilla norte del Rin a los restos de la 1ª División Aerotransportada. Esta orden revestida de sugerencia, muy en el estilo diplomático de Eisenhower no fue tomada en consideración por el obstinado mariscal Montgomery hasta unos días después, cuando se resignó ante la evidencia de que ya no era posible cruzar el Rin. Durante esos tres días muchos hombres murieron inútilmente y pagaron con sus vidas el orgullo, la soberbia y la incompetencia del egocéntrico mariscal británico.

El domingo 24 de septiembre, una semana después del inicio de Market Garden, Montgomery todavía se resistía a aceptar la orden de Eisenhower. Seguía pensando que las recién llegadas fuerzas de infantería del XXX Cuerpo, la vanguardia de la 43ª División de Infantería Wessex, que había conseguido enlazar con los paracaidistas polacos al sur del Rin, podrían cruzarlo, unirse a las fuerzas de Urquhart y tomar el puente de Arnhem. Ese día los altos mandos implicados en la operación mantuvieron una reunión en St. Oedenrode, algo al norte de Eindhoven. Y, mientras debatían si seguía siendo posible cruzar el Rin, el mariscal Model organizó un nuevo ataque contra la carretera-corredor, justo entre St. Oedenrode y Veghel y la volvió a cortar durante casi dos días. Montgomery se vio obligado a reconocer que su descabellado plan había fracasado y que lo único que se podía hacer era intentar sacar de la caldera de Oosterbeek al mayor número posible de los escasos supervivientes de la 1ª División Aerotransportada.

                        Los contraataques alemanes en la zona de Arnhem Nimega


Al anochecer del lunes 25, unos dos mil paracaidistas británicos consiguieron cruzar el Rin, pero hacia el Sur. Eran los zarrapastrosos supervivientes de los casi nueve mil hombres de la división de Urquhart, que tan gallardos y confiados habían aterrizado al norte del Rin ocho días antes. Dos mil habían conseguido escapar, más de mil habían muerto, y seis mil se habían rendido. Es decir, la 1ª División Aerotransportada británica había sido aniquilada. No parece un saldo demasiado brillante para una fuerza paracaidista supuestamente de elite.

Una vez acabada la batalla el general Browning hizo el famoso comentario del que Cornelius Ryan extraería el título para su famosa obra sobre esta batalla: “Siempre creí que intentábamos tomar un puente demasiado lejano”. 

Efectivamente, se trataba de un puente demasiado lejano… para unos mandos muy incompetentes y unos soldados excesivamente timoratos.

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